Es siempre muy impactante cuando tenemos noticia de alguien que ha sufrido cautiverio durante largo tiempo o algún tipo de tortura, y ha conseguido salir con vida de tan terrible circunstancia. Cuántas personas han sido secuestradas en las últimas décadas en todo el mundo, es como si fuera un método que se hubiera puesto de moda a la hora de conseguir dinero, muchas veces camuflado con reivindicaciones políticas.
Pero cada vez más se hace desaparecer a las personas, mujeres normalmente, por otros motivos. El caso de Natascha Kampusch es el último de una larga lista. Ahora que sale a la luz todo lo que le ocurrió, no deja de ser una novedad el hecho de que esta mujer hable tan abiertamente de su traumática experiencia, dando entrevistas, haciendo reportajes para televisión y escribiendo un libro sobre el tema.
Por lo general, la mayoría de la gente que pasa por un trance semejante prefiere guardar el anonimato y sobrellevar en privado lo sucedido. Sólo vemos unas fotos de la interesada o unas secuencias en televisión de su rescate, unas pocas palabras dando sus impresiones y varias entradas y salidas de juzgados rodeada de mucha gente curiosa (morbosa) y con mucha protección policial.
Realmente, la víctima de un proceso como éste se convierte en un muñeco de trapo que es zarandeado a placer por todo el mundo, alguien a quien el shock y la cercanía de los hechos impide actuar con iniciativa propia pues, aunque sea temporalmente, ha quedado despojado de su voluntad. Hay muchos buitres siempre dispuestos a alimentarse de carnaza, de los despojos ajenos, en cuanto se presenta la ocasión. Pero Natascha Kampusch parece ejercer un extraño dominio sobre su propia vida a pesar de las secuelas que lógicamente le han quedado, y que no le impiden sin embargo tomar sus propias decisiones y, por decirlo de alguna manera, “sacar tajada” de su propia desgracia, pues es la única verdadera interesada en toda esta trágica historia.
Yo vi un reportaje que le hizo un periodista de su país natal, en el que no entraba en muchas profundidades, pero dijo lo suficiente para podernos hacer una idea de su calvario, con unas pocas palabras y el gesto de su cara lo dijo todo. “Me ha robado mi infancia”, “Lo peor era la soledad y el hambre”, “No le guardo rencor, pero no puedo olvidar”… Casi no habla de los abusos sexuales, es como si pasaran a un segundo plano en comparación con todo lo demás.
Natascha es una joven mujer muy valiente e inteligente. Ha enfrentado sus fantasmas casi desde el primer momento, con una frialdad que parece casi también de psicópata. Es como si se hubiera contagiado del espíritu que animó a su secuestrador, y se hubiera trazado como él un plan mental que está dispuesta a llevar hasta el final. Y aunque hable de todo lo sucedido con naturalidad e incluso acceda a vivir en la misma casa en la que sufrió su tormento, me da la impresión de que sigue atenazada por el sufrimiento, como si su torturador siguiera con ella. La veo incapaz de comunicarse verdaderamente, de establecer relaciones estrechas con los que la rodean, más allá de una conversación.
Sus padres se desentendieron de ella bien pronto cuando fue secuestrada, no se molestaron gran cosa en buscarla ni saber qué había sido de ella. Ahora parece que quieren sacar provecho del asunto, pero tiene que ser muy difícil sobreponerse a todo lo sucedido cuando hasta tu propia familia es una extraña para ti.
Pero lo que más admiro de Natascha Kampusch es su valor y su determinación. Durante el cautiverio, y pese a los muchos momentos de desesperación, una idea se forjó en su mente: aquel hombre no iba a poder con ella. Su resistencia moral, que a su propio torturador se le escapaba, y su capacidad de extraer dulzura y esperanza de los más pequeños detalles, junto con su rabia, la condujeron a un final inesperadamente feliz. Ella, que aún era una niña cuando le sucedió, ya demostró tener una gran personalidad.
Hablar o escribir sobre un trauma es una buena terapia, pero no sé hasta qué punto la atención mediática que este caso ha levantado y que la propia interesada ha alentado la va a ayudar en el futuro a superar el problema. Siempre habrá alguien que se lo recuerde, si es que alguna vez consigue olvidar. Además, las penas, por mucho que se quieran compartir, son sólo tuyas.
Natascha, bajo su apariencia serena, esconde un alma frágil, herida, como de una niña indefensa. La veo muy expuesta, siempre en el objetivo de la opinión pública y de las cámaras. Parece que quisiera buscar ayuda y solidaridad en los demás a costa de poner al descubierto sus más íntimos pensamientos y sentimientos. Se muestra tal cual es, con sus terribles circunstancias, que son la carga que tiene que acarrear, con una enorme sencillez, pero corre el peligro de convertirse en una atracción de feria.
Yo no voy a leer su libro, porque no me siento capaz de conocer todos los detalles de su calvario, lo encuentro incluso morboso hacerlo, pero sírvanos su ejemplo para cualquier momento difícil de nuestra vida, cuando falla la entereza y la vida parece un largo y oscuro túnel del que no sabemos cómo vamos a salir. Todas mis simpatías y mi solidaridad para Natascha.
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