lunes, 2 de junio de 2014

Un muy agradable encuentro


Estaba yo tranquilamente sentada leyendo una revista en la estación de Villalba, ayer, cuando después de mucho rato allí esperando a que llegara el tren que me habría de llevar al Escorial, de repente oigo la voz de Pepi, una prima carnal de mi padre: “¡¡Piliiiiiiii!!” exclamó sorprendida (ella es un poco escandalosa). Al levantar la vista la encontré con dos de sus hermanas, que iban al mismo destino que yo.

A Luisa y Tere las conocí en Facebook. Esta es una de las razones por las que ha merecido la pena usar esta red social: me ha permitido contactar con miembros de mi familia a los que hace tiempo que no veo o incluso no conocía personalmente, como es el caso. Ellas ya le habían echado un ojillo a las fotos de mi perfil, por lo que conocían a mis hijos, y me habían escrito alguna cosa, siempre afectuosas.

Cuando llegamos al Escorial ya me habían envuelto con su cariño como una tela de araña, y mis planes de pasar el día en el campo, leyendo, contemplando el paisaje y disfrutando de la Naturaleza, algo que sólo hago una vez al año, se fueron al traste. Tere creo que fue quien me dijo que me quedara con ellas a comer, cosa que hicimos nada más llegar pues ya era tarde.

Nos sentamos en una terraza con sombrillas amarillas cerca de la calle Real, y coincidimos todas al elegir de 2º plato cordero, que disfrutamos con una animada conversación. Mientras hablábamos me fijaba en ellas y me asombró lo diferentes que eran para ser hermanas, no sólo físicamente sino también en su forma de ser. Lo que sí tenían en común, a parte su característico acento de Ceuta, de donde es toda la familia de mi abuela paterna, era su alegría y su calidez, además de ir estupendamente arregladas, su pelo, su maquillaje, ropa cómoda pero estilosa... La edad no había estropeado su belleza, eran muy guapas.

Estar viéndolas era un poco como volver a tener a mi abuela delante. Luisa es la que más me recordó a ella en su apariencia, y Tere me trajo a la mente a mi tío Fonchi, el hermano mayor de mi padre. A Pepi sí la he tratado porque vive cerca de mi barrio. Ella no me recuerda a nadie de nuestra familia, tiene una belleza distinta a las otras, y a pesar de los años conserva su mirada de ojos oscuros y profundos.

Compartimos nuestras preocupaciones y alegrías, y sobre todo nuestros recuerdos de seres queridos que ya no están: mis abuelos, las hermanas de mi abuela, mi tío Fonchi y su mujer la tía Pepi. Hablamos de mis primos. Ellas tienen la inmensa fortuna de contar con una familia muy unida, porque aunque hace a lo mejor 3 décadas que no ven a algunos de sus primos, como tuvieron una infancia feliz todos juntos en la playa de Ceuta, donde lo pasaron tan bien y eran como hermanos, ese afecto se ha mantenido intacto a lo largo de los años, y la falta de contacto se ha debido sólo a que la vida nos pone a unos lejos de otros, pero sólo geográficamente. Me habría encantado que con mis primos hubiéramos estado más unidos, como ellos, tal como debe ser.

Tere me quiso liberar del compromiso cuando ya habíamos terminado de comer, diciéndome que me podía ir al campo como tenía pensado, que no querían interrumpir mi jornada de descanso, pero ya era muy difícil renunciar a su compañía, y además me pareció feo dejarlas solas y no enseñarles El Escorial, en el que Pepi sí había estado varias veces con su difunto marido, pero que ni Luisa ni Tere conocían.

Fuimos, cómo no, al monasterio. Antes de entrar nos hicimos muchas fotos en la lonja y ya dentro se quedaron maravilladas con la belleza del interior. El órgano nos ofreció un improvisado concierto, providencial coincidencia, pues no siempre se puede escuchar cuando se visita. Luego recorrimos el Jardín de los Frailes, en un lateral del edificio, que yo recordaba cuajado de rosas fragantes en las muchas veces que estuve por allí con mis padres, mi abuela materna y mi tía Carmen. Ahora tenía muchas menos flores, pero los setos estaban cuidadosamente recortados siguiendo trazados geométricos, lo que me recordó al sueño que relaté en el post anterior. Además estaba abierta una zona que nunca había podido transitar antes, en el lado opuesto al estanque, verdoso y con dos cisnes blanquísimos flotando de un lado a otro.

Visitamos el museo de arquitectura y el de pintura, que nunca había visto a pesar de las muchas veces que he estado allí. En la zona de arquitectura se veían planos del monasterio, maquetas de cuando lo estaban construyendo y luego ya terminado, lucernas de la época reproducidas allí, de lo poco que se ha conservado tras un pavoroso incendio hace 5 siglos, los enormes ganchos, cuerdas y poleas utilizados para levantar los monumentales sillares de piedra, los instrumentos que se usaban entonces en las canteras y los diversos materiales que se emplearon: mármol, jade, pizarra, etc. Se veían en las paredes de muchos tramos por los que íbamos los azulejos blancos con dibujos azules originales, y los cristales de las ventanas, que no eran del todo translúcidos.

