martes, 15 de noviembre de 2011

Elecciones


Hace poco hablaba con una amiga sobre las próximas elecciones generales y la situación general del país, temas que son vox populi desde hace tiempo. Me parece alucinante que un partido como el socialista pueda hacer una campaña electoral mínimamente creíble teniendo en cuenta el estado tan lamentable en que han dejado la nación y el hecho sin precedentes de que se haya tenido que adelantar la convocatoria electoral, a la vista del desastre y el disparate nacional al que hemos llegado.

Pero una característica del socialismo español es precisamente la desfachatez, porque en todos los partidos políticos se cuecen habas, pero en el PSOE lo hacen ya sin tapujo alguno. Su discurso es tan endeble y sus tácticas para captar el voto tan simplonas y marrulleras como lo han sido siempre. Nunca han dejado de echar balones fuera, de hacerse los desentendidos de los males que han hecho caer sobre nosotros, como los niños que son tontos y malos y no se quieren hacer responsables de sus acciones.

Para tapar sus muchas carencias y faltas se dedican puerilmente a resaltar las que ellos suponen en el partido de la oposición, y para asustar a las masas siguen haciendo retrógrada alusión al pasado franquista y los años de la guerra civil, épocas que están más que superadas y de las que pretenden dar una versión torticera, muy sui generis, al estilo de lo que nos tienen acostumbrados. Son campañas basadas en fomentar el miedo, sobre todo en personas que no han vivido esa etapa de la Historia de nuestro país, que son la mayoría, amparándose en la ignorancia de los hechos reales y aumentando el desconocimiento general. Desde cuándo en un ámbito democrático es lícito recurrir a la amenaza, eso sí que es propio de los totalitarismos, de tantas dictaduras violentas como ha habido y hay todavía.

Pienso que si yo tuviera una ideología de izquierda y viera el panorama que el gobierno socialista ha dibujado en mi país, me sentiría profundamente descorazonada a la hora de volver a otorgarles mi confianza en unas elecciones. Si estuviera en paro y por ello esta crisis general (económica, social, moral) me afectara profunda y directamente, a mí y a mi familia, sería absurdo que cambiara mi ideología y votara a la oposición, porque para eso están las convicciones políticas, que no serían tales si cambiara de chaqueta a la primera de cambio. Entonces, ¿qué podría hacer?. El futuro se alzaría ante mí como un enorme desierto en el que nada encontraría de provecho. La decepción por el fracaso de los que representan mi pensamiento político me obligaría a votar en blanco probablemente. Y eso y la abstención es lo mismo que un espacio vacío, un punto de no retorno.

El socialismo que se practica en otros países no tiene nada que ver con el que tenemos aquí. Esa sí que es una ideología de izquierda auténtica. El verdadero socialismo, el que preconizaba Karl Marx, aquel que Engels dio en llamar socialismo científico, es un pensamiento que contiene grandes verdades, amén de bastantes deficiencias, y siempre ha despertado en mí un enorme interés. Porque aunque yo sea conservadora, no tengo un pensamiento cerrado que no admita otras opciones. Hay aspectos de otras tendencias que me atraen, y no me es difícil ponerme en el lugar de los que están a la izquierda para comprender que su perspectiva vital es actualmente muy desazonadora. Lo es para todos en realidad.

Votar a partidos minoritarios, cuyos líderes suelen ser renegados que han desertado de los partidos mayoritarios por algún encontronazo personal, y que no tienen la infraestructura necesaria, no parece ser la mejor alternativa para romper la costumbre del bipartidismo que tenemos tan arraigada en nuestro sistema político, y contra la que protestaban los indignados, no sin razón.

Votar en blanco se suele considerar un voto de castigo, pero es una actitud que no sirve de mucho, es poco práctica. Y lo de abstenerse lo considero casi un pecado mortal, porque es negarse a participar en la vida pública de un país, no hacer frente a nuestro futuro común, es un acto de irresponsabilidad, de cobardía y de indiferencia que no tiene justificación posible. Si todos hiciéramos lo mismo no habría democracia, existiría una nueva dictadura en la que la posibilidad de elegir a los que rijan nuestros destinos nos sería negada, teniendo que acatar lo que nos fuera impuesto. O habría una anarquía, un no gobierno, una ausencia de poder que degeneraría en el caos. Votar es un acto cívico que nos conforma como ciudadanos, partícipes de las decisiones que a todos nos afectan. Y para los que no se identifiquen con lo que hay ahora mismo, no está de más votar a lo menos malo, a lo que creamos más parecido a esa idea de gobierno que todos tenemos en nuestra cabeza.

Hace poco leía a un economista extranjero, de cuyo nombre no quiero acordarme, un señor ya mayor con muchos premios en su haber y, se supone, con una amplia experiencia, que afirmaba que la mejor solución para la crisis es eliminar el subsidio de desempleo puesto que, según él, no tiene sentido pagar al que no produce. No es difícil imaginar lo que eso supondría, aumento de la delincuencia (los presos que terminan su condena cobran el paro durante unos meses, y el ciudadano de a pie que no encuentra trabajo terminaría saltándose la ley en un acto de desesperación), y la mendicidad (muchas familias no tendrían un plato de comida que poner en su mesa, ni un techo bajo el que vivir).

Lo único que temo de que gane el PP es la vuelta de los atentados terroristas, porque es un partido que no admite negociaciones de ningún tipo, que es lo moralmente correcto (negociar con asesinos, sometidos al imperio del miedo), pero luego habrá que atenerse a las consecuencias.

En fin, habrá que irse a vivir a sitios como Noruega o Alemania, o en todo caso encomendarse a todos los santos.

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