He querido extraer aquí algunos de los pasajes del libro de la filósofa y escritora Elsa Punset, El mundo en tus manos, que copia su título de un programa de televisión que su autora ha estado haciendo hasta hace poco, y que pretende darnos algunas directrices de cómo podemos mejorar nuestro paso por la vida. Los reproduzco a continuación:
- Con la aplicación a gran escala del método científico desmontamos décadas
de creencias reveladas. (...) El inconveniente es que nos quedamos sin cobijo
existencial y sin normas claras. Lo cierto es que el nihilismo intelectual de
buena parte del siglo XX, con su premisa implacable (y paradójicamente
irracional) de que lo que no se puede medir no existe, ha logrado imponer unos
mínimos de cordura en nuestra forma de entender el mundo, pero no ha podido o
sabido ayudarnos a vivir y a convivir mejor.
- Podemos aprender y desaprender porque el cerebro es plástico. (...)
Eso nos está liberando de muchas de las ataduras que conllevan nuestras
circunstancias y nuestra genética, y que hasta hace poco nos parecían
inamovibles... Es una llave de libertad enorme.
- (...) nuestra naturaleza nos lleva a relacionarnos intensamente con el
resto del mundo, para bien y para mal.
- Si tus padres nunca, casi nunca o pocas veces respondían cariñosamente
a tus llamadas de protección y afecto, tienes más probabilidades de tener un
estilo de apego inseguro, lo cual quiere decir que no pudiste aprender a
depender de los demás cuando eras pequeño, y por ello desconfías de que una
relación de afecto pueda proporcionarte calidez, protección y cariño.
Probablemente tienes lo que los psicólogos denominan "vínculos de apego
inseguros".
- Sólo logramos transformar aquello que comprendemos.
- Dos hechos que deberían ser independientes -1: ¿cómo me cuidan? Y 2:
¿qué clase de persona soy?- quedan íntimamente ligados en la mente del niño,
que relacionará el tipo de atención recibido con su propio valor como persona.
"Si no me atienden será porque no me lo merezco". ¿Por qué piensa así
un niño? Porque no quiere o no puede creer que sus padres o cuidadores sean
mala gente, o incompetentes, o vagos... Cuando somos niños, no tenemos la
experiencia de vida que nos permita hacer ese tipo de juicios (...) Los niños
son profundamente leales a los adultos de los que dependen, así que si hay que
criticar a alguien se critican a sí mismos.
- Las personas son aventureras natas, capaces de empujar las fronteras
de sus vidas mientras cuestionan y experimentan con sus propias
interpretaciones del mundo.
- Para nuestro cerebro lo negativo pesa 5 veces más que lo positivo.
- Con el paso de los años vamos cobrando conciencia de nuestras
fronteras personales, pero la mayor limitación que nos desvela la vida es que
todo aquello a lo que nos aferramos, tarde o temprano, se desvanece sin avisar
y en cualquier momento.
- En inglés la palabra "kindness" se utiliza para denominar la
compasión activa y sentida que podemos proyectar sobre cualquier persona, tanto
si pertenece a nuestro círculo inmediato como si no. Esta palabra, como el
verbo "to care" o su adjetivo "caring", son palabras
esenciales para entender lo que implica la inteligencia social empática y
activa.
- Nombramos testigos de nuestras vidas a los demás y compartimos con
ellos pequeños rituales en los que escondemos nuestras inconsistencias,
debilidades, esfuerzos, miedos y tristezas.
Allá fuera arrecia el ruido de fondo de un mundo demasiado grande. (...)
Por todas partes asoma la realidad de la vulnerable vida humana. Tal y como la
experimentamos con nuestros sentidos, tan limitados, la vida resulta muy
desconcertante para unos seres cuyo cerebro, programado para sobrevivir, busca
incansablemente la eternidad y la seguridad.
- Sentirse solo es una experiencia interior, subjetiva, y que no tiene
por qué estar relacionada con condiciones externas y objetivas. (...) Los genes
nos predisponen hasta un 48% a sentirnos solos.
- Las personas que padecen una soledad más acusada son los que son, o se
sienten, diferentes y desprotegidos.
