De vez en cuando me gusta echar un vistazo en Internet a los últimos videos que hayan podido colgar con las ponencias de mi amigo Melchor, como representante religioso del organismo que en el Vaticano se encarga de la Cultura. No es que haya muchos, teniendo en cuenta la de años que hace que se dedica a esto, pero son interesantes, algunos más que otros.
El que dedicó al caso Galileo Galilei, sobre el que además escribió un libro, me llama la atención especialmente. Sempiterno tema de la Iglesia católica, a la que se atribuye la desgracia del científico. En la disertación de Melchor se aclaraban muchos aspectos. Habló de los dos procesos que la Inquisición le hizo, el 1º sólo en plan amonestatorio, sin más consecuencias, por el que se le obligaba a añadir la palabra “probable” o “hipotético” a algunos de los párrafos de un escrito suyo. Se vio favorecido además por la amistad que mantenía con el papa Urbano VIII, que le admiraba y tenía en gran aprecio.
El 2º proceso, bastantes años después, fue el definitivo. Galileo había conseguido publicar un tratado, engañando a todos sobre su contenido, en el que defendía, pese a haber sido advertido de que no podía hacerlo, las teorías copernicanas basadas en el heliocentrismo: todos los planetas giraban en torno al sol, que permanece estático, en oposición a las admitidas oficialmente que afirmaban que era el sol el que giraba en torno a los planetas. El pensamiento de Copérnico era puesto en duda en aquella época tanto como el ptolemaico, que argumentaba que el sol y los planetas giraban en torno a la Tierra.
En esta ocasión el papa Urbano VIII, ofendido por el abuso de confianza de que le había hecho objeto al publicar su tratado con engaños y amparándose en su amistad, se posicionó en el bando de sus detractores, algo que Galileo no esperaba. Se le condenó a la cárcel, pena que se conmutó en el momento, al aceptar abjurar de sus doctrinas, por la de arresto domiciliario. Además, según he podido leer, "durante el proceso, no sufrió trato vejatorio alguno, sino que se alojó (a cargo de la Santa Sede) en una vivienda de cinco habitaciones con vista a los jardines del Vaticano y con servidor personal. Después de la sentencia fue alojado en la maravillosa Villa Medici en el Pincio. Desde aquí se trasladó, en condición de huésped, al palacio del arzobispo de Siena, uno de los muchos eclesiásticos insignes que lo querían, que lo habían ayudado y animado, y a los que había dedicado sus obras. Finalmente llegó a su elegante villa en Arcetri, cuyo significativo nombre era "Il gioiello" ("La joya")".
Galileo pudo continuar sus estudios, publicar otro libro y recibir las visitas de científicos venidos de toda Europa. Tan sólo le quedó una obligación: la de rezar una vez por semana los siete salmos penitenciales, pero una de sus hijas, Sor Celeste (nombre más que apropiado para la hija de un astrónomo), se ofreció a hacerlo en su lugar.
Melchor admitió que fue un científico muy reconocido en su época, pero minimizó algunos de sus logros, como el hecho de que muchos crean que inventó el telescopio, cuando en realidad ya estaba inventado. Aunque ideó unas lentes de gran aumento nunca vistas, fabricó muchos de estos aparatos de los que reconoció que sólo unos pocos eran viables. También puso en duda su moralidad al convivir sin casarse con una mujer con la que tuvo muchos hijos, y a la que terminó despidiendo cuando vio peligrar su prestigio y su ascenso profesional. Además aseguró el futuro de sus hijos de manera desigual, pues colocó a los varones en diferentes puestos gracias a sus influencias y en cambio a sus dos hijas las mandó a un convento, “sin preguntar” afirmaba Melchor.
Galileo es conocido sobre todo por sus estudios de astronomía, quizá debido a estos procesos inquisitoriales de los que fue objeto, aunque en realidad sus especialidades y mayores logros fueron la mecánica y la física. Según se dice en la ponencia, tan sólo 100 años después de su muerte se empezó a atisbar el hecho de que el científico tenía razón en la mayoría de sus observaciones. Sólo con el papa Juan Pablo II la Iglesia reconoció su error, aunque como decía Melchor de nada le sirvió, porque este caso será siempre tomado por sus detractores como ejemplo del tradicional oscurantismo eclesiástico.
Pintura de Joseph-Nicolas Robert Fleury |
Durante la disertación se pasaron algunas diapositivas que ilustraron lo que se contaba, textos de Galileo, del Santo Oficio, e imágenes como la que aquí pongo, que según mi amigo se basa en una falacia: el científico no fue procesado en el lugar que indica, ni estuvo rodeado de las medidas de seguridad que en el cuadro aparecen.
Melchor comentó que cuando dio esta conferencia en Toledo, en cuyo seminario se inició en el sacerdocio, “un lugar viejo y destartalado, donde hacía un frío terrible en invierno y un calor sofocante en verano, pero en el que pasé años felicísimos, de crecimiento de la fe”, según sus palabras, un sacerdote, al terminar, le había dicho que hasta ese momento creía a pies juntillas que Galileo había sido quemado en la hoguera, pues es el método comúnmente admitido con el que la Inquisición saldaba los conflictos. En Internet he visto muchos sitios donde se afirma lo mismo con igual desfachatez. La ignorancia no tiene límites, al final cualquier hijo de vecino se convierte en inquisidor juzgando también los hechos de la Historia que no conoce.
Mi amigo terminó su exposición entre aplausos, pero él hizo un gesto que me llamó la atención: bebió el agua del vaso que tenía dispuesto mirando hacia abajo y serio, haciendo una mueca con la boca como de “así son las cosas, qué le vamos a hacer”. No creo que disertar acerca de este tema sea plato de gusto, porque le obliga a tirar por tierra la imagen de víctima que la gente tiene de Galileo, señalando sus errores y debilidades personales. En el fondo es destapar los pecados de alguien para refutar una idea equivocada, la de que el científico fue un mártir y un ejemplo a seguir en todos los terrenos. Él fue un hombre de su tiempo, que ha pasado a la Historia más por sus conflictos con la Iglesia que por sus logros profesionales. Seguramente ni él mismo quiso esta leyenda que se formó en torno a él, aprovechada por muchos para seguir defenestrando todo lo católico.
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