miércoles, 27 de agosto de 2008

Algo personal


Se preguntaba Reverte en un artículo reciente cómo pudo hacer las maquetas de barco que tiene en su casa, “de dónde saqué la pericia precisa”, decía. “Amor, supongo”, continúa, “amor al mar, a lo que esos barcos representaban, a la historia”.
Decía que normalmente es torpe, inhábil y patoso para las manualidades. Y ésto me recordó lo que a mí me pasó cuando se casaron mi hermana y mi cuñado: quise hacerles un regalo a parte del que ya le había hecho que estuviera confeccionado por mí, algo personal que no hubiera sido comprado en una tienda. Miré los escaparates en los que había cestas de mimbre adornadas maravillosamente (carísimas por cierto), y decidí intentar hacer yo algo parecido.
Me hice con una cesta grande, redonda y de asa alta. Compré gasa transparente, tiras de raso blanco, volantes de algodón calado blanco, y una tela suave parecida a la seda de color hueso. Con esta tela forré el fondo, la gasa la cosí alrededor, y los volantes y el raso siguiendo el borde. El asa la forré con el raso.
Mi hermana me ayudó, faltaban pocos días para que se casaran. Aquello serviría para que metiera los regalos de recuerdo que iba a repartir en su boda. Ahora adorna su casa.
Yo, que no sé costura, que cuando coso un botón se cae a los dos días, que cuando zurzo un agujero se vuelve a abrir, que cuando meto un dobladillo se descose al poco tiempo, yo, que tampoco soy hábil con nada que sea manual, conseguí que aquello quedara precioso, sin haberlo hecho nunca antes y sin que nadie me dijera cómo tenía que hacerlo.
Con mi hija por su comunión hice lo mismo: conseguí una cesta grande rectangular con dos asas laterales, y le cosí alrededor unos volantes también de algodón calado blanco y tela de raso de color rosa. También sirvió para llevar los regalos de recuerdo para los invitados.
Por amor, como dice Reverte, se llevan a cabo cosas que nunca sospechamos que pudiéramos realizar, y que es difícil que volvamos a repetir, surgen cualidades que ignorábamos, saca de nosotros la ilusión, la energía y la imaginación necesarias y que de otro modo posiblemente nunca se pondrían de manifiesto.
Reverte, igual que yo, admira el trabajo de los artesanos, sea cual fuere, en un mundo en el que cada vez más predomina la fabricación industrial, el automatismo y las máquinas para hacerlo todo. “Lo singular, hermoso, útil y noble que siempre es capaz de crear, cuando se lo propone, el lado bueno del corazón humano”, escribe Reverte.
Quién sabe, igual que me ha dado por las cestas de mimbre me puede dar más adelante por otra cosa, no sé cuál será. Y es que nunca nos terminamos de conocer.

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