martes, 19 de agosto de 2008

Somos de mar




Me pregunto cómo sería ir a la playa a finales del s. XIX. Me encantan esas fotos en las que se ve a los bañistas cubriendo sus cuerpos muy púdicamente con trajes de baño que apenas dejaban ver brazos, piernas y escote. Aunque son imágenes elegantes y bonitas, reconozco que debía ser un engorro tenerse que meter en el mar tan vestidos. Los hombres con sombrero de paja, las mujeres con sombrilla para protegerse del sol, los niños con traje de marinerito, jugando con cubos de metal, las casetas para cambiarse, las sillas de tijeras, la soga que salía del mar para que los bañistas se agarrasen si las aguas estaban un poco más movidas de lo normal ....
Nada que ver con lo que es la playa en la actualidad: trajes de baño minúsculos, sombrillas tamaño familiar, cubos de plástico.... No sólo ha cambiado el paisaje natural, sino también el paisaje humano: niños que corren y chillan sin parar, las parejas de enamorados entrelazadas y besándose en el agua donde ya se pierde pie, los mariquitas que juegan a ver quién se sube primero en la balsa hinchable rosa para dejarse mecer por las olas, los grupos de chicos y chicas metiendo mucho ruido, los grupos de matrimonios, ellas con todas sus joyas encima.... Y los conocidos de siempre, que se acercan a charlar un rato y como tienes que salir de la sombrilla consiguen que te quemes lo que todavía no te habías terminado de quemar.
Qué reconfortante es tumbarse bajo la sombrilla, entre sol y sombra, un día de esos en que la brisa no deja de correr y no se siente calor, mientras se escucha el murmullo constante del agua que llega a la orilla. Levantar la vista y ver el cielo tan azul y alguna pequeña nube muy blanca flotando. Cuántas paz. Incluso yo que no me quedo dormida en cualquier parte, soy capaz de dormirme allí.
Qué gozada nadar hasta donde el mar se oscurece por las algas, alejada de la playa y del ruido, con muchos metros de agua bajo mis pies, el agua transparente, los peces nadando cerca de mí, flotar en aguas tranquilas y limpias, con la única compañía de las gaviotas que vuelan muy próximas para posarse en alguna boya cercana. Las montañas a lo lejos, algunas veces cubiertas las cimas por nubes tormentosas, parece que se pueden tocar con la mano.
Es distinta la playa según el lugar en el que estemos. El mar en el norte no se percibe igual que en otras partes, no se nota en el ambiente, no se percibe su olor. También depende de la época del año. Las olas llegan de otra manera, la arena está siempre mojada y más parece barro que otra cosa.
El mar es la inmensa bañera del mundo, el lugar de donde dicen procedemos. De agua estamos hechos. Somos de mar.

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