viernes, 4 de septiembre de 2015

Rodaje


Paseaba yo con mi hijo por la calle Arenal, un día que se vino a desayunar conmigo en la pausa del trabajo, cuando topamos con un rodaje a la altura de la calle Hileras, que tan gratos recuerdos nos trae a mi familia y a mí por ser el lugar donde estaba Iruña, el restaurante donde celebrábamos los festejos familiares, y que terminó cerrando hace unos pocos años por obras en el edificio.
Ya de lejos vimos que la gente estaba parada mirando hacia un punto concreto de la calle. Cuando llegamos nos hicimos a un lado. Un hombre daba voces y hacía aspavientos, unas veces para hacer parar a la gente que pasaba, otras para indicar que continuaran andando. El equipo se arracimaba en torno al cámara, y cuando se hizo sonar la claqueta apareció corriendo un actor con la cabeza rapada y gesto inquieto, se paró, miró a lo lejos y escapó por un lado de la cámara, como si estuviera persiguiendo a alguien. Ya fuera del objetivo le costó un poco detenerse, como si aún siguiera metido en su papel.
La cara del actor me era perfectamente conocida, pero no supe ubicarle. A veces pasa que no recuerdas cosas sobre algo o alguien, nombre, lugar, época de la vida en que lo has conocido, pero sí te queda el sentimiento o la sensación que te ha producido. Este era el caso, porque a pesar de no recordar quién, dónde y cuándo lo había visto, sentía buenas vibraciones al verlo, como de ser uno de los pocos intérpretes españoles actuales que me gustan. Luego, pensando, caí en la cuenta de que la última vez que lo había visto actuar fue en La gran familia española, en la que interpretaba a un hombre con retraso mental de una forma tan magistral que llegué a creer que realmente él era así. Luego me he interesado por el resto de su trabajo, anterior. Buscando en internet vi su nombre, Roberto Álamo, galardonado con varios premios, entre ellos el Max de teatro.
Mi hijo y yo nos situamos en una esquina muy discreta frente al lugar donde se rodaba la escena, que se iba a repetir. A nuestro lado un hombre con un carro de los que se usa para llevar cajas de bebidas, se quitaba y se ponía nervioso la gorra de visera esperando que comenzase de nuevo el rodaje. Era uno de los extras, lo que no sabíamos era si lo acababan de reclutar de la calle o ya venía contratado. Dos ciclistas esperaban cerca lo mismo que el de la visera, y le dijeron a éste medio en broma que tuviera cuidado para no chocar todos. Me había llamado la atención dos hombres negros altos y fornidos un poco más allá que lucían sus trajes típicos africanos, lo que le daba una nota exótica al conjunto. Pensé que estaban allí mirando con la misma curiosidad que nosotros, pero resultaron ser también extras.
En la esquina de la calle Hileras, por donde había salido corriendo Roberto Álamo la 1ª vez, estaba él escuchando instrucciones, al mismo tiempo que le maquillaban la calva y la cara y le rociaban con un spray para que pareciera sudado. Lo mismo hicieron con sus axilas, que aparecían con grandes manchas de humedad, como si hubiera estado corriendo sin parar. Tenía que dar sensación de fatiga y esfuerzo. Al cabo de un rato se recolocó todo el mundo y el actor volvió a repetir la escena, esta vez de manera más convincente, como si la anterior hubiese sido sólo una prueba. Su voz resonaba, con la contundencia de la empleada en el teatro, en medio de la calle por encima del ruido de fondo. Hablaba por el móvil de nuevo frente a la cámara, y volvía a mirar a lo lejos como buscando a alguien con gesto consternado y de alarma. Corrió de nuevo hasta perderse por un lado de la cámara. No es tan alto como parece en t.v., pero sí que tiene una complexión fuerte, anchas espaldas. El que daba las voces para controlar a la gente se le acercó y, tras una breve intercambio de palabras, el actor alzó una mano y la hizo chocar contra la otra, con un gesto en la cara de gran determinación, como diciendo “¡Ya está!”.
Nosotros continuamos nuestro camino, pero al regresar vimos a la comitiva de los extras, que iban en fila india de dos en dos hacia la plaza de Isabel II. La cámara y el resto de la parafernalia se había quedado entre la calle Arenal y la calle Hileras, apartado a un lado todo junto a la fachada del edificio, vigilado por unas mujeres que también formaban parte del equipo. Pensé en lo poco que se necesita ahora para rodar una película, en comparación con todo lo que hacía falta antaño, en los albores del cine. Pensé también que el oficio de actor es bien extraño, sobre todo en lo que a las películas se refiere, pues no logro comprender cómo puede gustarles tanto la gran pantalla, cuando estás en plena inspiración interpretando un personaje y cada dos por tres hay que cortar. Entiendo que el mayor goce, y también el mayor desafío, es el teatro, donde no hay interrupciones y sólo te tienes que dejarte llevar.
He leído que la película lleva el trágico título de Que Dios nos perdone, y es efectivamente de muchas persecuciones. Otra película de acción que añadir a las muchas que hay en cartel, pero a buen seguro que si está protagonizada por Roberto Álamo siempre tendrá algo interesante y especial que contar.
  

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