martes, 8 de septiembre de 2015

El mundo en tus manos (I)


He querido extraer aquí algunos de los pasajes del libro de la filósofa y escritora Elsa Punset, El mundo en tus manos, que copia su título de un programa de televisión que su autora ha estado haciendo hasta hace poco, y que pretende darnos algunas directrices de cómo podemos mejorar nuestro paso por la vida. Los reproduzco a continuación:
- Uno de nuestros retos pendientes es cerrar el abismo entre cómo pensamos y cómo vivimos.
- Con la aplicación a gran escala del método científico desmontamos décadas de creencias reveladas. (...) El inconveniente es que nos quedamos sin cobijo existencial y sin normas claras. Lo cierto es que el nihilismo intelectual de buena parte del siglo XX, con su premisa implacable (y paradójicamente irracional) de que lo que no se puede medir no existe, ha logrado imponer unos mínimos de cordura en nuestra forma de entender el mundo, pero no ha podido o sabido ayudarnos a vivir y a convivir mejor.
- Podemos aprender y desaprender porque el cerebro es plástico. (...) Eso nos está liberando de muchas de las ataduras que conllevan nuestras circunstancias y nuestra genética, y que hasta hace poco nos parecían inamovibles... Es una llave de libertad enorme.
- (...) nuestra naturaleza nos lleva a relacionarnos intensamente con el resto del mundo, para bien y para mal.
- Si tus padres nunca, casi nunca o pocas veces respondían cariñosamente a tus llamadas de protección y afecto, tienes más probabilidades de tener un estilo de apego inseguro, lo cual quiere decir que no pudiste aprender a depender de los demás cuando eras pequeño, y por ello desconfías de que una relación de afecto pueda proporcionarte calidez, protección y cariño. Probablemente tienes lo que los psicólogos denominan "vínculos de apego inseguros".
- Sólo logramos transformar aquello que comprendemos.
- Dos hechos que deberían ser independientes -1: ¿cómo me cuidan? Y 2: ¿qué clase de persona soy?- quedan íntimamente ligados en la mente del niño, que relacionará el tipo de atención recibido con su propio valor como persona. "Si no me atienden será porque no me lo merezco". ¿Por qué piensa así un niño? Porque no quiere o no puede creer que sus padres o cuidadores sean mala gente, o incompetentes, o vagos... Cuando somos niños, no tenemos la experiencia de vida que nos permita hacer ese tipo de juicios (...) Los niños son profundamente leales a los adultos de los que dependen, así que si hay que criticar a alguien se critican a sí mismos.
- Las personas son aventureras natas, capaces de empujar las fronteras de sus vidas mientras cuestionan y experimentan con sus propias interpretaciones del mundo.
- Para nuestro cerebro lo negativo pesa 5 veces más que lo positivo.
- Con el paso de los años vamos cobrando conciencia de nuestras fronteras personales, pero la mayor limitación que nos desvela la vida es que todo aquello a lo que nos aferramos, tarde o temprano, se desvanece sin avisar y en cualquier momento.
- En inglés la palabra "kindness" se utiliza para denominar la compasión activa y sentida que podemos proyectar sobre cualquier persona, tanto si pertenece a nuestro círculo inmediato como si no. Esta palabra, como el verbo "to care" o su adjetivo "caring", son palabras esenciales para entender lo que implica la inteligencia social empática y activa.
- Nombramos testigos de nuestras vidas a los demás y compartimos con ellos pequeños rituales en los que escondemos nuestras inconsistencias, debilidades, esfuerzos, miedos y tristezas.
Allá fuera arrecia el ruido de fondo de un mundo demasiado grande. (...) Por todas partes asoma la realidad de la vulnerable vida humana. Tal y como la experimentamos con nuestros sentidos, tan limitados, la vida resulta muy desconcertante para unos seres cuyo cerebro, programado para sobrevivir, busca incansablemente la eternidad y la seguridad.
- Sentirse solo es una experiencia interior, subjetiva, y que no tiene por qué estar relacionada con condiciones externas y objetivas. (...) Los genes nos predisponen hasta un 48% a sentirnos solos.
- Las personas que padecen una soledad más acusada son los que son, o se sienten, diferentes y desprotegidos.