A Pepi, que pinta cuadros, le interesó mucho lo que tenían expuesto en la zona de pintura. Había además mobiliario de entonces, del que me llamó la atención las andas que utilizaba Felipe II en sus desplazamientos, y la cama donde murió. Había un pequeño Cristo de alabastro precioso en una vitrina.

Después fuimos al Panteón. Para llegar a la zona donde están los reyes había que descender por una escaleras suntuosas hechas con dos clases de mármol, todo muy oscuro y brillante. Una gran lámpara dorada y muy abigarrada en su decoración a base de grandes ángeles gorditos sujetando las luces colgaba en el centro de una nave circular. Pudimos ver a Alfonso XII y a su hijo Alfonso XIII descansando uno encima del otro. Tere preguntó dónde estaban los padres del Rey, y le dijeron que en el pudridero, donde tienen que reposar 40 años antes de ser llevados allí. La verdad es que Impresiona estar cerca de personajes tan ilustres que forman parte de nuestra Historia, vidas trágicas la mayoría.

En las estancias siguientes descansaban los infantes de cierta edad, tumbas blancas con adornos dorados casi todas, y en varias salas los niños. Tere se entristeció pensando en aquellos seres tan pequeños que no habían tenido oportunidad de vivir apenas, muertos por enfermedades o por heridas infectadas para las que por aquel entonces no había remedios como los que hay ahora. Me llamó la atención la tumba de un infante, que murió joven, por tener una figura esculpida sobre ella, tendida boca arriba con los ojos cerrados, que representaba un caballero vestido con los ropajes de un guerrero. Su rostro era muy bello, perfecto.

Acabamos hechas polvo de tanto subir y bajar escaleras, por lo que decidimos tomarnos un descanso antes de coger de nuevo el tren. Nos tomamos unos picatostes, ellas con café y yo con chocolate (cómo me salté el régimen ese día) en la terraza de uno de los hoteles de la calle Floridablanca. Venga risas, venga bromas. Me comentó Luisa su intención de jubilarse este año, aunque temía el cambio en su vida tras tantos años trabajando.

Volvimos a la estación por el atajo que tomaba yo con mis padres y hermana en mi niñez. Pepi me estuvo hablando de sus hijos y nietos, muy ilusionada. A Luisa y Tere les gustó la placidez del camino, sin la molestia de los coches.

El viaje de regreso se hizo largo, porque el tren tardó en venir y paró en muchas estaciones. Ya era tarde y estábamos cansadas, pero me sorprendió la vitalidad de estas mujeres que, con su edad, se animaban a conocer sitios y a disfrutar de la vida con tanta energía y humor, como seguramente siempre han hecho. El afecto que hay entre ellas, que tan pronto se cogían del brazo como de la cintura o se pasaban la mano acariciando la espalda de la otra y diciéndose cosas bonitas me maravilló, pues no es fácil ver hermanas que se lleven tan bien y se quieran tanto, al correr de tantos años. A mí también me trataron así Luisa y Tere, y eso que acabábamos de conocernos.

Divertidas, joviales, se quedaban con todo el mundo allá por donde pasábamos. Ya sólo en la taquilla al comprar las entradas para el museo estuvieron bromeando con el que nos atendió, muy saborío por cierto, regateando el precio con lo de la edad, hasta el punto de que Luisa consiguió pagar menos alegando que este es el año en el que cumplirá los 65, aunque aún no los tenga, y lo hizo con tal gracia que el de la taquilla terminó accediendo. Ya que se tienen años por lo menos sacarles partido. Generosas siempre, no me dejaron pagar nada, ni el taxi de vuelta a casa.

Esta mañana les mandé por el móvil, cuyo nº me dieron sin que se lo pidiera en el tren de regreso, las dos únicas fotos que hice, de los jardines a través de unos ventanales del museo de pintura. Tere tiene en su móvil las muchas fotos que nos hicimos de grupo, aunque en ninguna salimos todas a la vez porque no sabemos hacer selfies. Me han contestado diciendo que les gustaban mucho y que estaban encantadas de haberme conocido y de haber pasado el día conmigo. A mi padre lo quieren mucho. Tere añadió que estaban listas para ir de nuevo de excursión, en los pocos días que aún van a estar en Madrid, pues Luisa vive en Canarias y Tere en Ceuta. “Sois inagotables”, le contesté en un mensaje. Parece mentira con lo cansadas que estábamos ayer y lo madrugadoras que son ellas, y ya estaban repuestas.

Hay coincidencias en la vida que parecen milagros, y este muy agradable encuentro ha sido una de ellas. Ellas esperan repetir conmigo, y yo me apunto, a ver si se me pega algo.

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