- Las escuelas se toman el dolor físico muy en serio, y sin embargo
suelen trivializar el dolor social: "No puedes pegar a los demás
estudiantes, pero no hay reglas que impidan excluir a otra persona". No
son sólo las escuelas; estas sólo reflejan una mentalidad inexorablemente
instalada en casi todos los rincones de nuestra sociedad: creer que el dolor
emocional, que se traduce en soledad y rechazo, o no tiene importancia, o no
tiene arreglo, o se desvanecerá algún día...
- Hasta hace poco, cuando vivíamos aún en redes reducidas y rígidas,
podíamos pretender que el mundo era pequeño y estable. Nos comparábamos con
unas pocas personas, que probablemente se parecían a nosotros y por tanto no
nos hacían sentir insignificantes. La vida estaba hecha a nuestra medida. Para
la mayoría, había pocos lugares a los que ir, poca gente que conocer, limitadas
sorpresas. Las expectativas eran razonables, los matrimonios para toda la vida,
las ocupaciones estables. Este mundo a escala humana no ofrecía grandes
sorpresas ni oportunidades, pero tampoco estresaba ni decepcionaba. Lo que
Robert D. Putnam llamó el declive del capital social -el empobrecimiento de
nuestras redes humanas interpersonales- se precipitó sin embargo en los años 50
con la llegada de la televisión, la vida en los suburbios, el narcisismo de la
generación que nació en los años 60 y la desintegración de las familias.
- En una red social tan popular como Facebook aquellas personas que
muestran índices de soledad social ligeramente inferiores a la norma, en cambio
suelen arrojar índices de soledad familiar -esto es, la sensación de no estar
vinculado a una familia- significativamente más altos que los no-usuarios.
- ¿Por qué nos enganchamos a las redes sociales en vez de buscar amigos
por otros cauces? Hay 2 razones de peso. La 1ª es la promesa implícita de que
algo en la red nos va a hacer sentir mejor, sonreír, aprender algo, no
perdernos nada... (...) La 2ª razón es que "nos permite comportarnos de un
modo social al mismo tiempo que nos ahorra la embarazosa realidad de la
sociedad: las revelaciones accidentales que tenemos en las fiestas, los
silencios incómodos, los pedos y las bebidas derramadas, así como la
incomodidad general que comporta el trato cara a cara. En lugar de eso, tenemos
la adorable suavidad de una máquina aparentemente social", según palabras
del novelista Stephen Marche.
- La soledad solía ser un buen modo de reflejarse a uno mismo y de
reinventarse. Facebook nos niega un placer cuya profundidad habíamos
subestimado.
- El modo Yo-Ello conlleva la indiferencia hacia las personas con las
que nos comunicamos, es decir, no considera al interlocutor como alguien a
quien debamos mostrar empatía y con quien establecer una conexión real (...) Lo
tratamos como un ello, un objeto cuya respuesta sólo interesa desde un punto de
vista exclusivamente utilitario.
En determinados contextos profesionales y sociales, el Yo-Ello se ha
establecido como un modo aceptable e incluso preferente de comunicación,
evitándose así el tener que considerar como un igual a la persona a la que nos
dirigimos. (...)
La tendencia a cosificar a los demás se potencia en la red, y contagia a
personas que no cosificarían en la vida real.
- Ser conscientes de nuestra extraordinaria vulnerabilidad y
susceptibilidad frente a las fuerzas sociales que nos rodean resulta
impresionante, para bien y para mal. Por una parte asusta que sea tan fácil
heredar la tristeza, la soledad y la mala salud. Por otra, también resulta
esperanzador comprender la fortísima capacidad que tenemos de superar
circunstancias difíciles, de reparar y gestionar nuestras vidas.
- Algo que interpretamos como un comportamiento que denota
"generosidad" tiene sus raíces en un instinto de supervivencia que se
da de forma más pronunciada cuanto más impredecible resulta un determinado
entorno.
- Los genes son sólo un punto de partida, un condicionamiento que
llevamos programado. El altruismo recíproco (el "Hoy por tí, mañana por
mí") es sólo la base evolutiva sobre la que se asienta nuestra tendencia a
la justicia, pero no implica que todos realicemos buenas acciones para
conseguir deliberadamente que nos devuelvan el favor un día u otro. De hecho,
el mundo está plagado de ejemplos de personas que hacen cada día pequeños y
grandes actos generosos sin esperar una recompensa a cambio.
