No me ha defraudado el libro de Cristina Morató, Reinas malditas, en el que da un amplio repaso a la vida de varias mujeres que han pasado a la Historia por sus peculiares circunstancias personales, víctimas de todo tipo de contratiempos, pero también habiendo gozado de la vida y los privilegios de su posición. Deliciosa la foto de portada, que bien podría pensarse que es la de alguna de las soberanas sobre las que trata, pero no, es el retrato de Lily Elsie (1886-1962), “cuya belleza y talento la convirtió en la actriz británica más conocida de la época eduardiana, así como en la más fotografiada”, según he podido leer.
El primer relato, el de Sissi, inmortalizada en el cine por Romy Schneider, es una de las más conocidas. Yo tuve ocasión hace años de visitar el palacio donde vivía en Austria y conocer sus costumbres, algunas de las cuales ya me llamaron la atención en su momento. Sin embargo, otras me eran desconocidas hasta que he leído este libro, como que tuviera varias hijas hasta que por fin llegó el varón, y que éste se suicidara siendo joven por un mal de amores. Su pasión por los viajes, su independencia, el gusto por la Naturaleza, el placer de los baños de mar en solitario, son algunos de los elementos que completan la visión que yo tenía de esta mujer.
De Mª Antonieta también sabía gracias a la película de Sofía Coppola. En ella se daba cuenta del lujo extremo con el que vivió, aunque sólo fue una aproximación a la verdadera reina. Detalles como lo joven que era cuando se concertó su matrimonio y llegó a la Corte francesa, su buen gusto en lo que a decoración se refiere, o lo mucho que quería a sus hijos, nos dan una idea muy alejada de la frivolidad con la que se ha tratado su figura. Me conmovió mucho la muerte de dos de sus hijos, la más pequeña por enfermedad, y el mayor, que sufrió un trato inhumano al ser separado de su madre y encerrado en una mazmorra, haciéndole creer que ella no le quería, cuando en realidad ya había sido ajusticiada. El pobre muchacho no tardaría en morir también.
La figura de Cristina de Suecia fue la que más me sedujo. Encarnada en la gran pantalla, cómo no, por la gran Greta Garbo, tenía ciertamente una apariencia masculina, una poderosa llama que atraía a todos los que la rodeaban, y un espíritu de libertad que exigió para sí a toda costa en una época en la que las mujeres vivían sometidas por normas estrictas, y más si se tenía una cierta posición. No sabía que sufrió maltrato en su niñez por una madre desquiciada, que dejó voluntariamente el trono para luego tiempo después volver a reclamarlo para sí, que viajó de un lado a otro sin rumbo fijo, abandonando sus diversos lugares de residencia cuando se cansaba o se le acababa el dinero, que fue derrochadora y bisexual, escribiendo cartas apasionadas a algunas mujeres que conoció, o que fue considerada una intelectual de su época, creando a su alrededor centros de cultura a donde acudían pensadores y artistas atraídos como abejas a la miel. Me conmueve especialmente este personaje, a la que se tachó de desequilibrada en más de una ocasión, y que sin embargo lo único que hizo fue vivir su vida lo mejor que supo sin hacer daño a nadie.
La vida de Eugenia de Montijo, eterna extranjera en la corte francesa, casada con un Bonaparte que le fue infiel casi desde el primer momento, y al que sin embargo quería, es la más desconocida para mí. Alabada por el gusto exquisito con el que se vestía, tuvo que soportar sin embargo la maledicencia de los que la rodearon, envidiosos y conspiradores, incluida su cuñada. Su hermana mayor fue su mejor amiga y confidente, y el amor que profesaba a un padre eternamente ausente debido a sus obligaciones políticas y a sus desavenencias con su madre, son las pinceladas que mejor retratan lo que fue la personalidad de esta mujer. Me emocionó especialmente la descripción de la última vez que estuvo con su padre, que pasó una corta temporada con sus hijas, a las que llevó a navegar, a nadar, al teatro y a todo tipo de actividades que normalmente no disfrutaban. Poco después él moriría por enfermedad. Eugenia de Montijo sobrevivió a su marido y a su único y adorado hijo, que falleció durante una batalla y de forma cruel, viviendo muchos años en soledad hasta su muerte.
La historia de Victoria de Inglaterra absorbió poderosamente mi interés. Otra película, hace pocos años, protagonizada por la peculiar Emily Blunt, ilustró sus inicios en la Corte británica, cuando aún era muy joven e impetuosa. Su particular forma de ser, el cambio tan radical que experimentó en la madurez, cuando se volvió tan rígida y austera, el apasionado amor que sintió por su marido, los muchos hijos que tuvo con él y el destino tan dispar de éstos, la descripción de los lugares en los que vivió, la gente que la rodeó y los sitios que visitó, son un conjunto sugestivo que parece sacado de una novela decimonónica. El suyo fue el reinado más largo jamás conocido, y murió con mucha edad.
El último relato es el de Alejandra, una alemana en la Corte rusa, con una infancia triste y un trágico final por todos conocido, el que sufrió la familia imperial. Sobre ella y los Romanov ya había tenido oportunidad de leer gracias al magnífico libro de Carmen Posadas, “El testigo invisible”, del que ya hablé en otro post. Una desconocida entre el pueblo, que nunca la quiso y la criticó por todo lo que hacía, fuera lo que fuese. Fastuosos ambientes, riquezas sin límite, y una fe profunda, que la ayudó a afrontar sus desdichas, en especial la enfermedad de su vástago, y la tragedia final. Recuerdo cuando fueron descubiertos los restos de los zares y sus hijos, que no fueron encontrados hasta muchas décadas después de su muerte, pero no sabía que les habían enterrado en un mausoleo, al que nunca faltan flores, ni que Alejandra hubiera sido canonizada como santa y mártir. Me pone los pelos de punta todo lo que pasó. No hay nada peor que vivir de espaldas a la realidad. Como en el caso de Mª Antonieta, la miseria de la gente puede hacer estallar un odio largamente acumulado que necesita chivos expiatorios.
Todas estas mujeres tienen en común el gran poder que llegaron a ostentar, la infelicidad por las continuas desgracias, la animadversación e incomprensión de su pueblo, el amor ciego a sus hijos, su enorme sensibilidad, una gran belleza en el caso de algunas, la pasión emocional y física por sus maridos (especialmente de Victoria de Inglaterra y la zarina Alejandra), y una fe inquebrantable. Al final nos preguntamos si estas personas que nacieron con tan privilegiadas posiciones fueron en realidad afortunadas. La sensación de que no somos dueños de nuestro destino y que nos vemos empujados una y otra vez a tomar derroteros que nunca hubiéramos sospechado ni querido, es la constante en estas historias. Pasamos por esta vida haciendo lo que buenamente podemos, y dejando una huella imperecedera con nuestras acciones y palabras, unas veces más acertada que otras. No juzguemos la Historia, ya que no la hemos vivido de 1ª mano, aceptémosla tal cual es.
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