miércoles, 21 de agosto de 2013

Vacaciones en Ibiza (I)


Este año quise tener unas vacaciones diferentes, y me organicé un viaje a Ibiza al que pensaba ir con mis dos hijos, pero ya se sabe que los chicos, cuando se van haciendo mayores, prefieren otras cosas, y al final conté sólo con mi hija, que es una estupenda compañera de ruta.

En el avión teníamos delante de nosotras a una pareja de gays que no dejaban de darse besos. Ibiza tiene fama de ser lugar de destino preferido por los homosexuales. Estos eran muy cool, guapos, estilosos y esculturados en gimnasio. Durante el vuelo sentí una gran desorientación, porque al mirar por la ventanilla no había una sola nube, que son puntos de referencias espaciales, y llegó un momento en que me parecía que tanto azul era un vacío absoluto y que lo mismo podíamos estar boca arriba que boca abajo. Cuando nos aproximábamos a la isla, la belleza de las playas y el mar desde arriba me impresionó. Al aterrizar, el piloto tuvo un detalle divertido, pues hizo sonar una música de trompeta como un toque de diana, y anunció que habíamos llegado, lo que despertó un espontáneo entusiasmo general entre los viajeros, que aplaudieron y vitorearon la ocurrencia. La fiesta perpetua en la que se vive en Ibiza encendía los ánimos.

El hotel, que me había recomendado una amiga, estaba muy bien, tenía su puntito de buen gusto y sencillez en la decoración, la comida era rica y el trato muy agradable. Estaba en la zona del puerto deportivo, por lo que había que caminar 10 ó 15 minutos hasta que llegabas a la playa. Santa Eulalia es estrecha y tiene un recorrido ondulante en la línea de costa, poco concurrida, todos extranjeros, alemanes e ingleses sobre todo. Anita se sorprendía de ver a tanta gente leyendo libros bajo las sombrillas, hombres incluídos, no es algo a lo que su vista esté acostumbrada. El agua estaba limpia y a una temperatura maravillosa, no había olas, por lo que se podía nadar a gusto, y corría una brisa constante que refrescaba. En Ibiza cogí un color oscuro que luego no tardó en desaparecer, que no es el que suelo adquirir cuando voy a Benidorm, que es más chocolate y dura más tiempo.


Santa Eulalia

Las boyas estaban situadas cerca de la playa, separando la zona en la que grandes y preciosos barcos particulares estaban atracados. Esto era un inconveniente para mí, que me gusta nadar mar adentro. Me sorprendí de lo limpia que estaba el agua a pesar de haber tantas embarcaciones, ferrys incluídos que no dejaban de salir y llegar del puerto cercano, ni una gota de grasa, ni un desperdicio flotando, ¡increíble!.

El paseo es muy tranquilo, totalmente peatonal, lleno de terrazas de todas clases. En una de ellas estuvimos comiendo uno de los días, entre sol y sombra, y con la brisa que hay siempre allí era una total relajación. Estuve muy a gusto con mi niña sentadas mirando al mar.


La terraza que más me gustó fue una que estaba un poco más allá, que por la noche se iluminaba de un rosa intenso la blanca cúpula del edificio en torno al cual estaba montada, de estilo árabe.

Casi al final del paseo marítimo hay árboles frondosos junto a los que se puede descansar en bancos. Allí, a la sombra, hay un frescor incomparable. Uno de los días, sentadas por la tarde, un chico se nos aproximó corriendo, en bañador y descalzo, limpiándose las lágrimas, y nos preguntó si habíamos visto a un hombre correr con una mochila. Tenía acento argentino y al parecer le habían robado, dejándole con lo puesto. Estaba muy angustiado, y se le vió por allí dando aún algunas vueltas para ver si localizaba al ladrón, pero fue inútil. Si hubiera conocido la zona le habría acompañado a una comisaría a poner una denuncia, pero en ese momento me pilló por sorpresa y no supe reaccionar para ayudarle. Debe ser tremendo estar en otro lugar, y más en un país extranjero, y que te suceda algo así.

Cala Llonga
Lo mejor de Ibiza son las calas. Visitamos una de las más cercanas, a un cuarto de hora en ferry, Cala Llonga, en la que nada más llegar nos sorprendió el color turquesa de sus aguas y la transparencia. Varias filas de tumbonas y sombrillas pajizas, todo a juego en azul, ocupaban la zona, y allí nos instalamos. El estruendo de una monitora de agua gym de un hotel cercano molestaba al principio, pero en cuanto cesó era maravilloso estar allí contemplando el bosque del monte que cerraba la cala, esa vegetación casi sobre el mar, y escuchar el siseo que la brisa hacía al mover las tiras pajizas que colgaban de las sombrillas, era muy relajante. Fuimos a comer a la terraza de uno de los restaurantes cercanos, y fue una gozada estar allí disfrutando del placer de la comida y de la contemplación del entorno natural, ese verdor que venía del monte hasta la misma playa. Echamos un vistazo a una tienda cercana, en la que Anita se compró algunas cosas y yo me compré un bolso tipo canastillo de mimbre, que en Ibiza se usa mucho, sobre todo en la playa. Mi relax fue tal que yo, que no me duermo en cualquier parte, me quedé un rato dormida en la tumbona, acompañada por la dulce Anita, que al principio estaba un poco fastidiada porque creía que íbamos a una cala paradisíaca y se había puesto muy mona para hacerse algunas fotos que luego subiría al Tuenti, pero a esos sitios sólo se puede ir en coche particular, y no era nuestro caso.


Cala Llonga

Es evidente que el entorno natural está muy explotado en Ibiza, todo está planificado para sacar el máximo provecho al turismo, pero me dio la impresión de que, a pesar de todo, se ha respetado la salvaje Naturaleza de la isla, hay algo de agreste en su paisaje que se ha sabido conservar y que es precisamente su atractivo, lo que permite que la gente quiera visitarla. Los edificios de la costa no son rascacielos, sino que tienen la mayoría 3 ó 4 plantas a lo sumo.



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