Mucho le ha costado a mi hija Ana decidirse por el centro en el que cursar el último año de Bachillerato que le queda. Ya el año pasado quiso cambiarse, pero como eligió institutos públicos no obtuvo plaza en ninguno, abarrotados como están. Este año, y a pesar de haber visitado el S. Alberto Magno, del
que ya hablé en un post anterior, escogió otro,
también privado, una fundación,
el S. Bernardo, pero con un coste mucho más asequible al estar muy subvencionado. Me imagino que influyó en su decisión el hecho de que nuestra economía esté tan depauperada, y aunque yo insistí en que no tuviera eso en cuenta no me hizo caso.
Ayer hubo reunión de padres, como siempre al principio de curso. Hacía
incontables años que no había vuelto a entrar en el S. Bernardo, desde que iba de niña a oir
Misa en la capilla, ya que es un centro religioso. Por aquel entonces no habían
construído nuestra parroquia, y acudíamos los domingos a la homilía feligreses
de varios kms. a la redonda, pues no había más iglesias. Como la capilla es más
bien pequeña, casi siempre teníamos que estar en el hall principal, desde donde
la oíamos a través de la megafonía. Éramos tantos que nos salíamos hasta la
escalinata de entrada. Hasta los 6 años estuve yendo allí.
Por eso fue algo especial volver a subir aquellas mismas escaleras, pero
esta vez porque mi hija es alumna del centro. En el hall habían puesto una
figura tallada en madera con la imagen del santo que da nombre al instituto. Un
poco más allá, en la pared, una gran foto del Papa Francisco y el arzobispo
Osoro con la catedral de La Almudena de fondo. Nos reunieron 1º en una sala de
proyecciones, con una gran pantalla y sillones colocados frente a una mesa
corrida con micrófonos. El director, un hombre muy joven, impecablemente vestido con traje y
corbata, nos habló en un pequeño discurso en el que no
había palabras huecas ni frases de relleno. Aunque su tono de voz no le
acompañaba (me recordó a aquel "Don Puente" que hacía Mota hace
años), su diatriba resultó una mezcla de calidez y firmeza que me agradó sobremanera y que hacía tiempo no veía. Me
fijé que en las paredes había fotografías del anterior arzobispo de Madrid,
Rouco, cuando era muy joven, junto al Papa Pablo VI. Sentí un ligero estremecimiento de horror, por lo poco que me gustaba Rouco. El que hay ahora me resulta infinitamente mejor. Rouco fue el que inauguró el centro va a hacer 50 años dentro de poco, según atestigua una placa colocada en el hall principal, lo cual será motivo de celebraciones diversas, por eso he sabido que cuando yo lo visitaba para escuchar Misa no hacía mucho que funcionaba.
El director nos hizo levantar antes de hablar para rezar un Padrenuestro, un Ave María
y un Gloria, y tras sus palabras iniciales, vimos una breve proyección en la
que se ilustraban las actividades del centro desde Educación Infantil hasta
Selectividad. Tienen otro centro en Madrid, el Mª Cristina, que
acoge sólo a alumnos de Infantil y Primaria. Los profesores estaban a ambos lados del
director, que nos los fue presentando, y luego fui con la tutora del curso
de Anita a su clase. Iba yo acompañada de Margarita, la única madre que conocía,
pues su hijo Esteban fue compañero de mi hija en el colegio y en el anterior
instituto. Las demás madres se conocían desde hacía muchos años y se saludaban
con un beso afectuoso.
Lo que más me llamó la atención en el S. Bernardo fue la limpieza de las
aulas, sin una mancha en muebles o paredes, los cristales de las ventanas
relucientes. Es un lugar sin lujos pero bien cuidado, con pizarras electrónicas en cada clase. Acostumbrada al
deterioro del anterior instituto, en el que al ser un centro público el alumnado es variopinto, no siempre
civilizado y lo destrozan todo a su paso, me pareció estar en un remanso de
paz, sobre todo porque el aula de Ana da a Madrid Río, donde el soterramiento
de la M-30 ha convertido aquella zona en un oasis, sin ruido de tráfico, y
repoblada con árboles y vegetación. Al ser la parte delantera del edificio, y
no la trasera, tiene mucha luz.
La otra cosa que me llamó también la atención fue la educación de la
gente y la amabilidad. En un mundo este, en el que con frecuencia nos vemos
rodeados de mal humor y desabrimiento, se agradece encontrar gente con una
educación parecida a la tuya, y que vivan sin stress, en paz consigo mismos. Las madres
iban arregladas con sencillez, y en general fue como un bálsamo estar allí, las
dos horas que duró la reunión, entre las palabras del director y las de la
tutora en la clase, se me pasaron volando.
La tutora era una veterana del instituto y me pareció una muy bella
persona. Se notaba que lo suyo era más que vocacional, y que trataba con mimo a
sus alumnos. Comprensiva y paciente, Anita dice sin embargo que le parece una
mala profesora porque va muy lenta y no explica bien. Mi hija, acostumbrada
al ritmo trepidante del anterior instituto y a que le apretaran los tornillos
en todo (deberes, exámenes, disciplina), encuentra este lugar
flojo, con un nivel de exigencia notablemente más bajo, y tiene miedo de no ir
bien preparada de cara a Selectividad, que en la reunión se comentó que
probablemente este iba a ser el último año que se hiciera. Pensé que vaya mala
suerte, que por un año Anita no se hubiera podido librar.
Yo le he dicho que se estudie los libros de cabo a rabo, no sólo lo que diga
la profesora. Ella está habituada a empollar grandes cantidades de
materia, y no debería perder el ritmo conseguido después de años, pues no
siempre Anita ha sido estudiosa. Si está en este centro es precisamente para
aprovechar la manga ancha con las notas y conseguir las más altas
calificaciones, que le favorezcan a la hora de hacer media con Selectividad.
Nos estuvieron explicando qué asignaturas entran en Selectividad, cuáles
sirven sólo para tener más puntuación, cómo se calcula la nota final, etc. Ya
me lo habían explicado cuando visitamos el S. Alberto Magno, pero tampoco es
una cosa que termine de entender muy bien. Cuando yo fui a la universidad, hace tropecientos años, todo era mucho más sencillo. Anita ya se enterará cuando le toque
y sabrá lo que hacer. Ahora dice que no sabe si hacer Magisterio u otra
carrera. Psicología también le gustaba mucho, y es la que va a hacer una de sus
amigas, que ha entrado en el S. Bernardo con ella pero un curso por debajo del
suyo.
Creo que Ana va a estar bien aquí, piense ella lo que piense. Que tengan
que rezar un Padrenuestro todos los días, puestos en pie al comenzar la mañana,
es lo de menos. Ella no alberga ningún sentimiento religioso, pero se debe a
que yo tampoco le he sabido inculcar el mío. Para ella carece de sentido todo
lo que a ese tema se refiere, y hasta parece que le molestara un poco, como si
fuera una pérdida de tiempo.
Me gusta el S. Bernardo, pero me he quedado con el deseo de que hubiera
ido al S. Alberto Magno, con el que tengo un vínculo sentimental al haber sido el
primer centro en el que estuve escolarizada, aunque entonces se llamaba de otra
manera. Espero que todo vaya sobre ruedas y que Anita pueda salir airosa de
Selectividad y elegir la profesión que más le guste, aquella en la que pueda
sentirse más realizada. Ya que yo no lo he conseguido, que ella por lo menos
sí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario