viernes, 20 de diciembre de 2013

Un poco de todo (XXI)


- Cuánto siento el fallecimiento de Nelson Mandela. Ha sido el nonagenario más sonriente que he visto nunca, y una de las personas con más ganas de vivir. Haber pasado tantísimos años en la cárcel para luego seguir y continuar una 2ª vida, aún mejor que la 1ª, es algo muy poco común.

No creo que fuera la prisión lo que le hizo cambiar, pues la mayoría de las veces el sistema penitenciario no suele rehabilitar al condenado, todo lo contrario. La transformación de Mandela debió ser paulatina, llena de luces y sombras, para terminar convirtiéndose en un luminoso despertar.

Pensé cuando le vi salir de la cárcel que no le quedaría mucho tiempo en este mundo, tan anciano y decrépito me pareció, pero afortunadamente no fue así. Él supo reorganizar los trozos que de su existencia quedaban, dejando a un lado lo que no era bueno, y emprender así un nuevo rumbo que le llevaría a donde nunca hubiera imaginado, o quizá sí. Él ha sido la muestra viviente de que se puede ser feliz a pesar de las tragedias del pasado.

En sus funerales ha reunido a decenas de líderes de todo el mundo, y ha conseguido que podamos ver inmortalizado el momento en que Obama y Raúl Castro se saludan dándose la mano, algo impensable durante décadas. Un éxito más, como señalan los periódicos, de Mandela, póstumo pero igualmente sorprendente y emocionante, como todo lo que hizo. Aunque su pasado y su vida privada, no exentos de polémica, han sido objeto de crítica, lo que realmente importa es su labor social y política, que fue, es extraordinaria.

- Ahora que mamá ya está en casa después de su recaída tras la operación, parece que podemos respirar más tranquilos. Verla en el hospital, y durante tantos días, me produjo una sensación extraña, como si ella no fuera mi madre si no una persona ajena a mí.

Nunca la habíamos visto en esa tesitura. Es como si la enfermedad y la vejez les pasara a otros. Parece que hacernos mayores significa convertirnos en otras personas.

Ella, que toda la vida ha eludido a la profesión médica por su temor cerval a las negligencias, ha visto confirmado aquello que tanto temía, cuando no detallaron en el informe de alta de su operación los efectos secundarios que podía tener, de manera que cuando se produjeron la pillaron por sorpresa y la asustaron.

La dureza de la cama en el hospital, de la que no se podía mover sin ayuda, y la ayuda llegaba tarde por la escasez de personal; lo incomible de las comidas, más que nada porque se las servían sin sal; las molestias de compartir habitación con una persona a la que le llegaron a hacer curas hasta de madrugada, entre lamentos y llantos; la indefensión en suma que sufrimos las personas cuando nos hacemos mayores, constituyen todo ello en sí un cuadro patético y desazonador para los que aún intentamos mirar el futuro con cierto optimismo.

Comer en la cama, que para mi madre ha sido siempre muy incómodo; ser aseada por extraños, con el pudor que ella tiene a mostrar su desnudez; hacer tus necesidades en una cuña y en una habitación llena de gente, sin la privacidad del cuarto de baño; tener que tomar muchos medicamentos cuando siempre los ha evitado; pinchazos constantes para hacer análisis y dos vías abiertas en sus manos, más de lo que le harían en toda una vida, son algunas de las nuevas experiencias por las que mi madre ha tenido que pasar al acabarse este año que por ser 13 podría pensarse que es de mala suerte.

Cierto que le ha llegado tarde, eso que lleva adelantado, pero ahora todo se le junta. Nuestras atenciones y cuidados, especialmente los de mi padre, la están recuperando ya en su casa, rodeada de todo lo que le es familiar. Su movilidad, que se ha ido reduciendo progresivamente en los últimos 5 años, es escasa, y dada su poca fuerza de voluntad y sus miedos, dudo que consiga grandes progresos en lo sucesivo.

Aunque se trate de un buen hospital, con excelentes instalaciones y equipo humano, no deja de ser un lugar, como las residencias de ancianos o las guarderías de los niños, en el que uno pierde un poco su dignidad. No sé por qué se trata a los mayores como si fueran tontos o hubieran perdido la chaveta, se les hace preguntas simplonas o se les habla alto como si la sordera se diera por descontada. Luego está el talante de cada cual, la forma como nos tomemos las cosas, pero el ánimo no es el mismo cuando ya se tiene una cierta edad y no te encuentras bien.

Estas Navidades son un poco atípicas para nosotros este año. Esperamos recuperar la tranquilidad y el sentido que siempre han tenido.

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