Se planteaba un dilema
moral muy desconcertante en El mundo en tus manos, el libro de Elsa
Punset al que he dedicado los 2 posts anteriores. La autora reproducía una
pregunta hecha a cientos de personas durante un estudio: si 5 personas están
atadas a la vía de un tren y tú tienes la palanca que haría desviar el aparato
hacia otra vía con una sola persona atada ¿qué harías?
Se la planteé a mi hijo a
ver qué decía. Yo ya tenía pensada mi respuesta, pero no le dije nada a él: yo no
accionaría la palanca. ¿Por qué? Porque al no ser yo quién para decidir sobre
la vida y la muerte de una persona, no puedo tomar esa clase de decisiones.
Equivaldría a decir que 5 vidas valen más que una, y eso para mí es una
aberración. Las vidas no se valoran por cantidades, sino que tienen valor por
sí mismas, da igual cuántas sean. Mi hijo respondió lo mismo que yo, y además
de forma casi automática, no se tomó más de unos pocos segundos para pensarlo.
Pero en el libro la
autora decía, y parecía estar de acuerdo, que la mayor parte de los encuestados
habían dicho que accionarían la palanca para desviar el tren hacia la vía donde
sólo había una persona. Me quedé de piedra, y tuve lugar a dudas: ¿estaríamos
mi hijo y yo equivocados? Con tal de salvar vidas ¿hay que tomar esa clase de
decisiones? Quizá él y yo tengamos un pensamiento rígido, un sentido de la
justicia muy absoluto, sin zona de grises.
La cuestión no acababa
ahí. A los encuestados se les hacía una 2ª pregunta: ¿y si te encontraras sobre
un puente y para parar el tren supieras que tirando a una persona que está
sobre ese puente lo pararías? Mi hijo y yo seguimos diciendo que no
empujaríamos a nadie para parar el tren, pero la mayoría de los aludidos
habían cambiado de opinión y se habían pasado a nuestro lado: ellos tampoco
empujarían a esa persona. La autora sostiene que no es lo mismo ejercer esa
especie de "justicia" a través de un objeto que por medio de la vida de
otro ser humano. La gente sólo se considera responsable de la muerte de un
individuo si ejerce la fuerza directamente sobre este. Realmente la respuesta más correcta, y
también la más dramática, aunque no se corresponda con la pregunta, hubiera
sido tirarse uno mismo para salvar a todas esas personas, pero pocos son los
que están dispuestos a semejantes heroicidades. La cuestión no tenía salida porque se trataba de un dilema:
tomases la decisión que tomases, eras responsable de la vida de esas personas,
tanto si te abstenías, como era nuestro caso, como si actuabas.
Ya el primer
dilema se nos plantea en la escuela. Cuando alguien ha hecho algo que
no debía y el profesor hace la típica afirmación: "Que salga el que ha
sido o castigo a toda la clase", ¿tiene que delatarse el autor de los
hechos para que el resto no sea castigado? ¿es lícito acusar al que lo ha hecho
para evitar males mayores? ¿que todos callen los convierte en cómplices del
aludido o en buenos compañeros que no quieren ser unos chivatos?
Otra objeción que le hago
al libro es su planteamiento del relativismo moral. Según he leído en internet
el relativismo moral "es la creencia que da igual valor, legitimidad,
importancia y peso a todas las decisiones morales y éticas, con independencia
de quién, cómo, dónde y cuándo se expresan. Todas son verdaderas y dignas del
mismo respeto. (...) Creer que no existe ningún criterio externo y objetivo que pueda usarse para calificar
acciones humanas".
Según la autora "A
un relativista moral su religión no le obliga a aceptar ciegamente una verdad
revelada excluyente y absoluta, porque no ha puesto a Dios a cargo de sus
creencias y decisiones morales. Por lo tanto, pondrá los intereses de todos los
actores morales involucrados en una decisión moral en la balanza. Por ejemplo,
aunque a un relativista moral le desagrade la idea de abortar porque mantiene
la convicción de que no hay que dañar o matar a los inocentes, esa creencia no
excluye otras creencias morales. Si vive en Occidente le dará una importancia
especial a aquellos valores y conceptos morales que tienen que ver con la
autonomía del individuo. En este caso se resistirá, por razones morales
igualmente válidas, a imponer a una mujer violada la obligación de tener un
hijo, o a obligar a un niño a nacer con graves deficiencias, o a forzar a una
familia o una adolescente a cuidar de un hijo no deseado. Este relativista
moral, cuando pone todas sus creencias morales en la balanza, puede decidir que
es más inmoral negar el aborto a una niña o mujer que seguir a pies juntillas
el precepto de "No matarás".
