Qué susto me llevé el otro día cuando salí de casa por la mañana temprano para ir a trabajar y me encontré una cola enorme que daba la vuelta a medio estadio. Eran las 7 y media de la mañana y parecía un día de partido, con gente por todos lados, los aparcamientos llenos de coches y una actividad poco usual en mi barrio salvo cuando se disputa algún encuentro. Me imaginé que era por la compra de entradas para el próximo partido del Atlético, en Lisboa. Con la racha tan buena que ha tenido ahora se cotizarán más que nunca, podrán pedir lo que quieran en taquilla.
La operación se repitió en los 3 días siguientes. Los hay que se han quedado incluso a hacer noche en la calle, y hasta algún inválido en su silla de ruedas. Les ciegan los colores.
Y yo me preguntaba 3 cosas al respecto:
1.- ¿Es que no hay venta de entradas por Internet, como en el resto de los espectáculos?
2.- ¿Es que la crisis no afecta a todas esas personas, dispuestas a pagar un dineral por un rato de diversión, en detrimento de otras necesidades más perentorias?
3.- ¿Hasta ese punto llega el vacío existencial y la falta de horizontes como para intentar llenarlos con pasiones como esta?
No había ni una sola mujer en la larguísima cola. Los hombres que estaban allí tenían todos una pinta parecida, el perfil medio del hincha de a pie, barriga cervecera, escasas neuronas, vestimenta muy sport y vocinglero. Como dice mi madre, luego les mandas a por el pan y no quieren ir.
Yo no estoy en contra de que todos tengamos una pasión en la vida, un ideal que nos haga soñar trascendiendo la cotidianeidad, pero concibo estas cosas proyectadas en terrenos de mayor espiritualidad o intelecto. Cifrar tus esperanzas, tus alegrías y tu diversión en el resultado de un partido de fútbol me parece poner tus emociones al servicio de asuntos más bien bajunos.
Lo mismo sucede con las chicas que lloran con grandes hipidos durante un concierto o en la proyección de una película protagonizada por el ídolo del momento: el tema no es deportivo, pero es igualmente bajuno.
¿Qué es lo que mueve a las masas? Con el sistema educativo que tenemos y el descerebramiento que producen los medios de comunicación actuales me temo lo peor. Los grandes ideales, las metas intelectuales, los goces estéticos, quedan reducidos a un instinto básico (no el de Sharon Stone, pero podría ser), con el que los individuos se dejan arrastrar a lugares sólo frecuentados por los animales salvajes.
En un partido no hace mucho iba yo hacia mi casa sorteando grupos de hinchas bufonescos, disfrazados con las prendas que representan a su equipo, bastante bebidos la mayoría pues llegan a las inmediaciones del estadio muchas horas antes de que empiece el encuentro. Un miembro de uno de estos grupos me pidió al pasar que le hiciera una foto con sus amigos, allí presentes: querían inmortalizar el momento. Seis ó siete tíos me miraron con sonrisa socarrona, posando cogidos con un brazo por encima del cuello del que tenían al lado y la mano libre con el vaso de plástico lleno de cerveza o cubata. “¿Lo queréis con el estadio de fondo, me imagino?”, les pregunté solícita y pelota. “Sí, sí, claro…”, me dijeron bobalicones. “Voy a contar hasta tres”, les advertí, aunque pensaba más bien en un puñado de presos en un pelotón de fusilamiento. Ellos parece que también sabían contar. “Si no ha salido bien os la repito”, comenté hipócrita. “No, no, así está muy bien, gracias”, me contestó el que me pidió la foto. A ellos les da igual formar parte de una masa que no hace más que causar molestias y generar basuras, y lo último que me apetecía era ser amable, pero mi educación me impide dar rienda suelta a ciertas emociones. Además me produjo asco coger el móvil que me ofrecían para hacer la foto, porque tenía una funda roñosa e, imaginé, infecciosa.
En fin, que cada uno gaste su dinero, su tiempo y sus esfuerzos en lo que prefiera, pero para mí que esto es un desperdicio. ¿Será contagiosa esta desaforada afición? Espero que no.
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