Derek Jacobi como Claudio |
Compré hace un tiempo una gran serie en DVD que hace muchos años tuvimos la fortuna de ver en televisión, Yo, Claudio, una de las más acertadas adaptaciones que del libro de Robert Graves se han hecho. No en vano está protagonizada por actores ingleses.
Derek Jacobi, que por aquel entonces nos era un desconocido, aunque en su país gozara ya de una larga y triunfal carrera, nos sorprendió con su magistral y particular forma de interpretar a aquel emperador romano por el que nadie daba un duro en su momento, marcado desde la infancia por una cojera, tics nerviosos y convulsiones diversas, y que sin embargo terminó sobreviviendo a la mayoría de sus parientes, que morían prematura y trágicamente por las conjuras, traiciones y sobre todo la cruel mano de su abuela Livia. Quizá fue porque ésta no lo consideró nunca un obstáculo para su ascenso al poder, pues lo tenía por un ser molesto y retrasado, fue por lo que logró salvarse.
Vemos a un Claudio niño que camina apoyado en un bastón, jugando con sus hermanos y primos, haciéndose amigo de un Herodes Agripa también niño (vaya amistades), y que suele ser objeto de burla sobre todo entre los adultos que le rodean. Tan sólo Augusto, el marido de su abuela, césar por aquel entonces, es la única figura amable que le sabe tratar con consideración, a pesar de ser un hombre de humor cambiante y raptos coléricos.
Ya desde esa posición infantil nos percatamos de la aguda inteligencia de Claudio, su capacidad para observar y conocer a la gente, su facilidad para desaparecer de escena cuando las cosas se ponen difíciles, su buscado mimetismo que le permite pasar desapercibido y así sortear todos los peligros que acechan por el camino, y en el que el resto de sus seres queridos y no tan queridos va sucumbiendo.
Livia, su abuela, era un ser despiadado que pasó su vida tejiendo una tela de araña de intereses personales, en la cual venían a morir todos aquellos a los que considerara una amenaza para su subsistencia y la consecución de sus ambiciosos planes. Conspiró para asesinar al sobrino de su marido, a dos nietos de éste y al menor de sus propios hijos, por el que en su funeral no derramó ni una sola lágrima, el bello, bondadoso y valeroso Druso, al que no dudó en sacrificar cuando éste se empeñó en apoyar el advenimiento de la república y el fin de la época de los emperadores, a los que consideraba corruptos y malos gobernantes. También desterró a una nuera, y todo lo hacía procurando que no se notara su mano, propiciando los hechos instigando a otras personas, como si ella no estuviera detrás de lo que sucedía ni tuviera nada que ver.
John Hurt como Calígula |
Magnífico también John Hurt en el papel de Calígula, actor al que tampoco conocía entonces y que ha sabido envejecer haciendo cine y conservando su maestría interpretativa frente a modas cambiantes. Todo un lujo. Se da la circunstancia de que aquella escena en la que mataba a su hermana abriéndola en canal para comerse el hijo que llevaba en sus entrañas, fruto de sus incestuosas relaciones, fue censurada en nuestro país por considerarla poco apropiada para audiencias masivas, pero en otros países, como Alemania, fue emitida sin censura y causó una gran conmoción entre los espectadores y una oleada de críticas sin precedentes. A pesar de la censura que aquí hubo, recuerdo que para los años que yo por entonces tenía sí me impresionó enormemente, pues nunca había visto una cosa así ni me la había imaginado siquiera, pero la Historia es así, terrible, cruel, inhumana, y así fue como la contaron.
Claudio, sabedor en la sombra de todo lo que pasaba, llegó a ser emperador muy a su pesar y casi por eliminación, porque ya no quedaban parientes vivos que fueran aptos para el cargo. Con su imagen de tonto todos supusieron que sería un títere fácilmente manejable, y aunque continuó haciendo como que no se percataba de la mayoría de las cosas que sucedían a su alrededor, dejó muy claro que tenía poder de decisión propio y perfecta autonomía. Pero también desde entonces vivió sintiéndose más amenazado que nunca. Es curiosa su relación con el hombre que prueba su comida y su bebida antes de hacerlo él. Se le ve, ya anciano, gruñón e impaciente, mirando de soslayo a su infortunado criado para ver si el veneno que a él le hubieran destinado le hacía efecto o no. Claudio fue el protector de Roma, su salvaguarda, con él hubo un período de relativa tranquilidad, tal y como en su infancia predijo un vidente al que nadie creyó.
Sus momentos de gozo son aquellos en los que se encierra a estudiar sus libros, pues Claudio llegó a ser un eminente historiador, y a escribir sus memorias, las vicisitudes de su familia a lo largo de décadas, que él cree que algún día serían encontradas, en siglos venideros, y así se sabría todo lo que aconteció en aquella época que le tocó vivir. Escribió ocho tomos de los que nunca se encontró ninguno. Si tantas verdades dijo en ellos, si destapó tantas mentiras, no sería de extrañar que alguien los hubiera hecho desaparecer.
Cuando Claudio comió de aquellas setas que le ofrecía su silibina esposa, al final, ya sabía que estaban envenenadas, pero tenía muchos años y estaba muy cansado. Harto de sortear insidias y de llevar sobre sus hombros tantas responsabilidades, aceptó en silencio y con tristeza su destino. Los que conspiraban creyeron que le engañaban, pero él siempre fue más inteligente y tuvo más humanidad que la mayoría de los que le rodearon. Fue él quien engañó a todos haciéndoles creer que era un disminuido y que ni siquiera fue capaz, como le había pasado a otros, de ver la inminencia de su muerte y apartarse del peligro. Ya que no había podido elegir la forma en que hubiera querido vivir, por lo menos escogió cuándo y cómo morir.
Conmovedor el retrato de Claudio interpretado por Derek Jacobi, sus miedos, su inseguridad casi patológica, su falta de amor, su soledad e incomprensión, los quebrantos de su salud, su infinita paciencia, su inconmensurable inteligencia y bondad, su comprensión del mundo y de la vida, su gran humanidad. Le admiro por cómo pudo mantener su integridad física y moral a pesar de la extrema maldad de la mayor parte de las personas que pasaron por su existencia, ciegas de poder y ambición, lacras que han perdurado hasta nuestros días entre los que acceden al poder.
Se me hizo muy extraño escuchar de nuevo la sintonía de la serie después de tanto tiempo sin oírla, y volver a ver a aquella serpiente que se deslizaba sinuosa sobre las teselas, tan típicas de la decoración de la Antigua Roma, en las que podía leerse el nombre de Claudio en latín y ver su rostro. Las imágenes y la música con las que empezaba y terminaba la serie eran muy significativas, hacían presagiar algo malo, y a la vez era muy representativo del mundo romano de aquel entonces. Treinta y siete años han pasado, nada menos, desde que se rodara esta serie que yo veía intrigada, inquieta y conmovida cuando tenía 10 u 11 años. Nos queda para siempre la sutil ironía de su humor, que es el humor de los que están decepcionados, y la sagacidad de su estrategia de supervivencia, de la que he tomado ejemplo desde entonces.
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