Casi todos mis sueños suelen ser siempre pesadillas, pero el que voy a contar fue distinto a todos. De vez en cuando el subconsciente se cansa de sacar a relucir miedos y preocupaciones y hace emerger emociones hermosas, dormidas, nunca olvidadas.
Soñé con mi amigo Melchor, pero de una forma extraña, como son todos los sueños. Estábamos en unos jardines enormes, una mañana pletórica de sol, con un cielo muy azul. Era de ese tipo de jardines con setos muy verdes, cuidadosamente recortados, que siguen trazados geométricos, armoniosos. Grandes maceteros de piedra en forma de cáliz ofrecían flores multicolores.
Él tenía el mismo aspecto que la última vez que le ví, cuando teníamos 17 años, ya casi 18, pero estaba vestido con el clergyman que ahora lleva, como sacerdote que es. Era joven pero parecía mayor, la apariencia de antes pero con la disposición actual. A mí se me veía resplandeciente, con el aspecto que tengo en las fotos de mi perfil de Facebook, que son las únicas en las que he salido un poco bien últimamente, y que son las que él ve, pues esta red social es nuestro nexo de contacto a día de hoy.
Melchor también está muy contento. Acabábamos de bajar de un autocar en el que viajábamos los dos sin saberlo, pero es como si nuestro encuentro no fuera del todo fortuito, como si hubiéramos quedado para vernos después de tantos años.
Charlamos en aquellos preciosos jardines, dejándonos invadir por el tenue calor de un sol de primavera, envueltos en una brisa suave. Estamos rodeados de otras personas que no conozco, como si hubiéramos hecho un viaje de grupo para turistas. Sin embargo él parece estar en casa, la visitante soy yo.
De pronto él se aleja y vuelve enseguida con un bebé en brazos, que me muestra orgulloso y que me pasa para que lo sostenga y lo contemple mejor: es su sobrina, la hija de una de sus hermanas, cuya foto tiene puesta en su Facebook, una niña delicada, de piel blanca, pelo claro y labios carnosos. Me mira con arrobo mientras sujeto a su sobrina, y siento su afecto sobre mí como si formara parte de ese tenue calor del sol una mañana cualquiera de primavera.
Cuando me despierto aún conservo por unos instantes esa sensación de felicidad que me ha provocado el momento, el encuentro largo tiempo esperado. Pero no tarda en convertirse en una sensación diferente, agridulce, al comprobar que el instante se ha esfumado y que en realidad nunca tuvo lugar.
Y estos sueños son provocados, me imagino, por mi proyecto aplazado de hacer un crucero con mi hija por el Mediterráneo este verano. Uno de los puertos donde recalaríamos sería Roma, donde pensaba conocer la ciudad y de paso reencontrarme con mi amigo, si él pudiera, si estuviera libre de las muchas ocupaciones que tiene como miembro del Vaticano y pastor de una diócesis parroquial.
Cuando contestó emocionado a una carta que le escribí hace varios años (¿ocho? ¿es posible que haya pasado ya tanto tiempo?), me dijo que estaba a mi disposición si alguna vez me acercaba a Roma. Lo que no sé es si fue una fórmula de cortesía o lo dijo sinceramente y lo mantiene actualmente.
Su Facebook está inactivo, no parece querer mostrarse muy comunicativo, quién sabe lo que pasará por su cabeza. Pero a la mierda Facebook, ha servido para que nos reencontremos y poco más. Desde cuándo se escriben las páginas de la historia de una persona en un sitio semejante.
Sé que haré ese viaje, si no este año el próximo, y posiblemente no en un crucero, donde apenas tienes unas horas para conocer un lugar. Italia me llama, desde hace mucho tiempo. Hay que conocer lo mediterráneo, que es lo nuestro, antes de explorar otras latitudes.
De vez en cuando tengo sueños hermosos. Este podrá parecer soso y simplón visto desde fuera. Sólo el que lo experimenta sabe por qué siente lo que siente y ve lo que ve, y esa sensación y esas visiones son algo tan personal, irrepetible e intransferible como sólo pueden serlo los sueños. Sólo el que sueña entiende el sentido y el alcance de lo soñado.
Compruebo que, por muchas décadas que transcurran, y aunque parezca que todos hemos cambiado, en el fondo seguimos siendo los mismos. Lo he visto con antiguos amigos de entonces con los que también he contactado en Facebook. Crees que hará o dirán cosas diferentes por el hecho de tener 30 años más, pero no es así.
Mi cariño por Melchor está intacto, y me sentí feliz ante la idea ilusoria de que él compartiera conmigo algo que quiere mucho, representado en su sobrina. Para qué sirven los sueños sino para hacer realidad nuestros más íntimos anhelos.
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