jueves, 24 de noviembre de 2011

Grandes esperanzas


Las cosas que les suceden a nuestros hijos es lo mismo que si nos sucedieran a nosotros, porque ellos son nuestra carne y nuestra sangre, el vestigio vivo de nuestro paso por el mundo. Nos preocupa su futuro desde el mismo momento de su nacimiento, cuando aún lo tienen todo por hacer.

Todos queremos que a nuestros vástagos les pasen nada más que cosas buenas en la vida, y siempre he dicho que no hay nada peor que el que a un hijo le falte la salud. A Miguel Ángel le falta la salud de la mente, y pensé ilusa que esto tendría solución asistiendo a las terapias del Hospital de Día. Pero una conversación no hace mucho con el psicólogo que le trata echó por tierra todas mis esperanzas.

Me dijo que ninguno de los chicos y chicas que son dados de alta allí tienen la salud psíquica totalmente recuperada. Cuando se padece un problema de estas características hay siempre una secuela. En este centro les ayudan a conocerse mejor a sí mismos y a afrontar las exigencias de la vida real, pero no hacen milagros: como en cualquier otra enfermedad, queda un rastro de lo que hubo. Y más tratándose del cerebro, que debe ser como Internet, que lo que por allí pasa permanece grabado aunque lo intentemos borrar.

Hablamos del futuro profesional de Miguel Ángel, y por 1ª vez me dijo abiertamente que no le veía en el Ejército. Ahora hay largas listas de espera por culpa del paro, no como hace un par de años que hasta te daban propaganda en la Puerta del Sol y todo tipo de facilidades para conseguir reclutarte. Ya no es tan sencillo entrar. Además están las pruebas psicológicas, aunque me consta que a buena parte de los que están en las milicias les falta un tornillo.

Pero Jesús descartaba además cualquier profesión liberal, administrativa o que requiriera una cierta cualificación. A pesar de ponderarle las capacidades intelectuales de Miguel Ángel, que él desconoce porque no tiene que evaluarlas, y que son muchas, negó rotundamente que hubiera posibilidad para él de desarrollar su faceta laboral en ninguno de esos campos. Aconsejó que hiciera un módulo cuando saliera de allí, o lo que es lo mismo, que aprendiera un oficio.

Nada tengo en contra de los oficios, pero no creo que Miguel Ángel se tenga que conformar con eso pudiendo aspirar a algo más. Es terriblemente injusto que a un muchacho se le cierren las puertas a su futuro aún antes de haber empezado a vivir la vida con la plenitud de la edad adulta.

Comentando todo esto con mi jefa, que estudió Psicología y algo entiende del tema, me dijo que Jesús no andaba descaminado, muy a mi pesar, y me contó el caso de un sobrino suyo, ya mayor, que hace unos años sacó la mejor nota de la Selectividad a nivel nacional. Es un chico extremadamente inteligente pero con algún trastorno de la personalidad que, por lo que entendí, nunca ha sido tratado. Da contestaciones fuera de lugar, auténticos exabruptos, o hace extrañas afirmaciones sobre cosas corrientes. Mi jefa afirmó que personas así nunca podrán tener un puesto de responsabilidad, ni tomar decisiones, ni trabajar en equipo, porque no pueden relacionarse con los demás con normalidad.

Yo siempre he tenido grandes esperanzas respecto al futuro de mis hijos, y no porque pensara que fueran a hacer brillantes carreras y a tener un buen nivel de vida. Sólo con que pudieran desarrollarse profesionalmente en el terreno que hubieran elegido es ya una garantía de cierta felicidad. Pero poder trabajar en aquello para lo que nos hemos preparado no nos está garantizado ni a los que se supone que tenemos una buena salud mental.

Hubiera querido para Miguel Ángel esa clase de bienestar emocional que reporta el poder sacar partido a tus talentos naturales, currar en algo que te guste, poderte ganar el sustento con ello, algo que yo no he tenido nunca. Quisiera poder ahorrarles a mis hijos cualquier clase de frustración vital, cualquier desilusión o pena, pero parece algo imposible. No está en mi mano conseguir la salud necesaria para Miguel Ángel, pero a pesar de todo sigo teniendo una fe enorme en sus posibilidades, lo mismo que en las de mi hija. Cuántos casos se han visto de personas con grandes problemas de salud, aún mayores que los de él, que a base de constancia, fuerza y coraje, han conseguido lo que nadie hubiera imaginado nunca. Y con el apoyo de sus familias, que en su caso formamos una piña en torno a él.

Daría cualquier cosa para que a mi hijo no se le cortaran las alas antes de que pudiera empezar a volar. Qué daño ha hecho a nadie, él que es tan dulce y tan bueno, tan sufrido y tan sensible, inteligente y perspicaz. No puede ser cierto lo que dicen de su futuro, yo haré lo que haga falta para que sea feliz. Ahora está en este sitio con sus tratamientos, mañana Dios dirá. Y no creo que Dios quiera que a ninguna de sus criaturas se les pueda considerar sólo unos santos inocentes, hijos de un dios menor.

Tengo, como el título de la novela de Dickens, grandes esperanzas.


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