lunes, 12 de agosto de 2013

Orgullo y prejuicio

 
Me encanta la forma como Matthew Macfadyen interpreta al Darcy de Orgullo y prejuicio, personaje tantas veces encarnado por otros actores en otras producciones. Recuerdo que leí el libro de niña, al encontrarlo por casualidad buscando entre los que había en casa de mis padres, legados por mi abuelo paterno al morir, y que solía comprar por lotes en el rastro. Casi todos ellos eran de poca calidad, pero de vez en cuando encontrabas alguna joya, como ésta.
 
Ya entonces me entusiasmó la historia, me pareció muy romántica y al mismo tiempo impactante y llena de fuerza. La 1ª vez que la vi dramatizada en imágenes fue en una serie que emitieron en televisión hace muchos años. En ella el actor que encarnaba al protagonista compuso un personaje aún más seco y desagradable que el de esta última versión cinematográfica. Por eso fue más emocionante cuando dejó caer sus muros para mostrar amor, una debilidad que apenas si podía permitirse por lo visto, y mucho menos contener. El hombre áspero y duro que guarda en su interior un corazón tierno y apasionado.
 
Luego vino la versión encarnada por Colin Firth, que parece especializado en papeles de tipo estirado con cierta dificultad para expresar sus emociones y comunicarse. Muy convincente, como suele ser él.
 
Y la última, la que me ocupa ahora, con un actor inglés al que no conocía, Matthew Macfadyen, que es para mi gusto el que mejor ha entendido la personalidad de ese Darcy eterno, intemporal, que la imaginación de Jane Austen tuvo a bien dejarnos para la posteridad. Sin ser un intérprete especialmente guapo, tiene un aire a la vez ingenuo y adusto que me fascina. Ha elaborado un personaje no tan rígido e inexpresivo como sus antecesores, lo cual es muy de agradecer, sino que dentro de la seriedad que requería el papel ha puesto algunos toques personales muy acertados.
 
Así Darcy no es ese ser implacable y ortopédico al que todos estamos acostumbrados, sino una persona víctima de una educación rigurosa que le ha embebido de orgullo y prejuicio, como indica el título del novelón, al que le cuesta comunicarse con los demás, en una época como aquella en que relacionarse no era algo tan sencillo como hoy en día, con los avances tecnológicos, redes sociales y demás que tanto nos absorben el seso.
 
El Darcy de Matthew Macfadyen se permite dudar, ensimismarse contemplando el horizonte o a la mujer objeto de su amor, esbozar interés y emoción aunque sea sólo con la azul mirada de sus ojos. La fijeza y determinación de esa mirada apabulla y cautiva al mismo tiempo. La contundencia de sus palabras, la forma de expresarse con el rostro y con todo el cuerpo, tienen
un magnetismo que atrae como un imán. La fuerza, la seguridad y el aire tan viril que muestra cuando camina subyuga por completo, sobre todo cuando se le ve atravesando la campiña inglesa, escenario de algunas de las historias más hermosas de la Literatura, que unas veces luce un verde apabullante y otras aparece cubieta por la niebla, como en la escena final de la película, con esa luz dorada del amanecer que envuelve a los protagonistas.
 
Son esos lugares y esas historias los que forman parte del imaginario colectivo de mucha gente, especialmente de nosotras, las mujeres.


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