Había oído y leído en muchas ocasiones sobre el juicio al que fue sometido en su día Oscar Wilde por su condición homosexual, algo que siempre había llamado mi atención por lo que de absurdo y atroz tiene, incluso para la época en que tuvo lugar y por tratarse de quien se trataba. Pero desconocía las circunstancias en que se produjo y su alcance personal, ya que la vida del escritor dio un giro radical a partir de entonces: su status social, económico, familiar y profesional ya no volvieron a ser nunca el mismo.
Jamás habría imaginado Wilde, sin embargo, que su obra y su reputación permanecerían como estaban antes de aquel huracán mediático, e incluso que se le admiraría aún más por ello, mártir como fue de una sociedad pacata, de estrechas miras y rígida e hipócrita moral, pues le condenó por su orientación sexual y pasó por alto la verdadera culpa que podía recaer sobre sus espaldas, la de marido infiel que traiciona a su esposa e hijos.
Mientras estuvo en prisión se vio hundido en la más absoluta de las miserias morales, sin saber que su desgracia revalorizaría aún más su obra. Leyendo De Profundis, la larga carta que escribió desde la cárcel, donde permaneció dos largos años, al causante de su desdicha, se percata uno, más que con cualquiera de sus producciones literarias, del tipo de sensibilidad que poseía y la anchura de sus conocimientos. Pocas personas ha habido con una emotividad como la suya, una inteligencia tan aguda, y una cultura tan vasta.
Y es que el Amor, como él lo refiere con mayúscula (así escribe todo lo que para él es importante), le vino en forma de la persona menos adecuada, un hecho bastante corriente en realidad. Se enamoró de quien no debía, y ni su intelecto, ni su talento, ni su experiencia mundana de la vida, hombre cultivado y de mundo como era, le sirvieron para darse cuenta de su error, y cuando fue consciente de ello volvió a caer en la misma trampa, inexorablemente.
Quizá Wilde en el fondo se quería poco, a pesar de hacer alarde, en el transcurso de aquella larga misiva, de su superioridad social e intelectual, como persona de éxito reconocido y buena posición. Cómo si no se puede entender que un hombre de su talla retome una relación tan fatídica en cuanto sale de la cárcel. Qué tendría aquel mequetrefe, aparte de ser un aristócrata de dudosa y enfermiza belleza, para embrujarle de aquella manera. Nada escarmentó a Wilde, que volvió a las andadas para ser abandonado final y definitivamente poco después, y terminar muriendo en un país extranjero sin apenas amigos ni sombra de lo que había sido su vida en el pasado.
La carta le sirve a Wilde para desahogar sus preocupaciones y angustias, reprochar y lamentarse, y de paso explayarse en otros ámbitos sobre los que da sus opiniones, siempre tan profundas y acertadas, muy ingenuas a veces. Se diría que es un niño grande que aún conserva la inocencia de la edad 1ª, y que ve el mundo como un paraíso, un lugar hecho para nuestro disfrute en el que le parece inconcebible la maldad. Su alma se ve violentada por la cruda realidad que le asalta, y que altera sólo en parte su pensamiento y su personalidad.
A pesar de la melancolía y la desesperación que destilan sus palabras, hay momentos para la esperanza y la anticipación de la dicha que habrá de sentir cuando sea de nuevo libre, e incluso para hablar sobre la figura de Jesús. Curiosamente, Wilde era un hombre con creencias religiosas y una visión muy personal de las cosas divinas. Leía cada mañana al levantarse algún pasaje de los Evangelios, como una forma de empezar el día sana y limpia, como él mismo afirma. Quizá esas convicciones estuvieran siempre ahí y sólo salieran a la luz en ocasiones tremendas como aquella, en las que tendemos a encomendarnos al Cielo como una forma de protegernos de todo mal y de ahuyentar el miedo y la desesperación.
He aquí algunos de sus pensamientos, entresacados del texto de la carta, perlas maravillosas de su intelecto y su corazón:
“La belleza que duerme agazapada en todas las vidas”.
“Ser enteramente libre y al mismo tiempo estar sujeto por entero a la ley es la eterna paradoja de la vida humana”.
“Sólo aquello que es excelente puede alimentar el Amor. Pero cualquier cosa alimenta el Odio”.
“Todo tiene que venirle a uno de su propia naturaleza. De nada sirve decirle a la gente cosas que no puede sentir ni comprender”.
“El Odio es desde un punto de vista intelectual la Negación Eterna. Desde el punto de vista de las emociones es una forma de Atrofia”.
“A toda costa he de guardar en mi corazón el Amor. Si voy a la cárcel sin Amor, ¿qué será de mi Alma?”.
“El Amor no trafica en un mercado ni usa balanza de buhonero. Su gozo, como el gozo del intelecto, es sentirse vivo”.
“He atravesado todas la etapas posibles del sufrimiento”.
“Ahora encuentro, oculto en mi naturaleza, algo que me dice que nada en el mundo entero carece de sentido, y mucho menos el sufrimiento. Ese algo oculto es la Humildad. De todas las cosas es la más extraña. No se puede regalar, ni te la pueden dar. No se puede adquirir, salvo que uno renuncie a todo cuanto posee. Sólo cuando se han perdido todas las cosas, sabe uno que la tiene”.
