martes, 17 de junio de 2014

Un poco de todo (XVIII)


- Esta peculiar foto que hace no mucho usó Ikea para anunciarse, siguiendo su costumbre de utilizar imágenes que llamen la atención, me produce una mezcla de espanto e hilaridad. Es tan poco corriente ver hoy en día a una familia numerosa que resulta hasta chocante, y más con la actitud de la que aquí se nos presenta. Lo 1º que me viene a la cabeza es el tópico de “se nota que no tienen televisión”.

Es una tribu un poco imposible, pues los niños tienen más o menos las mismas edades. La cara de ella es un poema, nuevamente embarazada y con cara de no haber roto un plato en su vida. Los pequeños, todos tan de verde, tienen cara de aburrimiento.

Todo lo contrario de la foto de una familia que vi en la documentación que, por mi trabajo, tengo que manejar. Reviso los carnés de familia numerosa de los viajeros que usan ferrys, y hace poco me llamó la atención una en la que todos sus miembros sonreían complacidos a la cámara, muy juntos y cogidos unos a otros. Acostumbrada a las fotos oficiales, donde como mucho se puede ver alguna leve sonrisa, esta imagen me encantó. Qué afortunados son algunos, no lo saben bien.

Las familias con mucha gente, de todas maneras, siempre han despertado mi curiosidad, es como un pequeño equipo de fútbol, o un ejército en miniatura que, bien organizado, es capaz de muchas cosas. En el fondo me hubiera gustado pertenecer a una familia así, o haber podido formar yo una. Es mucho trabajo, pero creo que merece la pena.

- Hace poco me vino a la cabeza una de esas ideas delirantes que tengo a veces, como cuando imaginé que mi barrio estaba sumergido a muchos metros bajo el agua y se podía ir buceando de un pìso a otro del edificio donde vivo, donde todas las puertas estaban abiertas y los vecinos seguían haciendo su vida como si tal cosa, pero a cámara lenta.

En esta ocasión me dio por pensar, aunque no es la 1ª vez, que las fuerzas que sostienen nuestro planeta en esa ingravidez espacial dejaban de actuar y el mundo entero caía de repente. En mi cabeza intentaba recrear cómo sería ese momento: el mar desprendiéndose del lecho marino, alzándose y traspasando la atmósfera, junto con el resto de seres vivos y objetos que pueblan la faz de la tierra, elevándose inesperadamente con una fuerza inusitada, catapultados hacia lo que conocíamos como cielo. Vientos nunca antes conocidos, semejantes a los que soplan sin cesar en otros cuerpos celestes, envolverían nuestro ecosistema y rematarían el cuadro destructor. Sería como ir en caída libre, y puesto que el cosmos es infinito, nunca terminaríamos de caer, hasta que no quedara vestigio alguno de lo que fue el planeta, totalmente devastado, una roca inerte en perpetuo desplazamiento descendente. Pero ¿a dónde caeríamos?.

Y todo fue porque leí algo sobre la materia oscura, ese algo indefinido que constituye el espacio interestelar en el que flotamos, en un milagroso equilibrio que a mí siempre me ha producido vértigo. Profundamente oscuro, insondable e insonoro, Que nuestra permanencia en el cosmos dependa de una cosa tan intangible y misteriosa me produce una gran inquietud, y el hecho de que haya funcionado así desde hace millones de años no me reporta mucha tranquilidad. Hablamos de materias y dimensiones que escapan a la comprensión humana. Nueva sensación de vértigo. Mejor no pensarlo, confiemos en el armonioso mecanismo de la Madre Naturaleza, que funciona más allá de lo que hagamos, pensemos o podamos decir.


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