viernes, 21 de agosto de 2009

Timidez


Dice el diccionario que el tímido es un ser temeroso, encogido y corto de ánimo. Sin duda es una persona que desea con toda su alma la aceptación social, alguien que es eternamente complaciente con los demás, aunque muchas veces no sea correspondido. El tímido es un ser sufriente, porque quiere formar parte de su entorno sin terminar de conseguirlo, siempre un poco al margen. Por ello valora sobremanera y guarda eterno agradecimiento a cualquiera que le muestre un poco de apoyo, afecto o comprensión.
Los estudiosos del tema afirman que tiene su “origen en la infancia y se alimenta con la costumbre de no tomar a los niños en serio, de no hacer nada por comprenderlos y de pensar que nunca tienen razón, que han de callarse y permanecer quietos”.
Ciertamente yo recuerdo así mi infancia, en una época en la que los padres tenían una forma de educar a sus hijos muy distinta a la que existe ahora. En casa nunca se nos preguntaba a mi hermana y a mí nuestra opinión, las cosas había que hacerlas como los adultos dijeran sin más. Nunca sentí que se me comprendiera, ni que realmente le importara a nadie lo que yo pudiera sentir. Se miraba únicamente el aspecto formal del asunto, si comía bien, si estudiaba, si era lo suficientemente educada… Cuando daba muestras de tristeza se atribuía inmediatamente a mi carácter un tanto "especial", a que era alguien poco agradecido con lo que se me daba.
Cuando visitábamos a abuelas y tías, nunca habríamos la boca y permanecíamos estáticas. Eso era lo normal, lo correcto. Los mayores hablaban de sus cosas mientras nosotras escuchábamos en silencio. La verdad es que siempre me ha gustado más oir lo que dicen los demás que hablar. En aquella época casi no tenía conversación ninguna, los pensamientos y sentimientos bullían en un eterno diálogo interior que sólo salía a la luz con la escritura. Creía que cualquier cosa que yo pudiera decir no tendría interés para nadie.
La primera vez que empecé a abrir la boca y tener una conversación fluida fue al llegar a la facultad. Me sentía más libre, y descubrí que todas mis lecturas y mis observaciones de la vida entorno me habían servido para construir un lenguaje personal, distinto a todo lo conocido, y que ni yo misma sabía que tenía. Me sorprendió gratamente. Fue entonces cuando tuve verdadera conciencia del mucho sufrimiento que provoca el no ser capaz de expresarse, de tomar contacto con los demás, de encontrar eco en otras personas. Ahora lo veo con mi hijo, otro gran tímido, que desde que está empezando a salir de sí mismo es mucho más feliz.
La timidez es como una pequeña prisión que nosotros mismos nos creamos y que atenaza el alma hasta casi asfixiarla. Los que la padecemos (yo creo que es casi una enfermedad), podemos librarnos de ella poco a poco, pero nunca del todo. Siempre hay un reducto en nuestro interior en el que parece estar agazapada lista para salir cuando menos nos conviene. Es un hándicap para la vida, sin duda. El que es tímido se atreve a menos, deja de disfrutar de cosas que de otro modo no habría tenido duda en incorporar a su realidad.
Yo todavía hay muchas cosas que sólo me atrevo a decir escribiendo, nunca hablando. Las letras escritas son mi refugio particular, el lugar donde todo queda dicho para siempre, la válvula de escape de mis frustraciones y el terreno abonado de mis ilusiones. Es el paraíso en el que campo por mis respetos desde la niñez y en el que he crecido en edad y pensamiento hasta que me convertí en mujer. Nadie me ha expulsado de él, aunque he mordido la manzana del árbol del bien y del mal más de una vez. Está hecho a mi capricho, y no es un lugar perfecto porque en él anide sólo la belleza, sino porque hay cabida también para las miserias, que también nos son consustanciales, pues mi paraíso no es un lugar tan alejado ni distinto del mundo real. Vivir sin miedo.
Dice Carmen Posadas en un estupendo artículo que publicó hace tiempo que “la constatación de mis limitaciones no sé realmente qué efecto tiene en mi subdesarrollada autoestima. Dicho esto, paradójicamente debo añadir que le debo mucho a mis limitaciones, a mi baja autoestima y también a mi estúpida timidez. Si yo hubiera sido brillante o ingeniosa nunca habría hecho nada digno de mención. Han sido mis carencias y no mis posibles virtudes las que me han convertido en lo que soy. Me han servido de acicate, de estímulo, de “tú puedes”. (….) Sí, la vida está llena de estas paradojas, hasta el punto de que muchas veces las carencias son las que incentivan las grandes metas, al igual que los instintos menos recomendables son los que propician obras sublimes, mientras que, como todos sabemos, de buenas intenciones está empedrado el camino del infierno. (….) En este extraño mundo está todo tan bien compensado que muchas veces somos deudores de nuestros defectos y víctimas de nuestras virtudes”.
Cada vez que hablamos podemos encontrar eco o no en quienes nos rodean, pero eso no es lo importante. Lo que cuenta es tener la posibilidad de transmitir nuestro sentir de la forma más auténtica de que seamos capaces. Así nadie nos podrá reprochar, aunque lo que digamos no guste, que hablamos irreflexivamente o que no somos sinceros.
Yo, la verdad, es que al día de hoy cuando no digo nada no es por timidez sino porque la conversación me aburre o el tema no me interesa. De todas formas la gente cuánta necesidad tiene de hablar, de cualquier cosa, por cualquier tontería, no se cansan nunca. Siempre he creído que el que más habla no es necesariamente el que más tiene que decir.
Cuando uno se decide a hablar, que para un tímido no es siempre que le apetece, no le queda otra que hacerlo con el corazón. Sólo de esta manera podrá vivir en paz consigo mismo, y podrá decir aquello de que por él no ha quedado.

2 comentarios:

Perséfone dijo...

He aquí otra tímida empedernida que no puede hacer otra cosa más que suscribir tu entrada palabra por palabra, especialmente la aprte en la que hablas de una cárcel.

Quizás e sporque pertezco a otra época, pero, francamente, yo no recuero mi infancia tal y como la describen esos estudiosos, sino más bien todo lo contrario. Y aún así crecí encerrada en mí misma.

Afortunadamente, como bien dices, el tiempo y algunas circuntancias nos ayudan a ir deshinibiéndonos poco a poco y es enrme la liberación que se siente con los años.

pilarrubio dijo...

Quizá nacemos también con una predisposición, aunque el ambiente es bastante determinante. Me alegro que tú también te hayas liberado. Un saludo.

 
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