“Los que tienen mucho suelen ser avariciosos. Los que tienen poco siempre comparten. No me importaría lo más mínimo dormir en verano sobre la hierba fresca, y cuando llegue el invierno resguardarme junto al cálido almiar de paja amontonada o bajo el cobertizo de un granero grande, siempre y cuando tuviera amor en el corazón”.
“Si no logro escribir libros hermosos, al menos puedo leer libros hermosos, y ¿existe un gozo mayor?”.
“El Alma tiene sus funciones nutritivas también, y puede transformar en formas de pensamiento nobles y pasiones de elevada trascendencia lo que en sí mismo es bajo, cruel y degradante; aún más, quizá encuentre en ello sus más augustos modos de afirmación, y puede a menudo revelarse a sí misma más perfectamente a través de algo que venía con intención de profanar o destruir”.
“El logro mayor de Cristo fue haberse hecho amar tanto después de su muerte como se hizo amar durante su vida”.
“Sólo se comprende la propia alma librándose de las pasiones ajenas, de la cultura adquirida y de las posesiones externas”.
“Cuando uno entra en contacto con su alma, se hace simple como un niño. Resulta trágico cuán pocas personas “poseen su alma” alguna vez antes de morir”.
“Cristo no tenía paciencia con los sistemas monótonos, carentes de vida, mecánicos, que tratan a las personas como si fueran cosas”.
“El momento del arrepentimiento es el momento de la iniciación. Más que eso. Es el medio por el cual uno altera su propio pasado”.
“Las personas cuyo deseo es únicamente la autorrealización jamás saben adónde van. No pueden saberlo. Es, desde luego, necesario conocerse a sí mismo. El misterio final es uno mismo”.
“No existe nada en el mundo tan erróneo a lo cual el espíritu de la Humanidad, que es el espíritu del Amor, el espíritu del Cristo que no está en las Iglesias, no pueda convertir en posible de sobrellevar sin demasiada amargura en el corazón”.
“Sé que afuera me aguarda mucho de cuanto es muy delicioso, lo que San Francisco de Asís llama “mi hermano el viento” y “mi hermana la lluvia”.
“Haber llegado a ser un hombre más profundo es el privilegio de quienes han sufrido”.
“Aquel que mira la hermosura del mundo y comparte su dolor se halla en contacto inmediato con las cosas divinas y se ha acercado al secreto de Dios tanto como alguien es capaz de acercarse”.
“Las grandes pasiones pertenecen a los grandes de alma”.
“La sublimidad de alma no es contagiosa. Los pensamientos y las emociones grandes están aislados en su misma existencia”.
“Tengo un extraño anhelo por las cosas grandes y primigenias, como el Mar, que para mí es tan madre como la Tierra”.
De entre los reproches que le dirige al causante de su desgracia, me han gustado especialmente unas frases: “No comprendiste que un artista, y especialmente un artista como lo soy yo, es decir, uno cuya calidad en el trabajo depende de la intensificación de la personalidad, requiere para el desarrollo de su arte la comunión de ideas y una atmósfera intelectual, silencio, paz y soledad”.
Y también: “Pedías sin elegancia y recibías sin agradecer”. Al final, viéndose obligado a llevar, por culpa de aquel mequetrefe, una vida que no le gustaba, dice: “Para alguien de mi naturaleza y temperamento, era una posición a la vez grotesca y trágica”.
Por último un conmovedor párrafo dedicado a su amigo Robbie, que le acompañó incluso en sus horas más bajas, hasta el final, y que fue el que preservó el legado de su obra, para que nada se perdiese. La Amistad fue para Oscar Wilde uno de los más preciados tesoros que tiene el ser humano: “Cuando me condujeron desde la prisión hasta el Tribunal de Quiebras entre dos policías, Robbie aguardó en el largo y fúnebre pasillo para –delante de todo el gentío, al cual dejó mudo una acción tan dulce y sencilla- quitarse gravemente el sombrero a mi paso, mientras yo cruzaba junto a él esposado y con la cabeza gacha. Hay hombres que han ido al cielo por cosas más pequeñas. Fue con ese mismo espíritu y esa misma forma de amor como los santos se arrodillaban para lavarles los pies a los pobres, o se inclinaban para besar al leproso en la mejilla. Nunca le he dicho ni una sola palabra acerca de lo que hizo (…) No es una cosa por la que se puedan dar gracias formales empleando palabras formales. La guardo en el tesoro de mi corazón. La conservo ahí como una deuda secreta que me alegra pensar no tengo posibilidad de devolver nunca. Está embalsamada y se mantiene dulce por la mirra y la casia de numerosas lágrimas. Cuando la Sabiduría me ha resultado inútil, y la Filosofía estéril, y los proverbios y frases de quienes buscaron consolarme fueron como polvo y cenizas en mi boca, el recuerdo de aquel pequeño, humilde y silencioso gesto de Amor me ha abierto todos los pozos de la piedad, ha conseguido que el desierto florezca como una rosa y me ha sacado de la amargura de un mundo solitario para entrar en armonía con el corazón herido, roto y grande del mundo”.
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