lunes, 20 de mayo de 2013

La final de la Copa del Rey


Estuve viendo el otro día la final de la Copa del Rey, porque mi hijo lo puso en la televisión, cuando el encuentro estaba casi mediado, pero no hacía falta haber presenciado mucho más para darse cuenta de lo antideportivo que se ha vuelto el fútbol, que hace años atraía a unas masas que lo disfrutaban de manera sana, y hoy en día parece que sirve sólo de válvula de escape de los peores instintos de cierta parte de la sociedad.

Desde medio día invadían los hinchas mi barrio, aunque no se jugaba el partido en el estadio del Atlético de Madrid, pero querían estar junto a lo que ellos llaman "El Templo". Los veía cuando regresaba del trabajo, venga a gritar, a cantar, a beber, a tirar cohetes. Y que todo eran tíos, no había allí ni una sola mujer. Qué curiosas diversiones que parecen ser exclusivas del género masculino. Me imagino que son los que no consiguieron entradas para verlo en vivo y en directo, los pringaos que se quedan fuera y que van luego dando la matraca.

Luego el encuentro en sí mismo me pareció muy original, pues nunca había visto a un entrenador expulsado del campo y castigado como un niño pequeño en el vestuario por mal comportamiento, donde sin duda estaría rumiando su pataleta, y más al saber al final que su equipo había perdido. Mourinho se presentó después ante los medios de comunicación como una manta mojada, tras haber sido grosero y agresivo durante el partido, con los ojos tristes y medio llorosos, diciendo que había fracasado en su cometido toda la temporada, para pasar a afirmar a continuación que tenía firmada su permanencia por 3 años más. La lógica del deporte rey se me escapa.

Los jugadores no bajaron el ritmo en ningún momento, por lo que el encuentro no decayó ni resultó aburrido hacia el final, como suele pasar tantas veces, pero la clase que deberían tener jugando unos señores que cobran las millonadas que cobran éstos brillaba por su ausencia en más de una ocasión. Esa forma de hacer perder el equilibrio al contrincante atacándole por detrás, o la manía de meter malamente la pierna para robar un balón y, de paso, poner la zancadilla sin pudor, esas cosas son incalificables en los tiempos que corren. Hay maneras mucho más hábiles y elegantes de quitar un balón, pero parece que dar un buen espectáculo consiste hoy en día en hacer sangre al contrincante, ser eficaz es ser fullero.

Me dio la impresión de que el entusiasmo que solía haber en este campeonato se ha visto muy mermado, quizá porque la figura del Rey esté puesta en entredicho últimamente. El monarca estaba acompañado por su mujer, que de todos es conocida su poca afición al fútbol, aunque es de imaginar que era ocasión de acompañarle para reforzar su imagen pública y para ayudarle dada su escasa movilidad con tantos achaques y operaciones.

Sobre el tiempo que llevaba el Atlético de Madrid sin ganar una Copa del Rey nadie se ponía de acuerdo: los locutores que retransmitieron el encuentro decían que 17 años, los jugadores a los que se les iba preguntando una vez acabado el partido afirmaban que 14, algunos de los hinchas que también fueron interpelados sobre el asunto declaraban que 15. Tantos han sido, en fin, que ya nadie lo sabe decir con seguridad.

Medallas para los perdedores y copitas que parecían de juguete para los ganadores, además del trofeo con el que hicieron el posado habitual, después de zarandearlo de aquí para allá por todas partes. Todo lo que se hizo respondía a una parafernalia muchas veces repetida, que admite pocas variaciones, y que ya termina por cansar. Manteo al entrenador, manteo a otras tantas personas, incluído un señor bajito que parecía un masajista. Que te manteen, por lo que se ve, es buena señal.

La prepotencia del Real Madrid cayó totalmente en picado cuando se vio derrotado. Y es que nada se debe dar por descontado. También es cierto que luego los vencidos tuvieron palabras de elogio para los vencedores. Antes de todo eso se había estado preparando la zona de La Cibeles con vallas, megafonía y demás preparativos, mientras que en Neptuno se habían limitado a poner las vallas y poco más. Absurda esa costumbre de invadir y amenazar la integridad de estatuas emblemáticas de Madrid que nada tienen que ver con acontecimientos deportivos y sí mucho con la Historia de nuestra ciudad.

En fin, visto desde fuera, desde el punto de vista de alguien como yo que no es aficionado al fútbol y que padece desde siempre los inconvenientes de vivir al lado de un estadio, es todo un poco incomprensible y lamentable. Tendrá que ser así.

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