martes, 14 de mayo de 2013

Los reyes de la risa


No había tenido el gusto de ver nunca a Javier Gurruchaga en una obra de teatro hasta hace unos días en que fui con una amiga a ver Los reyes de la risa, y la verdad es que me ha gustado mucho.

Por lo visto empezó haciendo la obra con Joaquín Kremel, que me imagino que daría mucho más juego que el actor que actualmente lo reemplaza. Es un clásico de la comedia, escrito por el prolífico Neil Simon, autor de argumentos de películas tan estupendas como Descalzos por el parque o El prisionero de la 2ª avenida, y de dramas como Perdidos en Yonkers, que vi en teatro hace muchos años, protagonizada por Jaime Blanch, y que me encantó.

Gurruchaga aparece todo el tiempo en pijama y pantuflas, contrastando con la elegancia del traje raya diplomática que lleva su partenaire. Algunas referencias del argumento están adaptadas a la vida del propio Gurruchaga, cuando se habla del pasado del protagonista en el mundo del espectáculo, y ahí se mencionan los programas de televisión en los que él participó realmente.

El argumento gira en torno a dos cómicos que trabajaron juntos durante veinte años y que, tras una larga separación, son reunidos nuevamente por un productor televisivo para actuar una sola vez, infructuosamente, pues ellos tienen diferencias irreconciliables. Su tragicómico enfrentamiento alcanza tintes grotescos, aunque al final se dan cuenta de lo mucho que se divirtieron mientras trabajaron juntos y lo mucho que se valoran y aprecian a pesar de todo.

Gurruchaga tiene una vena hilarante ya conocida, siempre propenso a la exageración. No renuncia a su maquillaje blanco y los ojos pintados, como cuando aparecía con la Orquesta Mondragón, que le hizo famoso, o en cualquiera de sus programas de televisión. Sus muecas, los ojos desorbitados, la forma de moverse, producen risa, y me parece que el suyo es un talento cómico que está aún por explotar, solapado por su vertiente musical y la de showman en espacios de diverso pelaje.

Me encantó la escenografía, una de las cosas que más me subyugan del teatro. Hay algo mágico en ella, hipnotizante. Sin el ambiente adecuado, la representación no sería la misma, por buena que fuera la obra.

Javier salió a saludar tres veces cuando acabó la representación, enganchando al brazo de su compañero de reparto, y en compañía de otros dos actores secundarios, a pesar de que la sala era pequeña, éramos pocos los espectadores y había ganas de aplaudir pero no tantas. A él le da igual, con su desenfado habitual disfrutó de los aplausos y nos dedicó a todos una cálida mirada desde el escenario, afectuoso. Tiene una enorme sensibilidad, a pesar de haber querido aparentar siempre distancia y burla respecto a todo, una máscara bufonesca que este artista se pone para proteger un delicado corazón. En el fondo es un niño grande y travieso.

Quizá los años hayan hecho que Gurruchaga suavice sus formas y sus palabras. Son célebres sus frases lapidarias acerca de todo y de todos, y su cáustico sentido del humor. Es un hombre muy inteligente, y a mí siempre me ha hecho reir mucho, aunque sus excentricidades tenían más cavida en los años 80, tan extravagantes. Con Los reyes de la risa hace pasar un rato, que a mí se me hizo corto, muy divertido.

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