- Las escuelas se toman el dolor físico muy en serio, y sin embargo suelen trivializar el dolor social: "No puedes pegar a los demás estudiantes, pero no hay reglas que impidan excluir a otra persona". No son sólo las escuelas; estas sólo reflejan una mentalidad inexorablemente instalada en casi todos los rincones de nuestra sociedad: creer que el dolor emocional, que se traduce en soledad y rechazo, o no tiene importancia, o no tiene arreglo, o se desvanecerá algún día...
- Hasta hace poco, cuando vivíamos aún en redes reducidas y rígidas, podíamos pretender que el mundo era pequeño y estable. Nos comparábamos con unas pocas personas, que probablemente se parecían a nosotros y por tanto no nos hacían sentir insignificantes. La vida estaba hecha a nuestra medida. Para la mayoría, había pocos lugares a los que ir, poca gente que conocer, limitadas sorpresas. Las expectativas eran razonables, los matrimonios para toda la vida, las ocupaciones estables. Este mundo a escala humana no ofrecía grandes sorpresas ni oportunidades, pero tampoco estresaba ni decepcionaba. Lo que Robert D. Putnam llamó el declive del capital social -el empobrecimiento de nuestras redes humanas interpersonales- se precipitó sin embargo en los años 50 con la llegada de la televisión, la vida en los suburbios, el narcisismo de la generación que nació en los años 60 y la desintegración de las familias.
- En una red social tan popular como Facebook aquellas personas que muestran índices de soledad social ligeramente inferiores a la norma, en cambio suelen arrojar índices de soledad familiar -esto es, la sensación de no estar vinculado a una familia- significativamente más altos que los no-usuarios.
- ¿Por qué nos enganchamos a las redes sociales en vez de buscar amigos por otros cauces? Hay 2 razones de peso. La 1ª es la promesa implícita de que algo en la red nos va a hacer sentir mejor, sonreír, aprender algo, no perdernos nada... (...) La 2ª razón es que "nos permite comportarnos de un modo social al mismo tiempo que nos ahorra la embarazosa realidad de la sociedad: las revelaciones accidentales que tenemos en las fiestas, los silencios incómodos, los pedos y las bebidas derramadas, así como la incomodidad general que comporta el trato cara a cara. En lugar de eso, tenemos la adorable suavidad de una máquina aparentemente social", según palabras del novelista Stephen Marche.
- La soledad solía ser un buen modo de reflejarse a uno mismo y de reinventarse. Facebook nos niega un placer cuya profundidad habíamos subestimado.
- El modo Yo-Ello conlleva la indiferencia hacia las personas con las que nos comunicamos, es decir, no considera al interlocutor como alguien a quien debamos mostrar empatía y con quien establecer una conexión real (...) Lo tratamos como un ello, un objeto cuya respuesta sólo interesa desde un punto de vista exclusivamente utilitario.
En determinados contextos profesionales y sociales, el Yo-Ello se ha establecido como un modo aceptable e incluso preferente de comunicación, evitándose así el tener que considerar como un igual a la persona a la que nos dirigimos. (...)
La tendencia a cosificar a los demás se potencia en la red, y contagia a personas que no cosificarían en la vida real.
- Ser conscientes de nuestra extraordinaria vulnerabilidad y susceptibilidad frente a las fuerzas sociales que nos rodean resulta impresionante, para bien y para mal. Por una parte asusta que sea tan fácil heredar la tristeza, la soledad y la mala salud. Por otra, también resulta esperanzador comprender la fortísima capacidad que tenemos de superar circunstancias difíciles, de reparar y gestionar nuestras vidas.
- Algo que interpretamos como un comportamiento que denota "generosidad" tiene sus raíces en un instinto de supervivencia que se da de forma más pronunciada cuanto más impredecible resulta un determinado entorno.
- Los genes son sólo un punto de partida, un condicionamiento que llevamos programado. El altruismo recíproco (el "Hoy por tí, mañana por mí") es sólo la base evolutiva sobre la que se asienta nuestra tendencia a la justicia, pero no implica que todos realicemos buenas acciones para conseguir deliberadamente que nos devuelvan el favor un día u otro. De hecho, el mundo está plagado de ejemplos de personas que hacen cada día pequeños y grandes actos generosos sin esperar una recompensa a cambio.
