Me enseñaba mi hijo hace poco en el portátil la foto de un Carlino con el pelo reluciente negro azabache, aún una cría en manos de su dueño. Está empeñado en que si alguna vez compramos un perro que sea uno así. Los gustos vienen impuestos por las modas, y en una época donde lo feo y lo extravagante se lleva tanto no es extraño que guste esta raza de ojos saltones y estrábicos, morro baboso y aplastado y cuerpo chato. Mi hija prefiere los labradores, que son realmente bonitos, aunque por el tamaño que alcanzan no son los más adecuados para tener en un piso.
Hasta hace poco se llevaba el pastor alemán y el yorkshire terrier, que al andar parecían pequeños felpudos limpiando el suelo, animales que caben incluso en un bolsillo, muy coquetos. De niña recuerdo que proliferaba el sheltie, que era la raza de Lassie, espectacular.
Miguel Ángel afirma categórico que no es una pena tener un perro en casa, que es una especie que está adaptada al ser humano y que, al contrario, no podría sobrevivir sin él. Como que desde que nacen están ya predestinados. Y no es la 1ª vez que oigo decir algo semejante.
Yo por supuesto me opuse a su idea. Ningún animal nace para ser utilizado por el hombre, lo que pasa es que hay ciertas especies que por sus características han podido ser usadas para fines domésticos. Un animal salvaje, fuerte, capaz de defenderse, no puede estar en el ámbito humano, sometido. Miguel Ángel cree que es porque son inestables, que cambian de humor constantemente, pero yo le dije que eso no era ser inestable sino salvaje, que aunque ahora sea una palabra que se suela utilizar en tono despectivo para referirse a alguien que se comporta sin control, en realidad ha sido siempre una cualidad de los que han nacido y son libres.
A fuerza de verlos entre nosotros nos llegamos a creer que un caballo ha nacido con un jinete encima del lomo, o que un gato o un perro forman parte de la decoración de una casa. Cierto es que si se han acostumbrado a ser cuidados por las personas, si luego se les permite ser libres no saben sobrevivir, pero no sería así si se les hubiera dado la oportunidad de nacer en libertad. Así les pasa a todos los animales nacidos en cautividad, algo que me ha parecido siempre injusto y horrible.
“¿Te gustaría que te pusieran una correa al cuello y te sacaran a la calle para decirte cuándo y dónde tienes que hacer tus necesidades?”, le pregunté a Miguel Ángel, pero él no dio opción a discusión posible, porque no considera comparable la vida de un ser humano con la de un animal. Incluso dijo hace poco que las plantas no sienten, sólo porque carecen de las células nerviosas que poseemos el resto de los seres vivos. Le pregunté que por qué entonces las flores se abren y cierran según la intensidad de la luz solar, o por qué se inclinan hacia una ventana buscando esa luz si las colocas en un sitio que normalmente está oscuro. Las células fotosensibles son también una forma de sensibilidad. Y qué decir de las plantas carnívoras, con esos mecanismos que se activan por contacto y a vertiginosa velocidad.
Les conté a él y a su hermana que yo sería feliz viviendo en una casa rodeada por un jardín. Sería como esas mujeres que, con una cestilla colgando del brazo, cortan flores cada mañana para adornar los rincones. Aunque seguramente renunciaría a este placer porque nadie debe quitar la vida a ningún ser vivo sólo por hacer su gusto, incluso aunque se trate de una planta. Que siga creciendo y formando parte de la Naturaleza, su verdadero ámbito, como es el de los animales, y el nuestro también.
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