martes, 22 de marzo de 2011

La pasión de escribir



Hace poco tenía en mis manos un pequeño cuadernillo que es el cuento que escribió mi madre, siendo muy jovencita, sobre los años que pasó en un internado que había en Aranjuez, al morir su padre. Siempre pensé que lo había hecho cuando mi hermana y yo éramos pequeñas, un poco para recordar una época muy importante, delicada y decisiva de su vida, un poco para relajarse de las tensiones del día, como hacía cuando pintaba al óleo.

Mi padre hace un tiempo transcribió ese relato al ordenador, ya que estaba escrito a mano, le puso una portada muy sencilla y lo plastificó. Pero a mí el otro día, cuando lo tenía en mis manos, me pareció que no era tan extenso como cuando estaba manuscrito. Y es que en él se contenían sólo algunas anécdotas significativas, faltando otros muchos detalles que mi madre nos ha contado de viva voz muchas veces a lo largo de los años sin llegar a escribirlas, y que sin duda contribuirían a recrear aún más la historia y a dar mayor sentido si cabe a lo que ella quiso transmitir, las emociones que en él reflejó.

Le propuse darle un repaso, volver a cogerlo y hacerlo más largo, añadiendo todo aquello que se había dejado en el coleto. Es un relato muy bonito y da pena dejarlo así, tan incompleto. Para intentar convencerla le dije que imaginara que tenía una cámara detrás que fuera captando los sitios por donde iba y las cosas que le habían sucedido allí, sus impresiones sobre tal o cual cosa, al modo del tipo de documental que está tan en boga ahora. Al pensarlo de esta manera pareció por un momento que cambiaba de opinión, pero finalmente no claudicó: hace mucho tiempo que ella no escribe y se le hace un mundo volver a coger la pluma y enfrentarse a una hoja en blanco, posiblemente ni siquiera sabría por dónde empezar. Dice que le falla la inspiración, seguramente a fuerza de no convocarla, que su estado de ánimo no le mueve a volcar sobre el papel todo aquello que pasa por su cabeza.

Es cierto que el estado del espíritu influye enormemente en la capacidad creativa. Las circunstancias familiares de los últimos años no han sido muy propicias para que ella se sienta bien. Además mi madre ve el mundo desde un punto de vista muy pesimista: cualquier tiempo pasado fue mejor, como decía Jorge Manrique. A ella no le gusta cómo ha cambiado la sociedad. Quizá vea demasiados telediarios.

A mí hay también épocas en que me faltan las fuerzas para poder escribir, cuando agobiada por las preocupaciones llega un momento en que parece que todo me da lo mismo. Entonces es como si la mente y el alma se volvieran yermos, y la inspiración huye desde luego de los espíritus pequeños, pobres. Es una sensación muy extraña y descorazonadora: siento la necesidad de escribir pero algo dentro de mí me lo impide, como una fuerza paralizante, que tira de mí hacia atrás, y me hace experimentar una impotencia desesperante.

Otras veces han sido precisamente las malas épocas las que me han hecho coger la pluma, porque no hay mejor forma de descargar tensiones y de paso reflexionar que canalizar los esfuerzos en impulsos creativos, sean del tipo que sean. En otras ocasiones el saber que hay personas que te siguen y aprecian lo que escribes es un acicate irresistible que vence en denodado combate a la pereza o la desilusión. Porque siempre me ha parecido que todas aquellas obras que permanecen encerradas en un cajón o en la memoria de un ordenador sin que nadie las haya visto nunca no son auténticas creaciones artísticas. Tiene que haber un público en el que haya una reacción, una respuesta, alguien que sea receptor de todo ese maremagnum emocional, porque sino parece algo baladí. Pienso que todo aquello que se crea y no es mostrado pierde su verdadero significado, permanece en el limbo, en un espacio vacío sin objeto, como un mensaje que no es transmitido, sólo para el gusto de su autor. Eso diría que es onanismo.

Mi madre hacía unas poesías maravillosas hace años. Eso sí que me parece un arte, y un arte difícil que muy pocos son capaces de llevar a cabo. Es una forma especial de escritura que yo he intentado poner en práctica en alguna ocasión, con resultado infructuoso. Sería una lástima desperdiciar ese talento.

La escritura en nuestra familia es como un virus que muchos de nosotros tenemos inoculado desde nuestro nacimiento. Parece una pasión a la que no podemos sustraernos, ya que lo llevamos en la sangre. Es una necesidad imperiosa, una fiebre ardiente que nos consume si no lo llevamos a efecto. Además pienso que no existe ninguna otra expresión artística que sea tan poderosa, que llegue tanto al alma de las personas.

De cualquier forma ahí queda nuestra palabra escrita, algo que nos sobrevivirá cuando ya no estemos en este mundo.

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