- He borrado un comentario que me han hecho al post que hace tiempo escribí sobre Lech Walesa por encontrarlo excesivamente duro y más bien grosero. No es la 1ª vez que me encuentro con uno así, ya que la gente suele expresar poco su opinión y cuando lo hace prefiere las críticas negativas y poco constructivas a las positivas. Yo creo que cuando algo te gusta también hay que decirlo, no se debe dar por descontado.
Cuando se trata un tema como el de la política no es difícil que surjan voces opuestas a la tuya. Lech Walesa ha sido siempre una figura polémica, y sigue suscitando opiniones encontradas, pero el que me hizo el comentario era un radical de izquierda de los de colmillos afilados y espuma en la boca, desaforado, ciego, iracundo. Qué difícil es para algunos respetar la diferencia, no admitir más ideología que la suya, no desacreditar al que no piensa como tú y de forma grotesca.
El censor me acusó de no tener ni idea del tema, de opinar sobre él “de oídas”, de ser simplista, ignorante e ingenua. Soy consciente de que tiendo a pensar y a escribir de esas 3 maneras, me falta fundamento y conocimientos en muchas cosas, pero no admito descalificaciones de a saber quién. No hay verdades absolutas en política y en casi ningún ámbito de la vida.
Sigo creyendo lo mismo sobre Lech Valesa, y como yo muchísima gente, pero todos somos libres de disentir, y por supuesto a nadie se me ocurriría imponer mi criterio. Lo interesante es encontrar la manera de hacerlo sin ofender y sin ofuscarse. Detesto los totalitarismos, las ideas unívocas, la rigidez mental, la censura. Esos que defienden ideas más “libres” en teoría, se radicalizan tanto a veces que terminan convirtiéndose en esos mismos déspotas y manipuladores que pretenden erradicar. Lamentable contradicción, pero así es.
- Me han mandado de nuevo un correo que la 1ª vez que lo vi me llamó mucho la atención: una niña de unos 3 años, preciosa, realizaba las diversas actividades de su vida cotidiana con unos tubitos metidos en la nariz y conectados por un tubo más largo a un aparato que un perro, su mascota, cargaba sobre su cuerpo.
La niña padece una rara enfermedad, y gracias a la ayuda del animal podía llevar una existencia más o menos normal. Aparecía en las fotos tirándose por un tobogán en el parque, o sentada a la mesa comiendo, entre otras cosas, y en una de ellas abrazaba tiernamente al perrito, que se dejaba querer. Lo que me recuerda a lo que siempre he pensado sobre los perros lazarillos que tantas veces vemos por la calle, guiando a algún invidente. No sé hasta qué punto utilizar así a los animales es lícito o no.
Abusamos de su docilidad, de su capacidad de adiestramiento, de su nobleza natural, y por ser animal y no humano concedemos menor importancia a su vida, a sus necesidades o a lo que quiera hacer. Porque ellos también tienen voluntad aunque nosotros nos empeñemos en anulársela a fuerza de domesticación. Realmente es una cruz tener que ser el soporte de enfermos y minusválidos de por vida. Lo mismo que cuando se utilizan delfines o caballos para despertar las emociones de los autistas, ya que con los animales pueden abrir su mente como no lo consiguen hacer con sus iguales. Por algo será.
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