El otro día ví en Internet (en las tiendas no está comercializada) una de las películas que más ha marcado mi vida, desde que la pasaron en televisión cuando yo tenía 12 ó 13 años. Conrack es una de esas joyas olvidadas del cine de los años 70, que cuenta la historia de Pat Conroy, un profesor que estuvo destinado en una escuela para niños negros de una remota isla de Carolina del Sur.
En su primer día descubre que ninguno de sus alumnos sabe apenas leer, escribir o hacer cuentas. Están acostumbrados a los castigos físicos, y la directora del centro, una mujer negra de rudos modales, les ha inculcado que deben comportarse como negros en un mundo de blancos, procurando no molestarlos y colaborando con ellos. La vida es dura y cuanto antes lo aprendan mejor. Todo lo que se aleje de esta máxima es para ella vivir fuera de la realidad. Conrack se queja a la directora del nivel de la clase: “Uno cree que la Tierra es plana, y 17 están de acuerdo”.
Los niños no saben pronunciar bien su apellido, y Pat termina aceptando la derivación que de él hacen, “Conrack”. Al principio usa una bocina que hace sonar cuando habla, para estimularles y captar su atención. Los chicos parecen dormidos, aburridos, y le miran con estupefacción porque piensan que está loco. Él tiene una curiosa manera de introducir los temas, usando adjetivos grandilocuentes, y con muchas notas de humor, para conseguir interesarles.
Desde un primer momento se propone enseñarles no sólo las materias estrictamente académicas, sino también otras cosas de la vida que son también necesarias. Les muestra cómo deben lavarse los dientes, les lleva al bosque para que vean las plantas y los animales, cómo se llaman y cómo se comportan. Las leyes físicas tienen su demostración práctica: se sube a un árbol desde el que deja caer magdalenas que ellos recogen para que entiendan lo que es la ley de la gravedad, mientras les hace preguntas sobre el tema. Les da unas nociones prácticas de natación, pues allí nadie sabe nadar y con frecuencia se producen muertes en el río. Después del baño, al atardecer, se calientan junto a un fuego, cerca de la orilla, y les toca canciones con su guitarra. Les enseña a jugar al rugby, aunque la mayoría de las veces se terminen peleando. Les pasa películas, pues nunca han ido al cine, algo a lo que se opone la directora, pues lo considera una pérdida de tiempo.
Les pone música en un tocadiscos. Mientras suena El vuelo del moscardón de Rimsky Korsakov, les hace cosquillas siguiendo el compás de la melodía. Para dormir bien la Canción de cuna de Bach, y mientras escuchan coge a uno de los niños, que está encantado, y lo mece en sus brazos. Pero lo que más sensación les causa es la llegada de la muerte con la 5ª sinfonía de Beethoven. A través de la música ellos pueden imaginar cosas de la vida real, sentir cómo se crean estados de ánimo y se despiertan otras muchas emociones.
La directora, con la que toma el té de vez en cuando, le recrimina que se bañe desnudo en el río en sitios en los que le pueden ver, o que vaya descalzo a clase y les enseñe a los niños danzas guerreras llevando una pluma en la cabeza, o que cuelgue la imagen de una vagina en la pared, aunque él insiste en que es un cuadro de Picasso. Le reprocha también que haga bromas, que diga palabrotas o que beba whisky.
Y es que en los ratos libres le enseña a leer y escribir a un hombre negro que le pidió que le instruyera, y que todos decían que se había vuelto loco desde que se murió su mujer. Él fabrica whisky, y se lo ofrece a Conrack a cambio de sus clases.
La muchacha que limpia su casa y cocina para él no quiere ir a la escuela porque dice que siempre que ha ido la han pegado y la han humillado delante de los demás. No sabe ni hacer los panecillos que le sirve a Conrack para comer, hasta que él le enseña. Un día ella se acerca a la escuela, a pesar de no haberse dejado convencer por las palabras del profesor, y oye cantar a éste y a los niños. Cuando entra todos se callan, y Conrack la invita a tomar asiento. Ella se niega. “No llevo zapatos, no voy a ser la única persona que no los lleve”. “Quitaros los zapatos, todos!”, les dice entonces el profesor. “Levantad los pies y moved los dedos, libremente…”. La muchacha piensa que el profesor está un poco loco, pero a partir de entonces empieza a ir a la escuela.