- Desde los 4 años, los niños ya empiezan a vislumbrar la diferencia
entre las convenciones sociales y los principios morales.
- Los humanos tenemos la sensación de que nuestro sistema es
"natural" porque lo es hasta cierto punto y porque además nacemos
inmersos en ese sistema particular. (...)
Es difícil por tanto poner en cuestión un determinado sistema moral.
Nuestros sistemas morales se convierten en edificios sólidos, relativamente
estancos, a menos que seamos capaces de cuestionarlos. (...) Cuestionar cómo
aplicas tus preceptos morales no es sencillo.
- Ignoramos el coste y el sufrimiento de las víctimas que mueren o
enferman a causa de distintos tipos de polución en favor de determinados
mercados e industrias. Resulta extraño que simplemente silenciando un ámbito
tan importante como el moral -es decir, ignorando el impacto de nuestras
acciones en los demás- evitemos tomar decisiones que podrían ser básicas y
beneficiosas para las personas. Preguntarse qué papel deben tener los mercados
en una sociedad justa y sana es algo que tendría que estar a la orden del día
en los debates sociales y discursos políticos. (...)
Todo cambia en función de dónde sitúas tus prioridades y recursos. En
relación a ello, articulas tus relaciones con el resto del mundo, juzgas y
vives tu día a día. (...) Si renuncias a entender tu sistema moral, si no sabes
gestionarlo, pones tus decisiones en manos de otros, como una marioneta. (...)
Protegemos tu sistema moral con una serie de tabúes incuestionables que
podrían considerarse nuestras fronteras morales, y que automatizan cómo nos
relacionamos y comportamos con los demás. (...)
Un riesgo evidente que compartimos todos es la dificultad que tenemos
para cuestionar y corregir nuestros sistemas morales. Esto se agrava aún más
cuando están basados sobre verdades religiosas reveladas, ya que éstas no se
avienen a ser escrutadas con la razón y la empatía en la mano; sin embargo,
veremos más adelante que la razón y la empatía han sido, y siguen siendo,
instrumentos imprescindibles para lograr convivencias y sociedades más
pacíficas.
- Cuando limitamos la capacidad de legislar moralmente de las esferas
tradicionales comunitarias, autoritarias y puristas, se tienden a reducir los
niveles de violencia y exclusión porque se amplían los círculos de empatía.
- En 1961, la filósofa judía de origen alemán Hannah Arendt se trasladó
a Jerusalén, donde siguió, como reportera de The New Yorker, el juicio a Adolf
Eichmann. Las conclusiones posteriores a las que llegó en una serie de
artículos y en su conocido libro "Eichmann en Jerusalén" causaron
conmoción. Y es que para Hannah Arendt, Eichmann no era la personificación del
mal, sino la personificación de lo fácil que es hacer el mal. Denunció que
aquel que todos consideraban como un ser instrínsecamente maligno era en
realidad un hombre gris, que obedecía ciegamente las órdenes de sus superiores
y que, simplemente, había renunciado a ejercer su sentido moral. Lo preocupante
era, según Hannah Arendt, que cualquiera podía parecerse a él. Cualquiera
podría hacer lo que había hecho Adolf Eichmann.
Su tesis despertó la indignación de una parte de la opinión pública,
porque las teorías científicas del momento no contemplaban que el mal estuviese
al alcance de cualquiera. Resultó chocante para muchos enfrentarse a esta
posibilidad. Sin embargo, la voz de Hannah Arendt no cayó en saco roto, porque
flotaba en el aire esa pregunta sin respuesta que se hacían miles de personas
en todo el mundo después del holocausto: ¿cómo era posible que tantas personas
hubieran dado la espalda, o hubieran colaborado activamente, con un proyecto
tan abyecto?
Ahora sabemos que el mecanismo moral desencadenado entonces es similar,
aunque en una magnitud diferente, al que vemos en los casos de acoso que se dan
a diario en las escuelas y en las empresas. (…)
El primer impulso para callar será el miedo a convertirse en la
siguiente víctima del acosador; pero muy pronto quienes apoyan al acosador de
forma activa o pasiva entrarán en una espiral de autojustificación, porque a
todos nos resulta sumamente desagradable convivir con el espectáculo de nuestra
propia cobardía.
(.../..)
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