viernes, 16 de mayo de 2014

El río Manzanares


Ventisquero de la Condesa, sierra de Guadarrama,
nacimiento del Manzanares
Hace poco hojeaba una revista sobre Madrid Río y su entorno, una publicación en papel couché con muy buenas fotografías a todo color del largo paseo creado con el soterramiento de la M-30 y negocios aledaños. En ella había una entrevista a un naturalista que decía algunas cosas que yo siempre he pensado, como creer, cuando iban a construir las zonas ajardinadas, que se parecerían más a una floresta, a un paisaje típico de los cuadros de Goya, gran retratista del entorno de madrileño, en lugar de a ese trazado tan rígido que hicieron después, que se parece a los laberintos donde colocan a los ratones en los laboratorios. Mejor está que estaba, pero se echa de menos la integración en la Naturaleza y, como decía este señor, el haber potenciado la fauna local, constreñida en un corsé de caminos y trozos de vegetación delimitados por pedruscos de dudosa armonía estética.

También pensaba, como él, que el río Manzanares ya no ha vuelto a ser el que era, y sobre este particular había charlado yo con mi hijo precisamente unos días antes de leer la revista. Todas las grandes capitales de Europa están atravesadas por un río, en torno al cual se genera siempre una gran actividad. Este cauce fluvial define a la ciudad por donde pasa, la identifica, le imprime carácter. En las márgenes de un río surge la vida, crecen los asentamientos, de él se nutre la población, su pesca, el agua para beber, asearse y lavar, el medio que usamos para llegar a otros lugares. Yo he conocido el Sena en París, el Támesis en Londres y el Rhin en Viena, y todos tienen mucha más importancia de la que se le da aquí al nuestro.

Un río como el Manzanares es un río con historia. Me encanta ver esas fotos de principios del siglo pasado, cuando las mujeres iban a sus orillas a lavar la ropa y tenderla. Hay imágenes muy bonitas junto al puente Segovia, una de mis zonas preferidas actualmente. También se ven competiciones de piragüismo, porque el río era un lugar para practicar deporte.

Cuando yo era niña se había convertido en un cauce apestoso, lleno de inmundicias, infectado de mosquitos en verano. La ciudad, en vez de rendirle el tributo que merece, depositaba en él sus vertidos, sus basuras. Se veían incontables renacuajos flotando, lo único vivo que quizá tenía. Muchos años después se lo depuró, se construyeron casetas para los patos y se pobló de una fauna ornitológica que no duró mucho. Hay quienes dicen que los chinos los cazaban para servirlos en sus restaurantes, o que había muchos más machos que hembras y durante la época del apareamiento las terminaban ahogando en su frenesí reproductor.

No hace mucho que llegaron las gaviotas, para nuestra sorpresa, pues las solemos asociar a las áreas marinas. Parece que hay pesca suficiente para calmar su apetito. Ante la escasez de alimento en los sitios donde viven, cada vez se adentran más tierra adentro para encontrar su sustento. Igual que pasa con los osos en ciertas zonas de bosques de EE.UU., y otras especies que abandonan su hábitat y van a lugares que no les son propios, para poder sobrevivir, incluso teniéndose que encontrar con el hombre, ese ser al que todos temen, y con razón.

La Almudena sobre el río Manzanares
No sé si el Manzanares podrá ser navegable alguna vez, no en todos los tramos porque hay esclusas y algunos puentes son bajos, pero es largo y habrá recorridos que sería muy agradable poder hacer navegando. Desde donde nace en las montañas, atraviesa zonas de campo libres de contaminación, y es aquí donde el agua es más fresca y limpia. No tiene tanto caudal como esos ríos europeos a los que hacía mención, pero es igualmente espectacular. Démosle el valor que se emrece y cuidémoslo si queremos disfrutar de él y de su entorno. Es un lujo un poco de Naturaleza en medio de la gran ciudad.

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