No hay duda de que los actores ingleses se distinguen del resto de intérpretes no sólo por su forma de trabajar sino también por su dicción, tan perfecta.
Colin Firth no escapa a este estereotipo. Aunque siendo aún un niño fue a vivir con su familia a EE.UU. y allí tuvo que modificar su acento para no parecer pijo, su origen marcó su trayectoria profesional, pues ya desde un principio se le asoció a papeles de gentleman, de galán serio y estirado, de pocas palabras, correctísimo, portador de un mundo de turbadores sentimientos a los que era incapaz de dar salida y que le hacían sufrir enormemente. Así fue en su inolvidable papel de Darcy en Orgullo y prejuicio, que luego medio repitió trasladado a los tiempos actuales en El diario de Bridget Jones.
Aunque su especialidad parecen ser las comedias románticas, en su última película aborda un tema biográfico al recrear la vida del rey Jorge VI, padre de la actual reina de Inglaterra, y su poco conocida lucha contra la tartamudez. Cuando fui al cine a verla, antes incluso de que se le concediera a Colin Firth el Oscar por su interpretación, me llamó la atención el hecho de que la sala estuviera llena de personas mayores, todos salvo una pareja treinteañera. Pensé que quizá el tema era aburrido, que no había escogido bien el film (hay tan poco donde poder elegir, a pesar de la enorme oferta cinematográfica que nos inunda), pero pronto me di cuenta de que lo que pasaba era que el argumento no era comercial, no tenía los ingredientes habituales en el resto de cintas que se exhiben últimamente: violencia, sexo, efectos especiales…
Qué decision más acertada fue ir a verla: el poder descubrir facetas insospechadas en un personaje histórico y el contemplarlas reflejadas con tanta delicadeza y realismo constituyó un auténtico placer. Y desde luego la elección del intérprete no pudo ser más acertada: Colin Firth supo entender como nadie el proceso emocional por el que debió pasar este hombre y, aleccionado por el guionista del film, que padece el mismo defecto, nos introdujo en ese mundo complejo de una persona que vive con un problema que le impide expresarse con soltura y llevar una vida normal, en medio de un ambiente tan estricto como la corte británica y expuesto a las burlas de todos. Cualquier figura pública tiene una imagen que salvaguardar.
“Valiéndose de una muda locuacidad, Firth logra comunicar la lucha que se da entre el instinto primario y la contención civilizada que define ciertos aspectos del carácter inglés”, han escrito sobre él. El actor temía la repercusión que esta película pudiera tener entre el público britanico, pues es bien sabida la veneración que sienten por la monarquía, pese a los escándalos que la han salpicado en los últimos tiempos. Pero, en contra de sus pronósticos, el film ha levantado pasiones en aquel país, llegando a ponerse en pie los espectadores en más de una escena para prorrumpir en aplausos, como si estuvieran en un teatro.
Colin Firth se abstiene de dar su opinión sobre la realeza, a pesar de haber sido interrogado al respecto a raíz de su participación en esta película, pero sí es un activo partidario del partido liberal, al que dio apoyo mediático durante un tiempo, e integrante de un grupo ecologista que creó su mujer.
Pero Colin insiste en que su labor como actor no es lanzar mensajes, si no que su esfuerzo se centra en crear personajes. En el caso de El discurso del rey se trataba de ir más allá de un dato biográfico. “El aislamiento, la soledad, son cuestiones universales. Con independencia de lo unido que estés a tu familia, de los muchos buenos amigos que puedas tener, de lo perfecto que sea tu matrimonio…, siempre hay niveles desconocidos en el interior de una persona. La película aborda esta realidad y la lleva a su extremo”. El guionista de la película, David Seidler, siendo como es tartamudo, se encargó de hacerle ver la dimensión del problema “de una forma tan elocuente que, a veces, te llegaba al alma. En un momento dado hizo una comparación entre la tartamudez y lo que sientes al estar sumergido en el agua. Una ligera sensación de pánico, de ahogo… También es un factor que se impone a todo lo demás, que determina hasta el plato que pides en un restaurante, simplemente porque su nombre empieza por esta u otra letra que eres capaz de pronunciar. Es algo a lo que no puedes abstraerte”. Firth consigue el justo equilibrio para que no resulte grotesco, y además muestra cómo manejarse con el problema, no se trata de enseñar una cura, que hasta el momento no existe. El propio Seidler es una prueba de ello: él sigue siendo tartamudo, pero consigue que no se le note.
Durante la película vivimos con su protagonista la angustia de no poder expresarse con normalidad, la vergüenza que pasa en los actos públicos, el desprecio de su padre y su hermano. Sólo el apoyo de su mujer y el cariño de sus hijas le reconforta. Ella es la que le conduce hasta su salvador. Cuando llega a él se encuentra ya en una situación límite en la que parece que fuera a reventar como una caldera a presión. El actor que interpreta a su instructor, Geoffrey Rush, al que ya hemos visto como uno de Los piratas del Caribe, en donde está irreconocible, debería haber sido tan premiado como el propio Colin, pues sin él la historia no habría sido la misma, y su actuacion es tambien magistral. Los poco ortodoxos métodos que su personaje emplea para mejorar la situación del rey, especializado en casos difíciles y carente de titulación universitaria (era un antiguo actor), son dignos de ser vistos. Gritar, cantar, soltar palabrotas, saltar, rodar por el suelo, mover las extremidades para relajarse, entre otras muchas cosas, además de una proyección psicológica inteligente (ser capaz de enfocar las dificultades de otra manera), son algunas de las muchas terapias que empleó para paliar el problema. Él trata al rey sin la ceremonia a la que está acostumbrado, le contradice siempre que lo cree necesario a pesar del disgusto que le provoca y, finalmente, se hace confidente de los secretos traumas del monarca, que tienen origen en su desdichada infancia, y se hace eco de su tristeza y su angustia con su enorme humanidad. Impresionante el esfuerzo final que hace el rey para pronunciar ese discurso al que alude el título de la película, que es el de su accidentada coronación, y que refleja el satisfactorio resultado de una larga y acertadísima terapia.
Recomiendo la película, con independencia de los premios y las excelentes críticas que ha recibido. Merece la pena.
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