Es evidente que Elsa
Punset no tiene creencias religiosas, y hasta las considera un lastre para el
individuo y la sociedad. Sus criterios son pasados asépticamente por el tamiz
de la ciencia, rigurosa e implacable. "No matarás" no es un precepto
sino también una cuestión moral, y en lo que se refiere al aborto parece
asemejarse el dilema al planteado en el caso del tren al que aludí al
principio: tienes que decidir entre tu conveniencia y la vida de otra persona.
El no desear un hijo te convierte en un posible verdugo, como si su vida no
tuviera importancia o tuviera menos valor que la tuya, o como si no fuera vida
ya que aún no ha nacido. Creo que el relativismo moral es más que descartable.
La autora continúa con su
diatriba: "Los realistas o absolutistas morales afirman que las verdades
morales son como verdades matemáticas, objetivas, ciertas e inamovibles. Se
trata, por supuesto, de "verdades" religiosas, es decir, verdades
reveladas sin fundamento científico. Lógicamente, si aceptas que hay un sistema
moral "verdadero" e indiscutible, te resistirás a romperlo. Pero ¿qué
pasa cuando tu sistema moral te lo dicta un libro sagrado con ideas más o menos
alejadas del sentido común, la justicia, la igualdad de oportunidades, la empatía
o la compasión? Creerás que tienes el deber de luchar contra todo aquello que
no sigue los preceptos morales de tu libro sagrado. Tendrás meridianamente
claro lo que está bien y lo que está mal, porque para ello sólo tienes que dar
el paso de aceptar la verdad revelada que dicta tu religión.
Claro que esto también te
creará algún problema: el absolutismo moral te obliga en principio a una
coherencia muy estricta, porque no hay sombras en tu jerarquía moral. La
realidad del día a día es bastante más compleja y difícil de estructurar
(cuanto más globalizada y abierta es la sociedad, más problemas nos causan los
conflictos morales que se pueden dar en el seno de una misma comunidad), así
que los absolutistas morales suelen ponerse en la tesitura de tener que elegir
entre el aislamiento, la intransigencia y la hipocresía..., o el consabido
relativismo moral".
Por supuesto que la
Biblia es más que interpretable, y lo de que carece de justicia o compasión es una falsedad enorme. La autora, en su ateísmo, desconoce las
prácticas de los creyentes, con independencia de la religión que
tengan. La rigidez a la que aludía es más propia de fanáticos, que por
fortuna son una minoría. Y es incierto decir que ponemos a Dios a cargo del
sistema moral, limitándonos a leer en un libro lo que es bueno y lo que es
malo: las cosas no son tan sencillas. Los que intentamos inspirarnos en la luz
de las Sagradas Escrituras nos guiamos también por un sentido ético de las
cosas, moral y ética se mezclan por igual. Los
últimos calificativos, aislamiento, intransigencia, hipocresía, se referirán
más bien a beatas y gente por el estilo, figuras que afortunadamente están en
vías de extinción. Me parece que Elsa Punset debería actualizar sus nociones
sobre religión y fe.
Una anotación aparte en el libro,
siguiendo con el tema moral, me ha producido rechazo también: "Sigmund
Freud creía que el desarrollo moral es el producto de aspectos del superego
como la evitación por vergüenza-culpabilidad". Creo que este
psicoanalista, aunque tiene teorías muy interesantes en general, está bastante
trasnochado. Lo afirmado en esta frase me parece un absurdo.
Otra cosa que me ha
parecido infumable es la teoría de Lawrence Kohlberg sobre las fases del
desarrollo moral, que dividió en 6, explicadas por la autora. En ella se ponía
un ejemplo que no voy a reproducir aquí por tedioso y estúpido.
También quería comentar un concepto que me chocó bastante cuando lo leí, la "banalidad del mal",
referido a las investigaciones de Hannah Arendt durante los juicios al nazismo, que ya comenté en los anteriores posts.
No estoy segura de comprender su sentido cuando intento buscarlo en internet:
"Consiste en darse cuenta de que es imposible localizar la maldad en
personajes específicos, como si éstos fueran el origen de las penas
humanas". Parece como si se quisiera trivializar el origen del mal, aunque me parecen muy acertadas las teorías de Hannah Arendt.
Y por último una contradicción de la autora: "La investigación revela que los que guardan silencio durante una disputa
conyugal tienen más posibilidades de morir de un ataque al corazón o de sufrir
enfermedades derivadas del estrés" para después afirmar: "Un estudio de Johns Hopkins demuestra que los hombres jóvenes que suelen
reaccionar ante el estrés con ira tienen más tendencia que sus parejas más
calmadas a sufrir un ataque al corazón precoz, incluso si no hay antecedentes en
la familia".
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