viernes, 20 de junio de 2014

Coronación


Cuando me levanté hacía casi una hora que Miguel Ángel, mi hijo, tenía puesta la televisión para ver la coronación de Felipe VI. Un helicóptero había estado sobrevolando sin parar mi barrio desde 1ª hora de la mañana, ya que por nuestra proximidad al Palacio Real siempre que va a haber un acto oficial se extrema la vigilancia. Yo llegué en el momento clave, cuando el vehículo que llevaba a la pareja real se detenía junto al Congreso. Al descender pudimos admirar la elegancia y buen gusto de las vestimentas. No es frecuente ver a Leonor y Sofía en directo. Iban preciosas, y le dieron un toque risueño a la ceremonia.

Me pareció muy significativo el gesto de D. Felipe al llegar al hall del Congreso: se pasó la mano por la frente, como aliviado. El baño de multitudes siempre entraña sus riesgos, no tanto por su seguridad como por la incertidumbre de no saber cómo será acogido. Escuchar abucheos como los que se suelen oir en la Pascua Militar no sería muy grato en momentos como ese. Aunque sea por humanidad, por consideración hacia las niñas que ninguna culpa tienen de la animadversación que despierta la institución entre cierto sector: no es agradable ver cómo tu padre es insultado públicamente.

El discurso dicen que fue un poco corto, pero a mí se me hizo largo. D. Felipe dijo que quería llegar a ser un Rey del que los españoles pudieran sentirse orgullosos. Me gustó cuando habló de lo que deseaban y esperaban los de su generación, en la que me incluyo. El contenido no estuvo mal, pero me gustaban más los discursos de su padre, tenían menos rigidez, o quizá era su forma de pronunciarlos. La alusión a las víctimas del terrorismo fue largamente ovacionada, así como la mención a su madre, que le tiró un beso desde donde estaba y recibió puesta en pie los aplausos de los asistentes, junto a su llorosa primogénita, que se emociona mucho en estas ocasiones especiales. Me gustó el reconocimiento que hizo su hijo a su labor, 50 años como esposa y madre y 35 como reina. Dª Sofía lucía un vestido precioso. La vi un poco desangelada, en medio del Congreso, ausentes su marido y su otra hija por razones de todos conocidas. Si la abdicación se hubiera producido hace 10 años, que es cuando tocaba, muchas de estas cosas se habrían evitado. Luego vi a familiares sentados cerca, en un 2º plano, por lo que no estaba sola.

Al mencionar a sus hijas Leonor y Sofía los asistentes no supieron reaccionar a tiempo. Se produjo un silencio un poco embarazoso y las niñas miraron a la concurrencia con ojos enormes y expectantes. Luego, tras un rumor de risas, aplaudieron brevemente. Era como si D. Felipe fuera presentando a los participantes de alguna representación, tal y como se hace en un escenario teatral.

Los que estuvieron impresentables fueron los presidentes de Cataluña y el País Vasco. Se mantuvieron todo el tiempo hieráticos, sin aplaudir ni participar en nada de la ceremonia. Para eso mejor que no hubieran ido. Y encima los pusieron en la 1ª fila de la zona que ocupaban los representantes autonómicos, cerca de la Reina Sofía, con lo que el contraste y la descortesía fueron más que evidentes. Los tenían que haber puesto en un sitio donde no se les viera, aunque con lo soberbios que son seguro que habrían protestado.

Los ex presidentes de gobierno y los padres de la Constitución tampoco estuvieron mucho mejor, pues lucieron un gesto desabrido, entre tristones y malhumorados.

Los signos reales, la corona y el cetro, lucían a un lado sobre un cojín satinado. Eché en falta que hubieran sido lucidos por el nuevo Rey y no que sólo formaran parte del atrezzo.

Breve parada militar a la salida del Congreso, y viaje en el Rolls Royce descubierto con el ya nuevo Rey de pie saludando. No se supo hasta el último momento si iría en coche cubierto, como a la llegada, o de esta otra manera. Su marcha por el paseo del Prado, donde no hace mucho desfiló el cortejo fúnebre del que fue presidente de gobierno, Adolfo Suárez, en aquel aciago, nublado y frío día de viento, fue una fiesta de banderitas y vítores. Yo, que trabajo al lado, pude ver los preparativos los días anteriores, la profusión de flores, las banderitas colgadas en las farolas, las vallas preparadas con la bandera de España, y las banderas que se desplegaron en la fachada del Ayuntamiento, tan grandes que quedaban a pocos metros del suelo.

El saludo de los nuevos Reyes con sus hijas desde el balcón del Palacio Real era un momento muy esperado. Nos recordaba al que hicieron desde ese mismo lugar diez años atrás, el día de su boda. Como siempre un gesto romántico entre ellos: él le daba un beso en la mejilla y ella le acariciaba el rostro. Dª Letizia estuvo en todo momento pendiente de sus hijas, dándoles indicaciones. Las niñas, cansadas de tanta ceremonia y con el calor que a esas horas hacía ya, saludaban a los asistentes que abarrotaban la Plaza de Oriente con cierta desgana. Después se sumaron D. Juan Carlos y Dª Sofía, y ésta repartió besos entre todos, incluido su marido, en uno de los muchos gestos de afecto y generosidad que han sido su sello personal. El último en abandonar el palco fue D. Felipe, no sin antes dirigir un último saludo a la multitud y llevarse la mano al corazón en un gesto que me conmovió. Se le veía un poco triste, a pesar de la alegría del momento. Seguramente habría querido que las cosas hubieran sido diferentes, sobre todo en lo que a su familia se refiere. Siempre hay algo que empaña los grandes acontecimientos, y deja un recuerdo agridulce en la memoria.

