viernes, 24 de mayo de 2013

Para Ricardo


Se nos va Ricardo. Otros horizontes laborales le esperan, y nos deja aquí al resto, sumidos en la rutina del trabajo que él nos amenizaba con sus ocurrencias y su humor.

No tardando mucho seguiremos otros su ejemplo, pero ahora él lo ha decidido así, y es esa iniciativa la que le honra, pues cuántos son los que se adocenan en un puesto indefinidamente por temor a los cambios.

Son unas cuantas las compañeras de trabajo, algunas de ellas ahora amigas, a las que nunca podré olvidar, pero compañeros sólo dos: Paco, al que conocí hace muchos años y que ya falleció, y Ricardo. Ambos, personas tan diferentes en apariencia, tienen en común sin embargo dos cosas: su sensibilidad y el hecho de ser personas entrañables.

Trabajador, cumplidor de sus obligaciones, solícito, paciente a la hora de enseñar el trabajo al que llega nuevo, extremadamente educado, dulce y sentimental. Nostálgico empedernido, es un pozo sin fondo de añeja sabiduría, y todo lo abarca: Historia, cine, ciencia, literatura… Ricardo es como una esponja que absorbe los conocimientos, y su memoria retiene los datos como si de una enciclopedia del saber universal se tratara.

Siempre nos sorprende, en los ratos de conversación, con hechos y personajes desconocidos para la mayoría de los mortales, ilustrándonos ampliamente sobre ellos. A mí me ha dado lecciones de Historia de España, la guerra civil sobre todo, en las que se explaya a gusto por ser materia que le apasiona, y cuando esas disertaciones en contadas ocasiones se prolongan más de lo habitual en él, tímido inconfeso en el fondo, descubrimos en ellas al auténtico Ricardo, un ser lleno de variadas reminiscencias, de sentimientos profundamente arraigados, de pensamientos largamente elaborados a lo largo de años de reflexión.

Sus opiniones son tan particulares que siempre deseamos oírlas, porque su originalidad nos divierte y nos amplía nuestra visión del mundo. Su sentido del humor, inteligente y agudo, no está exento de chascarrillos que suenan a épocas pasadas que ya no volverán. Cuando él habla no lo hace en balde, es interesante todo lo que dice, y si luego cree haberse precipitado y equivocado en alguna de sus afirmaciones no duda en deshacerse en disculpas.

Su modestia no tiene límites, pues aún siendo alguien no exento de dignidad y pundonor, su sencillez le impide reconocer sus cualidades. Estupendo dibujante de caricaturas, en las que vuelca su enorme imaginación, su ternura y su sentido del humor, su vena artística nunca estará lo suficientemente explotada, relegada a un 2º plano, como les ocurre a tantos artistas anónimos llenos de talento y versatilidad.

Su sentido de la justicia es un afilado acero en el que queda ensartado todo aquello que le parece inmoral o detestable, y a su buen criterio pocas cosas escapan de esta consideración, ni siquiera él mismo. Su forma de ver el mundo me recuerda a la de los niños, cuya inocencia aún no ha sido mancillada con la malicia de los adultos. Él ha sabido preservar su ingenuidad a pesar del desgaste de la vida, y en ese sentido su alma será siempre blanca y libre. Alguien que utiliza grabaciones de relatos de Dickens, que adora, para conciliar el sueño, o que se emociona escuchando las letras y la música de los boleros de Los Panchos ("espérame en el cielo corazón si es que te vas 1º"), no puede ser más que una persona muy sentimental y llena de ternura. 

Risueño o indignado, vergonzoso y fácilmente sonrojable o descarado, elogioso o afeador de conductas, indeciso o atrevido, da igual cual sea su estado, pues en él y en un momento todo es posible, que siempre extrae una sentencia o una conclusión que quedará para los anales. Como hace poco cuando dijo que las dos cosas que más miedo dan al ser humano son la locura y la muerte. Y qué decir de sus perlas de sabiduría, desgranadas muchas veces inesperadamente, pillándonos desprevenidos y a bocajarro. Gracias a él sé, por ejemplo, que los tártaros ablandaban la carne colocándola bajo las monturas de sus caballos, lo que me asombró y me produjo hilaridad en proporciones alarmantes. Y es que Ricardo hace reír incluso sin intención por su parte, sólo por la forma de decir las cosas, algo que le produce siempre un gran desconcierto, con lo que resulta aún más cómico.

Uno de los placeres que me proporcionaba era hablar sobre series de televisión de hace años y películas antiguas, de esas de las que ya casi nadie se acuerda o ha oído hablar, lo que me remontaba a mi infancia y me hacía revivir épocas ya lejanas en el tiempo.

Charlando un día descubrimos que habíamos sido clientes asiduos de Iruña, el restaurante al que acudía hace años con mi familia, y que ya no existe. Él iba con su mujer y sus amigos. Con la cantidad de sitios que hay en Madrid y qué casualidad que fuéramos a parar allí. Ambos guardábamos en nuestra memoria impresiones parecidas, entrañables, sobre aquel lugar y la persona que lo llevaba. Ambos echamos de menos todo aquello. No sería extraño que hubiéramos coincidido alguna vez, cuando aún no nos conocíamos.

Su nuevo destino se sitúa en el ámbito cultural, algo que le va como anillo al dedo, y sé que espera expectante e ilusionado su marcha a ese nuevo lugar en el que a buen seguro deleitará a los que tengan la fortuna de ser sus compañeros. Él dice categórico que no piensa abrir la boca, pero será al principio, hasta que coja confianza. Mientras tanto se dedicará a observar y a sacar sus propias conclusiones, como hace siempre, y procurará desechar lo que no le guste y aprovechar lo que sea de su agrado. Él sabe disfrutar de los placeres sencillos, de las pequeñas cosas de la vida.

Le deseo a Ricardo un futuro halagüeño. Será difícil encontrar otro compañero de trabajo que tenga su delicadeza y su sensibilidad. Es ya uno de los pocos, como antes dije, de los que ya nunca podré olvidarme. Le vamos a echar de menos.

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