Siempre que están todos juntos les hace preguntas sobre muchos temas diferentes, cuando van al campo, cuando están en la escuela, cuando corren por la orilla del río para hacer ejercicio. ¿Quién es el mejor jugador de rugby americano? ¿Cuál es el país más grande del mundo? ¿En cuál hay mayor densidad de población? ¿Era James Brown blanco?.
El mayor reto consistirá en convencer a las familias de los niños para que los dejen ir a la ciudad a celebrar Halloween, pues no sabían ni lo que era eso. Ninguno quiere porque eso supone atravesar el río y le tienen mucho respeto. Conrack conseguirá convencer a la mujer más influyente de la comunidad, que es una de las de más edad, porque sabe que lo que ella haga lo harán los demás. “Usted es el profesor maravilloso del que habla mi nieto”, le dice a Conrack, que está encaramado sobre unos troncos porque los perros de la señora le han perseguido para morderlo. “Y es usted además un joven y guapo profesor blanco...”, le dice con picardía.
Conrack va a la ciudad con antelación para conseguir casas en las que alojar a los niños, pero cuando se enteran de que son negros le dan con la puerta en las narices. Por fin consigue que los acojan en una casa. El grupo va visitando las casas de la gente, pidiendo golosinas, acompañado por Conrack. Cuando llegan a la casa del inspector, que le ha visitado varias veces en la escuela y le ha recriminado su particular forma de enseñar, y que además se había opuesto a aquel viaje, le da los caramelos a los niños pero no le dice nada al profesor. Al regresar a su casa, terminada la excursión, Conrack se encuentra con una carta de despido.
En señal de protesta, irá por la ciudad con una furgoneta y un altavoz denunciando lo que le ha pasado, y la obsolescencia de los métodos de los más mayores, que se niegan a afrontar los cambios que los nuevos tiempos traen consigo. Después lleva el asunto a juicio, pero lo pierde. A una persona le dice que echa de menos la belleza que tenía estando con los niños. Para él ha sido una experiencia inolvidable.
Los niños lo despedirán poniendo en el tocadiscos la sinfonía de Beethoven que él les había mostrado. Él se queda mirándolos a todos, como intentando no olvidarlos nunca, mientras se aleja por el río en la barcaza.
Pat Conroy se convirtió con los años en un afamado escritor, en cuyos libros siempre hay notas autobiográficas. Procedía de una numerosa familia que sufrió el maltrato del padre, piloto de la Marina Americana, que educaba a sus hijos con suma dureza. A raíz de publicar una novela en la que relataba sus traumáticas experiencias en el hogar familiar, sus hermanos se le enfrentaron e intentaron que la gente no comprara su libro, pero en cambio su padre reaccionó cambiando radicalmente su comportamiento, y acercándose más a él, llegando a tener una relación muy estrecha.
Yo siempre me he sentido muy identificada con Pat Conroy, con su forma de ver la vida, con la manera como enfrenta su pasado, con la práctica de la docencia que él llevó a cabo aún en contra de las normas establecidas. Un profesor que enseña entreteniendo sobre todas las cosas de la vida, sin prejuicios ni censuras, que sabe escuchar, que es comprensivo y humano, generoso, que en la última persona en la que piensa es en él, merece toda nuestra admiración, nuestro respeto y nuestro afecto.
3 comentarios:
Es una gran pelicula. Yo tambien la vi hace muchos años, tendria 8 o 10 años. Para mi representa el ideal de un maestro, el espiritu de enseñar es lo que alimenta al joven profesor, quien no solo imparte conocimientos academicos, sino humanidades, el saber universal que va desde lo cotidiano y comun hasta lo sublime (comer helado, salir a pedir dulces en Halloween, escuchar a Rachmaninoff, a Beethoven)Es sin duda una pelicula como pocas,que sin ningun despliegue tecnico, ni gran presupuesto, brinda un maravilloso y gran mensaje.
Un lapsus es Rimsky Korsakov no Rachmaninoff, El vuelo del moscardon.
Me alegro Francisco de que te haya gustado, tenemos gustos parecidos. Es una película llena de sensibilidad, muy en la onda de los 70, cuando se rodó, y muy alejada del espíritu comercial que impera hoy en día. Fue un film que marcó profundamente mi forma de pensar, como ha habido otros pocos que lo han hecho. Qué era la televisión para los niños de nuestra generación sino una ventana a la vida. Muchas gracias por tu comentario y un saludo. Pilar.
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