domingo, 23 de agosto de 2009

Cumpleaños


A principios de este mes fue el cumpleaños de mi hija. Desde que su padre y yo nos divorciamos tenemos que pasarlo separadas porque coincide con las vacaciones de él. Éste es el tercer año que ésto sucede, y sigo sin poderme acostumbrar. Lo mismo pasa con las Nocheviejas y parte de la Semana Santa, aunque ésto último no importa tanto.
Lo normal es que estas cosas pasaran cuando los hijos son mayores y ya hacen su vida. Entonces es comprensible que no siempre puedan estar celebrando su cumpleaños con la familia, o que festejen el Nuevo Año con sus amigos fuera de casa. Las separaciones matrimoniales generan muchas situaciones antinaturales, aberrantes, y las ausencias en días señalados desde pequeños son algunas de ellas.
En ese día no puedo dejar de recordar cuando nació Anita. La esperaba para el día de mi cumpleaños pero, igual que le pasó a su hermano, se retrasó. Decidí ponerle el nombre del santo del día en el que iba a nacer, que estuvieron a punto de ponerme a mí. Pensé que con ella ya iba a ser la cuarta generación de Pilares de mi familia y ya era hora de romper la monotonía. También pensé que nuestro nombre parece que nos determina, porque ninguna de las otras tres generaciones de Pilares, entre las que me incluyo, ha logrado tener una vida realmente plena, y yo no quería que esa especie de maldición cayera sobre ella. Serán imaginaciones mías, pero por si acaso.
Su nacimiento fue mucho más sencillo y rápido que el de su hermano, menos doloroso. Como tuvo lugar a la 1 y 20 de la mañana el nido estaba cerrado y lo único que la pudieron hacer fue explorarla y lavarla, muy mal por cierto. Salí del paritorio con ella a mi lado, no como con Miguel Ángel que, como nació por la tarde se lo llevaron al nido enseguida y tardaron mucho tiempo en devolvérmelo. Nadie de mi familia o de la familia política nos estaba esperando al salir, pero no me importó: tenía a mi hija conmigo, todo había salido bien. Recuerdo que nos llevaban sobre la cama con ruedas por los pasillos del hospital, las puertas cerradas y en silencio, porque a esas horas todos dormían. No me pareció bien que le hubieran dejado restos de grasa y sangre, se ve que le habían hecho un lavado rápido y poco más.
Al día siguiente, por la noche, se declaró una tormenta con mucho aparato eléctrico. Nosotras estábamos en un piso bastante alto del edificio y era muy espectacular ver aquello desde las ventanas. Pensé que Anita había nacido bajo un signo de luz y fuego, y que todo en su vida estaría marcado por la pasión, que tendría mucha personalidad, como así ha sido.
Pronto se vió que para ser tan pequeña tenía las cosas muy claritas. En el colegio se llevaba bien con todo el mundo, pero como alguien intentara hacerla daño sin motivo, podía ser temible. En una ocasión, no sé si tendría cinco años, le arañó la cara a un niño que le había quitado la silla al sentarse para reírse de ella.
Según se fue haciendo mayor me pareció que era cada vez más especial. Su instinto maternal afloró muy pronto, y en el recreo los niños de cursos inferiores se acercaban a ella y buscaban su amistad porque a su lado se sentían protegidos.
Ana estudiaba el carácter de la gente y sabía a cada cual lo que le gustaba oir y cómo había que comportarse. Lo que a una niña pequeña se le podía escapar por su edad, ella lo captaba perfectamente y lo procesaba en su mente con bastante más madurez que a la mayoría de muchos adultos.
Cuando su padre y yo nos divorciamos se produjo la destrucción de su pequeño mundo y un terremoto sacudió su alma. Ella no podía comprenderlo, y lloraba con frecuencia, tanto si la veía yo como si estaba en su cama por la noche, intentando dormir. Nunca había sido llorona, nunca estuvo consentida. Pero la devastación no fue completa. Dicen que los niños tienen una capacidad para autoregenerarse de la que carecemos los que tenemos más edad. Sé que nos juzgó a ambos intentando ver quién había tenido la culpa de haber llegado a aquella situación, quiso encontrar una explicación. Aunque la nuestra no fuera una familia ideal, los niños es lo único que conocen y no les parece tan malo como a los mayores. Nunca sabrá lo mucho que me duele todo el dolor que le he causado.
Ella poco a poco fue asimilando la nueva situación e intenta comprendernos a todos. No se trata de tomar parte por nadie, pero sabe cómo somos cada uno y puede hacerse una idea del por qué de todo lo que pasó.
Me dice que ya se ha acostumbrado a que no pasemos su cumpleaños juntas, y no sé si lo dice para no entristecerme.
Ahora estoy en su habitación, donde está su ordenador, desde el que escribo todos estos posts. Tiene montoncitos de desorden aquí y allá, como por el resto de la casa, que no quiero ordenar, porque así me parece que no está lejos.
Este verano empezó a hacer vida social en la playa y, aunque casi no la veía, me encontraba feliz sabiendo que ella estaba disfrutando.
Desde que le vino la menstruación hace unos meses la veo crecer como la espuma. Se ha hecho una mujercita en poco tiempo, y ahora sólo espero aprender de ella muchos de los recursos que parecer tener para la vida, y de los que yo carezco.
Aún recuerdo aquel día, cuando la vi salir de mis entrañas, en aquella madrugada de verano, calurosa y eléctrica. Entonces supe que Anita sería una de esas personas a las que, una vez que las conoces, nunca dejan indiferente.

2 comentarios:

Nando dijo...

Bueno, no veo el motivo por el que debieras acostumbrarte a pasar el cumpleaños de tu hija sin ella. Llegará un momento en que podrás tenerla a tu lado en ese día tan especial, y entonces todos esos ratitos de pasarlo mal habrán merecido la pena.

Mucho ánimo, y recuerda: si te sientes mal, el vendedor del Slap Chop puede animarte el día.

pilarrubio dijo...

Creo que sí, que ese nombre es capaz de solucionarlo todo. Gracias y un abrazo.

 
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