Para los que somos estetas lo que se consigue actualmente con las nuevas tecnologías de tratamiento de imágenes constituye una fuente de placer inagotable. La casa de las dagas voladoras es una buena muestra de ello. Bosques de árboles rojos, amarillos y verdes, campos de trigo blanco, bosques de bambúes clorofila a tono con la túnica y hasta con el coletero de la protagonista. La sangre extraordinariamente roja se extiende por una piel blanca como el marfil.
La larga y negra cabellera de él flota al viento cuando cabalga velozmente sobre su caballo. Es un hombre chino de facciones muy bellas, que después veremos batirse en combate con espada, haciendo un despliegue de movimientos acrobáticos típicos de la lucha oriental.
De repente, el paisaje va cambiando. El cielo se encapota y se vuelve gris oscuro, casi negro. Copiosos copos de nieve cubren en pocos minutos el campo. La sangre de los combatientes tiñe de rojo el blanco manto.
Arrecia la ventisca. En una imagen totalmente manga, se ven los rostros ladeados de cada uno de los protagonistas, que miran hacia el suelo, inmóviles en medio de la tormenta de nieve. El paisaje responde a los estados de ánimo de los seres que lo pululan, y también a los acontecimientos que tienen lugar. Cuando el amor resplandece en todo su esplendor hay verdes praderas llenas de flores mecidas por el viento iluminadas por cálidos rayos de sol. Cuando hay negros presagios el paisaje se ensombrece, se llena de frío, los colores se ausentan y surge una blanca pureza.
En el cine de Zhang Yimou abundan también grandes lagos de aguas inmóviles y cristalinas con alguna casita de madera en medio, en medio de altísimas montañas. Los actores se mueven a grandes zancadas por la superficie como si de un prodigio se tratara.
En todo momento una dulce música oriental de violines y otros instrumentos de cuerda chinos acompaña el relato y la contemplación de unas imágenes con una estética magnética y cautivadora. Junto a la música, una aún más dulce voz de mujer va desgranando suaves y melancólicas melodías.
En el cine que nos viene de China ha habido más cambios estéticos que argumentales a lo largo de los años. Recuerdo aquel ciclo de cine chino que pusieron en televisión hace mucho tiempo, en el que parecían no tener más actor que Toshiro Mifune, pues en todas aparecía como único protagonista. Eran cintas en blanco y negro, llenas de dramatismo, y los intérpretes escenificaban la acción con un lenguaje corporal que ha permanecido invariable hasta la actualidad y que es típicamente oriental: reverencias constantes a modo de saludo o en señal de respeto, movimientos muy rápidos, bruscos cambios de estado de ánimo pasando por todas las emociones imaginables….
En La casa de las dagas voladoras y otras películas parecidas de la última generación de cine chino, a esa inmutable forma de interpretar de los actores chinos se añade ahora el uso de avanzadas tecnologías audiovisuales, con un efecto sorprendente, hay una belleza y una plasticidad que hipnotizan, distintas a todo lo visto anteriormente.
Comprobamos que en China los valores tradicionales se mantienen imperturbables a lo largo del tiempo, la misma concepción casi infantil del bien, del mal y del amor. Los buenos son extremadamente buenos, y los malos son terriblemente perversos, casi sádicos. En el amor abundan los tríos, una mujer que se debate entre dos hombres, duelo emocional que suele terminar con la muerte de al menos uno de los implicados. Las venganzas son llevadas al extremo, el honor está por encima de todo, la mujer sigue siendo muy femenina aunque luche a brazo partido, y el hombre tiene una masculinidad como la entienden en China, muy bruto cuando está contrariado, delicado y romántico en los momentos más tiernos, terriblemente protector respecto a la mujer.
La novedad que presenta esta película es que podamos ver a un hombre chino muy guapo (se acabó aquello de que los orientales parecen todos iguales, y que ninguno puede ser bello), nada autoritario y que no parece bruto, pues en el combate emplea fuerza y destreza a partes iguales. Se ha impuesto últimamente una forma de lucha muy peculiar, en la que los contendientes dan unos saltos enormes y se mantienen en el aire como si tuvieran alas, giran sobre sí mismos durante mucho tiempo, de una forma irreal e imposible que nos resulta, por los menos en Occidente, artificial y ridícula. Supongo que es una manera de magnificar las artes marciales, para que disfrutemos por un poco más de tiempo ante la visión de esos movimientos prodigiosos y vertiginosos que les son característicos, y que no tienen parangón con ninguna otra forma de lucha conocida.
En el cine chino ha sido además proverbial el gusto por el sexo, mostrado muy explícitamente, y del que los orientales han tenido siempre fama de ser unos verdaderos maestros. Las últimas películas que de allí nos han venido, sin embargo, no hacen esos alardes, es un tema que se trata veladamente.
Recomiendo ver cine chino, pues está muy lejos del estereotipo que se tiene normalmente de películas largas, pesadas e incomprensibles. La mentalidad oriental goza de una complicada sencillez que no deja indiferente, que sorprende y atrae. Es bueno saber cómo entienden el mundo en otras culturas ajenas a la nosotra.
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