viernes, 22 de agosto de 2008

Billy Wilder y sus actores


Escuchando hace poco una larga entrevista que le hicieron a Billy Wilder para la televisión, me maravillaba de la locuacidad tan enorme de un hombre ya bastante mayor y tan aparentemente insignificante, pero que con su quehacer como director de cine ha dejado una huella imborrable en el imaginario social contemporáneo.
Hablaba de sus propias experiencias vitales, desde sus comienzos cuando era guionista, hasta ese momento. Pudo conocer de primera mano a todos los grandes artistas del mundo del celuloide durante varias décadas, y sabía cosas de ellos que no aparecen en las biografías oficiales.
De Marilyn Monroe dijo que era un puro caos: tan pronto decía a la perfección todas las frases de un guión de ocho páginas, como se bloqueaba con una sola frase. Podía llegar hora y media tarde al rodaje y decir simplemente que es que no encontraba el estudio. “Pero si llevas seis años contratada”, le dijo Wilder una vez. Era inútil.
Según él, era una persona llena de demonios interiores, y se movía acompañada de un ejército de médicos e hipnotizadores. Sin embargo, nadie como ella para entender la comicidad de un diálogo y saberlo interpretar, nadie como ella para mostrar ternura y sensualidad.
De Marlene Dietrich no habló demasiado bien, insinuando que era muy masculina. Estaba molesto con ella porque en alguna ocasión había querido ir a visitarla a su casa y le había dado todo tipo de excusas para que no fuera, como si no le apeteciera verlo en absoluto.
Gloria Swanson tenía cierta tendencia a sobreactuar, pues provenía del cine mudo, en el que todo lo tenías que transmitir sin palabras, sólo con gestos. Quiso hacerle primero una audición, algo que podía haber sido insultante para una artista consagrada como ella, pero accedió inmediatamente. Wilder admiraba su forma de actuar, heredada de los tiempos en que no existía el sonoro, un estilo que muy pocos habían logrado aprender y muy pocos supieron llevar a la práctica, y que pertenecía a una escuela que ya había desaparecido.
Gary Cooper era, según Wilder, un hombre muy elegante tanto en su aspecto externo como en sus maneras. Las mujeres lo adoraban porque sabía sacar de ellas sus más íntimas preocupaciones, las escuchaba con absoluto interés. Cuando te miraba, parecía estar siempre abstraído, como en otra parte.
Jack Lemmon fue un tipo muy serio en su trabajo, se exigía mucho a sí mismo, quería llegar a la perfección. Cuando rodó “Con faldas y a lo loco”, y ya disfrazado de mujer, tuvo que convencer y casi sacar a rastras a su compañero de reparto, Tony Curtis, que se había disfrazado también y, encerrado en su camerino, se negaba a salir por la vergüenza que sentía viéndose de esa guisa. Eran actores y personas muy distintas, pero funcionaban bien juntos.
William Holden estaba dedicado a las causas benéficas y era aficionado a los safaris por África y a hacer viajes a lugares exóticos y peligrosos. Tenía un enorme talento que estropeaba por su afición a la bebida, algo que causó el accidente que le costó la vida. “Podía pensar que William Holden moriría un día en alguno de esos viajes a los que tan aficionado era, pero no por caer y golpearse la cabeza con una mesilla de noche”.
A Audrey Hepburn la admiraba por su profesionalidad: sabía lo que costaba para una película tener que repetir muchas veces una escena. Consciente y muy responsable en su trabajo, facilitaba la labor del director. Tan sólo alguna vez, cuando estaba muy cansada, decía: “Me duele la cabeza. ¿Podemos dejarlo ya?”.
La lista de experiencias y vivencias que Billy Wilder tuvo con sus actores sería interminable. Él siempre disfrutó mucho haciendo su trabajo, tenía una aguda mirada, un ingenio despierto y mordaz, aunque como hombre inteligente y vividor que era, daba una de cal y otra de arena, muy realista con las posibilidades de sus actores, sabía lo que podía pedir y hasta dónde.
Se divertía enormemente escribiendo los diálogos cómicos de sus películas más divertidas, diálogos disparatados e hilarantes, y se apasionaba también con los guiones de sus films más dramáticos.
Hombre polifacético, decía que el cine debía servir para descubrir a la gente cosas que ignoraba, para hacerle pensar, y olvidar sus propias preocupaciones. Si eso se conseguía, el esfuerzo había merecido la pena.

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