En la recepción del Palacio Real sentí lástima por las niñas, teniendo que dar la mano a las 2000 personas que pasaron por allí. En algunos medios se habla de 3000. Me llamó la atención la presencia de Bisbal. Siempre invitan a representantes de todos los sectores sociales. Quién le iba a decir hace unos años que estaría en ese lugar en un momento tan crucial para la historia de nuestro país. Me fijé en la frialdad con la que D. Felipe saludaba a Artur Mas, a pesar de los esfuerzos de éste por parecer amable y cortés. Tras el desplante del Congreso, cuando se negó a aplaudir y participar como el resto, no podía esperar otra cosa, a no ser que no esté bien de la cabeza, como parece ser. El besamanos de D. Felipe a su madre también me pareció frío pero por parte de ésta. A pesar de lo orgullosa que está de su hijo y de que calificó el discurso que hizo como emocionante, los problemas que acarrea últimamente la familia real han podido en el ánimo de sus miembros, que ya no lucen como solían las sonrisas encantadas y el brillo de ilusión en los ojos, ahora todo es más forzado, como el que se ve obligado a llevar una pesada carga y aparentar que no pasa nada. D. Felipe se parece ahora más que nunca a su madre y a la infanta Elena. No lo parecía así antes, los años nos van transformando.

Me encantó cómo hizo el seguimiento de la ceremonia la periodista Ana Blanco, acertadísima y educada en todo momento. No así los comentaristas que la acompañaban, que parecían hacerlo bien en un principio, aunque un poco cargantes, hasta que de repente empezaron con alusiones a los escándalos en los que se ha visto envuelta la familia real, con un tono agresivo que iba in crescendo y que estaba totalmente fuera de lugar, eran como un pequeño tribunal de la inquisición, o como una corrala vecinal donde cacarean las harpías sobre lo que no saben ni les concierne. De sobra sabemos lo acontecido, no hace falta seguir poniendo las banderillas al toro. Fue deplorable. Ana Blanco salió al paso como pudo, siguiendo con la retransmisión, que era lo que tocaba, con un estilo impecable.

La prensa extranjera ha criticado que la ceremonia fuera tan breve y tan carente de boato, y que no se invitara a los representantes de las casas reales europeas. La monarquía inglesa se sorprendió de que no hubiera Misa y de la ausencia de los signos externos inherentes al cargo, además del papel en exceso preponderante que se concede aquí a la familia. Alabó en cambio el uso del Rolls Royce, un coche que es tan de su gusto. Sí es verdad que se echó de menos el lujo a que nos tienen acostumbrados estos eventos. Recuerdo que la coronación de los anteriores Reyes fue mucho más vistosa. Con la excusa de la crisis y de que no hay que derrochar se deslucen momentos irrepetibles de nuestra historia. Es como si nuestra monarquía tuviera que funcionar de tapadillo, acomplejada y pacata, justificando eternamente su razón de existir.

En Gran Bretaña también ha habido escándalos en la familia real y ello no les ha impedido seguir luciendo sus enseñas, forma parte de la institución. Allí les tienen un enorme respeto, a pesar de la dureza de su prensa amarilla. Además los utilizan como gancho turístico, se venden mucho todo tipo de imágenes y objetos con su retrato.

De los muchos comentarios que oí en televisión se me quedó grabado uno en el que se aludía al difícil momento que atraviesa nuestra monarquía, no sólo por la crisis, y que D. Felipe tendría que enfrentarse a un panorama mucho más complicado que el que tuvo su padre cuando fue coronado. Hace poco veía una viñeta en Internet en la que se veía a D. Juan Carlos y D. Felipe, metidos en una enorme corona en llamas que, a modo de embarcación, navegaba a duras penas en medio de un mar embravecido, mientras remaban desesperados y el hijo exclamaba: "¡Papá, vaya momento has elegido!". No estoy de acuerdo con esto: cuando D. Juan Carlos llegó al trono hacía muchas décadas que la institución había desaparecido de España, y tuvo que poner en marcha una maquinaria en desuso que estaba más que oxidada. Él tampoco tenía claro que la gente los quisiera. El nuevo Rey sólo tiene que continuar lo ya iniciado, procurando mejorarlo y haciendo olvidar los errores pasados.

Me hizo reir un comentarista que llamaba a D. Felipe “nuestro niño”, porque le hemos acompañado desde su nacimiento, le hemos visto crecer. En realidad sigue teniendo cara de niño, a pesar de sus 46 años, sobre todo ahora que se ha quitado la barba. Le daba un aspecto muy distinguido y le hacía parecer mayor.
Hoy empezaba con fuerza su nuevo cometido, reuniéndose con el presidente de gobierno. Es un momento largamente esperado, para el que se ha estado preparando toda su vida. Su primer viaje lo hará a Marruecos, donde es bien sabido que su padre tiene magníficas relaciones, que nos son muy provechosas. Viajará por Europa para presentarse oficialmente. Qué pasará en el futuro, nadie lo sabe, pero confiamos en que será lo mejor.

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