viernes, 9 de agosto de 2013

El reality de Lucía Etxebarría


En verano proliferan los tópicos de la estación, no creo que haya ninguna otra estación en la que haya tantos: playa, palmeras, daikiri, mar… Parece que es el momento adecuado para ver películas en las que sus protagonistas, al igual que nosotros, no dejan de transpirar: Fuego en el cuerpo, La jauría humana, De repente el último verano… Me ha parecido siempre que el verano tiene en el cine algo diferente que lo distingue de otras épocas, se crea una atmósfera especial y se ralentiza la cadencia de las historias.
 
Pero estamos en España, y aquí tenemos otros añadidos, esos programas de televisión que son secuelas de la falta de talento e imaginación que el resto del año nos aflige, y que ahora destila aún más si cabe mayor mediocridad. Se lleva la palma de la mano Campamento de verano, otro reality (si es que a eso se le puede llamar realidad) de casi idéntico formato que otros realizados con anterioridad, presentado por el hijo del legendario Joaquín Prat, al que se parece de lejos. La maestría y el talento del padre no los ha heredado su vástago, que tan pronto parece tener mando para dirigir el gallinero y ser muy educado pese a ello, como se descuelga con temas y frases grotescos, fuera de lugar, especialmente cuando se dirige a los concursantes desde el estudio.
 
La calidez y la simpatía del que hacía gala su padre son cualidades que, quizá con la calidad de la programación actual y con el espíritu de los tiempos que corren, serían casi impensables. Yo nunca veo estos programas, pero un día, haciendo zapping, topé con Lucía Etxebarría, que en ese momento, aislada del resto, lloraba y se lamentaba en una cabaña, consolada por algunos de los miembros del equipo que porfiaban para que se quedara, pese a sus intentos por salir de allí lo antes posible y a gran velocidad.
 
Siempre ha sido la escritora carne de cañón, nunca tuvo pelos en la lengua. Es de esas personas a las que pasar desapercibidas les parece algo inconcebible. Pero me pregunté qué hacía alguien como ella en un sitio como ese, por mucho juego que pudiera dar al programa con su forma de ser tan particular y las cosas que se le ocurren. No había más que ver al resto de los concursantes: los desconocidos estaban todos sonados y los famosillos son, como suele pasar en esta clase de realities, gente sin oficio ni beneficio que ha alcanzado cierta popularidad en dudosas circunstancias, y que necesita ganarse la vida. y a ser posible cobrando grandes cantidades, a cambio de la poca dignidad que les quede, pues una ocupación corriente no estaría a su altura.
 
La escritora no es que pase por uno de sus mejores momentos, pero el resto de los que la rodeaban eran impresentables a luces vista. Cuando consiguió salir de allí, declaró en el plató que la razón de su participación era que necesitaba dinero. No lo hizo ni siquiera por curiosidad o por tener una experiencia nueva. Al final el motivo consistía en lo mismo que buscan todos, el vil metal. Lo que ella nunca supuso era que lo iba a pasar tan mal. Aquello de campamento lúdico no tenía nada, era más bien un calvario, un sitio donde la gente va a todo menos a pasarlo bien, a no ser que haya quien se lo pase bien así. Igual que en aquel otro programa, La isla de los famosos, en el que en un enclave privilegiado y maravilloso se atormentaba a los participantes haciéndoles pasar todo tipo de necesidades.
 
Lucía Etxebarría dijo que estaba muy sorprendida por el hecho de que en una sola semana en el concurso había ganado tanto dinero como con dos años de trabajo en uno de sus libros. Luego se recortan presupuestos para hacer programas de calidad o se suprimen cadenas de televisión que funcionaban muy bien, como Telemadrid. Sólo hay pasta para la basura con la que nos alienan los descerebrados que planifican la programación. Sin embargo, tendrá que reconocer la escritora que ese dinero fácil no le reportará nunca las mismas satisfacciones que el ganado con su esfuerzo y su talento, ni el reconocimiento será el mismo. No hay comparación posible.
 
Lucía Etxebarría ha demandado al programa, durante el que ciertamente sufrió todo tipo de vejaciones, pero también se dedica ahora a hacer caja pasando por otros programas donde la invitan a hablar de lo sucedido, y luego lo tuitea todo poniendo a parir a todo el mundo. Y hablar es algo que a ella le encanta, empieza y no acaba nunca. Solía ser interesante todo lo que decía antes de que le pasara esto, y además tiene un sentido del humor muy cáustico que me encanta, pero cuando el tema de conversación es tan penoso y repetitivo ya no mola tanto.
 
La escritora no ha gozado nunca, de todas formas, de un gran equilibrio emocional, y no debe ser una persona fácil tratar. Propensa a la pataleta, y con mucho carácter, no le gusta que la contraríen. Puede ser también dulce, infantil diría, como una niña grande a la que parece haberle faltado siempre algo que no logra encontrar. A lo mejor busca atención mediática con el fin de vender sus libros si andaba un tanto olvidada últimamente, o simplemente necesita el apoyo y el afecto de los demás, porque quién en su vida no siente soledad o incomprensión en algún momento dado.
 
Lucía dará aún mucho que hablar, que me parece que es lo que quería. Su intervención en un programa semejante ha sido algo anodino, una intelectual en un bodrio como ese. Es lamentable e hilarante a partes iguales, y ha servido como punto de inflexión al tedio televisivo tan propio del verano.

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