martes, 28 de mayo de 2013

En el estanque Dorado


Hacía mucho tiempo que no veía En el estanque Dorado. Como nada de lo que echaban en televisión me gustaba, hice un repaso mental a las películas que me apetecería visionar, y no tardó en representárseme ésta como favorita. Consulté Internet y la vi on line. Y qué rato más bueno pasé.

La tenía grabada en video hace años, aunque la cinta estaba tan deteriorada por el paso del tiempo y la cantidad de veces que la vi que fue un gusto poder contemplarla con la nitidez de su imagen original, llena de lirismo.

Al contrario que en otras ocasiones, la disfruté sin el temor que me solía asaltar por la salud del protagonista, pues aunque sabía que nada le iba a suceder, sufría con sus achaques y un medio infarto que le daba casi al final de la película. Ahora vivo la historia con la misma intensidad pero con una visión más general. Adoro a los personajes de esta película.

Ya nada más empezar, con esas panorámicas del lago reflejando la luz y los estados del día, los sonidos del bosque, el interior de la casa, toda de madera, te sientes transportada a un lugar que es como un paraíso, un remanso de paz. La placidez del hogar, la decoración que tiene, con esos estantes corridos a lo largo de la pared sobre puertas y ventanas, llenos de libros, para aprovechar el espacio, son detalles que me encantan. Los pequeños rincones llenos de recuerdos y de objetos peculiares crean una atmósfera cálida y confortable.

Henry Fonda estuvo glorioso en el que sería su último papel antes de fallecer. Pudo llevarse el Oscar de ese año, que recibió en su casa rodeado de sus seres queridos porque ya no se podía mover. Su personaje, Norman, es en muchos aspectos un trasunto del propio actor, sobre todo por su tempestuosa relación con su hija, Chelsie, encarnada por su vástaga también en la vida real. Henry Fonda y Jane llegan a un entendimiento, dentro y fuera de la pantalla, enterrando sus respectivas hachas de guerra, después de toda una vida de enfrentamientos. Jane ha sido siempre una mujer muy libre que ha hecho lo que creía conveniente, aún en contra del criterio más conservador de su padre. Ser testigo de su reconciliación, sabiendo que a él le quedaba ya poco tiempo de vida, es conmovedor. Se parecen tanto físicamente que es como si se miraran en un espejo.

Katharine Hepburn está grandiosa, como es habitual en ella. Su personaje, Ethel, es el tipo de mujer al que muchas aspiramos a ser algún día, alguien inteligente y con mundo, con una visión de la vida abierta y libre, una mezcla de temperamento y ternura. Me gustaría tener a alguien así en mi entorno, es muy inspirador, y muy tranquilizador, sería como la roca firme que te sostiene en los momentos difíciles.

El diálogo de Ethel con Chelsie es muy significativo, está lleno de sabiduría. Su hija se lamenta por la mala relación con su padre, incapaz de superar el pasado. Ethel le dice que él no es capaz de mostrar sus sentimientos fácilmente, y que de todas maneras quién no ha tenido tristezas en su infancia que hay que superar. “No dejes que eso eche a perder tu vida. Yo nunca miro atrás, y te sugiero que hagas lo mismo”.

El joven actor que interpreta al niño que convive con ellos durante un tiempo pasó sin pena ni gloria después de hacer esta película, pero durante el rodaje fue el contrapunto ideal a la actuación de la pareja protagonista, y permitió diálogos hilarantes llenos de resonancias. Al principio responde con sarcasmos a las ironías de Norman:

- He oído que hoy cumples 80.

- ¿Eso has oído?

- Sí tío, eso sí que es ser viejo.

- Sí… Deberías conocer a mi padre.

- ¿¡Tu padre aún vive…!?

- No. Por eso deberías conocerlo.

El actor que interpreta al padre del chico, Dabney Coleman, veterano también, tiene una actuación estupenda, sobre todo con el monólogo que le dirige al protagonista a poco de conocerlo, pues no deja de poner a prueba su paciencia.

He leído que el Henry Fonda anciano recuerda mucho al Clint Eastwood mayor, y es curioso porque yo pensé lo mismo. No porque tengan un parecido físico, pero sí una manera de moverse y de actuar muy parecida en la vejez, o quizá sea el tipo de papel que interpretan, viejo cascarrabias con un corazón de oro.

Jane Fonda tiene ahora pocos años menos que tenía su padre cuando rodaron esta película. Recuerdo un artículo, cuando él falleció, Papá Henry, que hablaba con enorme sensibilidad de la relación de los dos. Para el actor fue el broche de oro a una muy larga carrera, por el Oscar que se llevó y por lo maravilloso de la cinta, ambientada en un paraje incomparable.

Una de las cosas que más me ha gustado siempre de esta película es cómo afronta el tema de la vejez y la muerte sin tapujos, con realismo y delicadeza al mismo tiempo. Henry Fonda muestra con maestría las incertidumbres, miedos y debilidades que nos asaltan cuando llegamos a esa etapa de la vida. Él pretende parecer fuerte y desenfadado, pero es a su mujer, Ethel, a quien confiesa sus tribulaciones, con un punto de orgullo herido y tristeza al comprobar el deterioro que el paso de los años ha obrado en él. No se resigna, no quiere aceptar que poco a poco debe ir despidiéndose de la vida, de todo lo que ama.

Hay personas que cuando se van dejan un gran vacío. Henry Fonda y Katharine Hepburn son algunos de ellos. Trabajos como En el estanque Dorado es el legado que nos dejan, del que seguiremos disfrutando ya para siempre.

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