- Desde los 4 años, los niños ya empiezan a vislumbrar la diferencia entre las convenciones sociales y los principios morales.
- Los humanos tenemos la sensación de que nuestro sistema es "natural" porque lo es hasta cierto punto y porque además nacemos inmersos en ese sistema particular. (...)
Es difícil por tanto poner en cuestión un determinado sistema moral. Nuestros sistemas morales se convierten en edificios sólidos, relativamente estancos, a menos que seamos capaces de cuestionarlos. (...) Cuestionar cómo aplicas tus preceptos morales no es sencillo.
- Ignoramos el coste y el sufrimiento de las víctimas que mueren o enferman a causa de distintos tipos de polución en favor de determinados mercados e industrias. Resulta extraño que simplemente silenciando un ámbito tan importante como el moral -es decir, ignorando el impacto de nuestras acciones en los demás- evitemos tomar decisiones que podrían ser básicas y beneficiosas para las personas. Preguntarse qué papel deben tener los mercados en una sociedad justa y sana es algo que tendría que estar a la orden del día en los debates sociales y discursos políticos. (...)
Todo cambia en función de dónde sitúas tus prioridades y recursos. En relación a ello, articulas tus relaciones con el resto del mundo, juzgas y vives tu día a día. (...) Si renuncias a entender tu sistema moral, si no sabes gestionarlo, pones tus decisiones en manos de otros, como una marioneta. (...)
Protegemos tu sistema moral con una serie de tabúes incuestionables que podrían considerarse nuestras fronteras morales, y que automatizan cómo nos relacionamos y comportamos con los demás. (...)
Un riesgo evidente que compartimos todos es la dificultad que tenemos para cuestionar y corregir nuestros sistemas morales. Esto se agrava aún más cuando están basados sobre verdades religiosas reveladas, ya que éstas no se avienen a ser escrutadas con la razón y la empatía en la mano; sin embargo, veremos más adelante que la razón y la empatía han sido, y siguen siendo, instrumentos imprescindibles para lograr convivencias y sociedades más pacíficas.
- Cuando limitamos la capacidad de legislar moralmente de las esferas tradicionales comunitarias, autoritarias y puristas, se tienden a reducir los niveles de violencia y exclusión porque se amplían los círculos de empatía.
- En 1961, la filósofa judía de origen alemán Hannah Arendt se trasladó a Jerusalén, donde siguió, como reportera de The New Yorker, el juicio a Adolf Eichmann. Las conclusiones posteriores a las que llegó en una serie de artículos y en su conocido libro "Eichmann en Jerusalén" causaron conmoción. Y es que para Hannah Arendt, Eichmann no era la personificación del mal, sino la personificación de lo fácil que es hacer el mal. Denunció que aquel que todos consideraban como un ser instrínsecamente maligno era en realidad un hombre gris, que obedecía ciegamente las órdenes de sus superiores y que, simplemente, había renunciado a ejercer su sentido moral. Lo preocupante era, según Hannah Arendt, que cualquiera podía parecerse a él. Cualquiera podría hacer lo que había hecho Adolf Eichmann.
Su tesis despertó la indignación de una parte de la opinión pública, porque las teorías científicas del momento no contemplaban que el mal estuviese al alcance de cualquiera. Resultó chocante para muchos enfrentarse a esta posibilidad. Sin embargo, la voz de Hannah Arendt no cayó en saco roto, porque flotaba en el aire esa pregunta sin respuesta que se hacían miles de personas en todo el mundo después del holocausto: ¿cómo era posible que tantas personas hubieran dado la espalda, o hubieran colaborado activamente, con un proyecto tan abyecto?
Ahora sabemos que el mecanismo moral desencadenado entonces es similar, aunque en una magnitud diferente, al que vemos en los casos de acoso que se dan a diario en las escuelas y en las empresas. (…)
El primer impulso para callar será el miedo a convertirse en la siguiente víctima del acosador; pero muy pronto quienes apoyan al acosador de forma activa o pasiva entrarán en una espiral de autojustificación, porque a todos nos resulta sumamente desagradable convivir con el espectáculo de nuestra propia cobardía.
                                                                                                                                (.../..)

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