lunes, 21 de septiembre de 2015

Alaska y Mario



Hacer zapping es lo que tiene, que uno se encuentra a veces con los programas más extravagantes e insospechados. Así me pasó cuando topé con Alaska y Mario, un reality show o telerealidad, que es el nombre con el que se anuncia, en el que la extraña pareja muestra su día a día ante las cámaras. Resulta que empiezan ahora su 4ª temporada, y yo me entero ahora de su existencia.

Es ésta práctica muy corriente en EE.UU., donde recuerdo con horror un programa de estas características al que alguna vez eché un vistazo, protagonizado por la insufrible Tori Spelling, hija de un famoso productor de Hollywood. Pensé por entonces que aquellos a los que se hacía objeto de semejante formato televisivo no eran precisamente la gente con más méritos o más interesante.

En el caso de Alaska y su marido puede que sea una excepción. Matrimonio atípico por su aspecto y por otras muchas cosas, son sin embargo en las distancias cortas tan corrientes como cualquier otra pareja. Ellos se desenvuelven ante la cámara con total naturalidad, incluso en la intimidad de su hogar. Su casa, decorada como era de esperar en ellos, con objetos estrafalarios y colores chillones, es el lugar donde trabajan, descansan y reciben a sus amistades. En ella tiene cabida todo tipo de personas. En uno de los episodios llegaron un padre y un hijo, con los que tienen amistad, y que no pegaban nada allí por su aspecto tan normal, para celebrar el cumpleaños de éste último, un niño que no debía tener más de 8 años y que hablaba como si fuera mayor. Ellos se despiporraban de la risa con cada ocurrencia suya, sobre todo Mario, que tiene una mano increíble con la gente menuda, quizá porque él mismo es también como un niño.

Me cuesta ver a Alaska con el pelo oscuro. Ya sé que hace años que abandonó el tono zanahoria que fue su seña de identidad durante tanto tiempo, pero su cabello, al igual que sus estilismos, me chocan siempre enormemente. Embutida en vestidos super ajustados o pantalones ceñidos hasta más allá de lo humanamente razonable, tiene fisonomía de chica de cómic, pequeña, sexy, con grandes pechos y cintura de avispa cuando no ha engordado, pues adelgaza y coge peso casi constantemente. Algunas veces sus faldas son tan cortas que dejar ver esos muslos blanquísimos y celulíticos no es precisamente la mejor idea, pero ella seguramente no lo ve así.

En la cama se llenan de caricias, abrazos y besos, y siempre están riendo. Se miran a los ojos y parecen verse reflejados el uno al otro en ellos. Dos personas que parecen tan diferentes, y que se llevan creo que 9 años (ella es mayor), comparten su vida por completo y son esa media naranja que encaja perfectamente en la otra media. Alaska, a la que él llama por su nombre real, Olvido, es la serenidad, la inteligencia y la cultura. Mario es el nervio, el desenfreno, la espontaneidad, el desparpajo, el ingenio, llevado siempre por sus impulsos sin ningún control. Lo que a uno le falta, el otro lo suple con creces, como en una equilibrada balanza. Amantes del glam, del exceso, de lo hortera, libres de prejuicios y convencionalismos, desarrollan su trabajo y su vida sin cortapisas y sin ofender a nadie.

No tienen desperdicio sus amistades. Las Nancys rubias, el grupo musical al que pertenece Mario, son una mujer y un puñado de homosexuales llenos de picardía y ocurrencias de todas clases, sobre todo uno de ellos, Juanpe, que es además modisto, al que apenas se ve la cara, siempre cubierta por una media melena recta, espesa y negra y unas gafas de sol, aunque cuando se las quita tampoco se le ven los ojos, que están siempre bajo un tupido flequillo. Un transexual, rubia y muy alta, ejerce de subastadora cuando se quieren desembarazar de objetos personales para causas benéficas. Con un ritmo trepidante y siempre bromeando y provocando escandalizar, Topacio es casi una miembro más de la familia.

Y la verdad es que su día a día está siempre lleno de actividades muy diversas. Se les puede ver visitando a un famoso modisto que ha diseñado unas camisetas para ellos, para promocionar uno de sus discos, y al que Mario no duda en dar un beso en la boca. Otro tanto hizo cuando rodaba un videoclip para su grupo musical con Amenábar, al que morreó, con cierta sorpresa por parte de éste, que no se lo esperaba. También aparecen dándose un baño en la piscina del ático de un conocido hotel de la Gran Vía, mientras contemplan el atardecer, o de viaje a EE.UU. con sus amigos, donde se sientan en terrazas de comida rápida y cervezas. O cuando están con la madre de Alaska, que tiene un lejano parecido a ella pero en señora muy mayor y contrahecha, que contempla con ojos entrecerrados y sonrisa permanente las evoluciones de su hija y su yerno. Alaska protesta porque Mario se prueba unos abrigos de piel de la madre, ella que está en contra de la matanza de animales para esos usos (quién no lo está). O en sus conciertos, o visitando a sus amigos en sus casas, y mucho más.

Con Juanpe
Lo más atractivo de Mario es que nunca piensa lo que dice, algo que le permite tener la espontaneidad de los niños, pues goza de una cierta ingenuidad, salpicada de picardía, porque es muy gamberro. No para de reir, con una risa muy característica suya. Se ríe de sí mismo y su personalidad arrolladora está envuelta en grandes dosis de ternura. No para de besar y abrazar a todo el mundo, está contento consigo mismo y con cuanto le rodea, su optimismo y vitalidad son contagiosos. Me pregunto si Alaska podrá seguirle la marcha con los años que ya tiene. Puede que sí, aunque debe ser agotador.

A Mario le gusta la ambigüedad, le mola escandalizar, el morbazo, el que la gente no sepa clasificarle. Podríamos pensar que es bisexual, pero qué más da. Nadie debería ser catalogado con ninguna etiqueta. Hay quienes esta pareja les causa repelús. A mí me parece original y divertida, y aunque veo su programa sólo cuando no hay otra cosa que me guste más, porque me empacha un poco y me produce cierto estupor, tienen en mí a una segura defensora de su estilo que ya no es punk ni del todo glam en realidad, pero en el que se percibe mucha personalidad y mucha humanidad. En un mundillo televisivo como el que tenemos hoy en día, en el que impera la horterada y el mal gusto, Alaska y Mario quizá estén en esa sintonía pero con un poco más de glamour, o por lo menos con un poco más de gracia.



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