viernes, 4 de marzo de 2011

Desmontando a Mary Poppins



Ver Mary Poppins me trae siempre buenos recuerdos de cuando mis hijos eran pequeños y disfrutaban con las aventuras que en la película se relataban, un canto a la imaginación y la inocencia infantil, pero con la perspectiva de los años pasados he llegado a vislumbrar una segunda lectura en esta historia.

Siempre hubo algo que nunca terminó de encajarme. Deslumbrados por el despliegue de unos efectos especiales muy particulares que hacen las delicias de cualquiera, y que nos permiten adentrarnos en un mundo de fantasía incomparable, no reparamos en las pequeñas grandes crueldades que envuelven a los personajes, y que son estigmas que existen en nuestra sociedad desde tiempos remotos: la soledad y la falta de comunicación. Los padres de los niños ofrecen una imagen ridícula, abstraídos cada uno en sus ocupaciones e incapaces de compartir su tiempo con sus hijos, a los que no escuchan ni consideran, pues todo lo que ellos tengan que decir carece de valor, ya que son pequeños.

El no reparar en lo que la gente menuda piense o sienta atendiendo a su edad es bastante común. Yo misma fui educada de esa manera. Incluso ahora, que parece tenerse tan en cuenta los sentimientos y opiniones de la infancia y casi se han borrado las fronteras que separaban a profesores y alumnos en las escuelas, marcadas por los límites del respeto debido a los mayores, incluso ahora repito me parece que los niños, con sus necesidades y urgencias, siguen siendo unos grandes ignorados.

La película trata supongo de hacer una crítica a esos padres demasiado preocupados en ganar dinero o mantener una desenfrenada vida social. Contratar una niñera es como el talismán que procurará a los progenitores librarse el mayor tiempo posible de la engorrosa obligación de atender a los hijos, a los que se ha traído a este mundo porque es la costumbre cuando uno se casa. El dinero lo resuelve todo.

Los niños, ingenuos, inocentes y abandonados a su suerte en manos de una extraña excéntrica que vuela por los aires con su sombrilla y saca hasta lámparas de pie de su enorme bolsón, encuentran refugio en esa mujer que ha surgido de no se sabe dónde, y a la que parece que alguien hubiera encargado la misión de velar por ellos hasta que las cosas se hagan como es debido en su casa.

Pero lo que hace realmente insoportable a Mary Poppins es la forma como se mofa de las ocurrencias de los niños, como si estuvieran llenos de defectos, e incluso llama a la niña esa palabra tan repelente, “marisabidilla”, que es precisamente el apelativo que cabría aplicarle a ella misma.

Una señora, o señorita (solterona remilgada, esa es la imagen que da), que es capaz de ordenar una habitación en un abrir y cerrar de ojos con sus poderes mágicos, que sin duda no se merece, y de imponerse a adultos y pequeños de una forma tan absoluta, me parece el colmo de la estupidez. Y cuando se hace la loca al recordarle los niños las peripecias que han vivido cuando salen a la calle, negándolo todo y dando a entender que son unos mentirosos, da la impresión de que ha perdido definitivamente la cordura. ¿Se burla una vez más de los niños?. ¿Teme ser descubierta?.

Cierto que consigue que los padres entren en razón, aunque sea a base de estar a punto de perderla viendo tantos sucesos extraños en su casa. Ya sólo con ser testigos de los correteos de la madre y los criados cada vez que el vecino de en frente dispara desde el torreón de su ático un enorme cañón para dar las horas, creyendo que sigue siendo capitán de barco (marinero de agua dulce diría yo que es), con el fin de evitar que los objetos caigan al suelo y se rompan, mueve a la más absoluta hilaridad, y nos hace pensar que si gente tan peculiar vive en ese sitio, por qué no ha de tener cabida alguien tan extraño como Mary Poppins.

Lo cierto es que aunque se trata de un relato de hace muchas décadas, sigue estando de rabiosa actualidad. Cualquier persona que quiera emplearse en una casa tiene una larga lista de exigencias que aquellos que la contraten tienen que acatar. Parece que todo son imposiciones, y sus deberes nunca están lo bastante claros.

También es verdad que se sigue dejando a los niños en manos de extraños, ante la imposibilidad de hacerse cargo personalmente de ellos, pues hay que pagar facturas, hipotecas eternas, y sólo trabajando sin descanso se puede lograr. Sé de alguna chica a la que la niña que cuidaba terminó llamando mamá, en vez de a su propia madre.

Cruel Mary Poppins, que abandona a los niños cuando cree haber cumplido su misión. Es rara hasta para eso: cuándo una nurse se despide no teniendo problemas en la casa en la que trabaja y siendo aún pequeños los niños a los que cuida. Será que otros la esperan, y allá irá para dar la barrila a más pobre gente a la que sin duda favorecerá con sus extraños manejos. Síndrome de Estocolmo es lo que tenían los protagonistas de esta historia. Si no, no me explico.

A mi hija le gusta. No sabe lo que dice: si tuviera que aguantar todo el día a una señora que no deja de decirle lo que tiene que hacer y que da a entender que es la imagen de la perfección absoluta, seguro que acabaría harta… O puede que no.

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