La infidelidad es un tema que a mí nunca me ha dejado de sorprender, porque es como una plaga que está por todas partes y afecta a quien menos te hubieras pensado que le podría suceder.
Hace poco he sabido de una persona a la que su marido le ha sido infiel durante muchísimo tiempo, hasta que me imagino que por razones de edad se ha podido controlar un poco. Y la verdad es que me costó creerlo, porque ella siempre ha hablado de él con tanto cariño, se conocieron siendo muy jóvenes y llevan tantos años juntos y parecen tener tantas afinidades, que la infidelidad es lo último que hubiera imaginado en ellos.
Lo que siempre me ha llamado la atención es la infidelidad consentida. Que alguien sepa que su pareja no le es fiel e incluso llegue a conocer a algunas de las personas con las que tiene sus aventuras y trague con todo eso, me parece increíble. Los hay que fundamentan este comportamiento en estar en posesión de una moral más liberal de lo que es habitual, en que no hay que ser tan estrictos, tan convencionales. Otros hablan de relaciones de pareja abiertas, muy en la línea de la forma de vivir que los hippies tuvieron en su momento. Hay que liberar la mente, no circunscribirse a una única forma de hacer las cosas, probar otras posibilidades. Si no lo experimentas no puedes opinar. Hay que ser hedonista, buscar el placer alrededor, disfrutar al máximo. Lo demás son cortapisas impuestas por una educación decadente, es pura represión.
A veces tengo la impresión que las fronteras entre el mundo animal y el humano cada vez están más difusas. Evitar la promiscuidad siempre he creído que era un signo de civilización. No se trata de que el macho se asegure de ser el progenitor de su propia camada, sino que es más bien una cuestión que tiene que ver con las propias convicciones, con una forma de ver el mundo clara, concreta, sin confusiones ni medias tintas. Ser capaz de elegir una sola cosa entre una enorme gama de posibilidades es un acto de puro elitismo diría yo, un sibaritismo. El ser tan selectivo es una suerte de refinamiento que constituye una cualidad intrínsecamente humana, sólo compartida por muy pocas especies animales.
A mí me sigue pareciendo impensable imaginar a mi pareja con otra persona. No es ni siquiera un tema de posesión ni celos, pues nadie es propiedad de nadie. Es más bien un tema de honestidad, de madurez, de constancia, de exclusividad, de que soy el que ves y no otro, de que mis sentimientos no fluctúan en función de mis variables estados de ánimo, de que te he escogido a ti y tú a mí porque eres merecedor de mi atención y mi amor, y nadie más. Comprobar que no es así es una decepción brutal que te parte la vida por la mitad, una traición a la confianza absoluta que has puesto en esa otra persona. Por eso cuando alguien descubre que le han sido infiel, de repente cae en la cuenta de que en realidad no conocía a su pareja, que le parece que es otra persona, un extraño.
Cuando se traga con todo, como le pasa a esta conocida de la que me han hablado, es porque se ha perdido la dignidad, o quizá porque la propia dignidad es tan grande que está por encima de todas esas truculencias. Pero no deja de haber un cierto servilismo acomodaticio al consentimiento consciente de esta situación, un doblegamiento victimista ante la tiranía impuesta por la necesidad o el simple capricho del otro de satisfacer sus instintos primarios a costa de lo que sea. Por mucho que quieras a alguien y por mucho que intentes evitar su pérdida, en realidad esa persona ya no está contigo si hace eso, aunque viva bajo tu mismo techo y comparta tu cama y todo lo demás.
Recuerdo conmovida el caso de los actores Asunción Balaguer y el que fuera su marido Francisco Rabal. Él le fue infiel en todo momento durante su larguísimo matrimonio. Ella, aunque lo sabía, porque él mismo se lo había confesado más de una vez, hacía de tripas corazón. Pero hay que conocer a Asunción: si alguien la ha oído hablar alguna vez se dará cuenta en seguida de la clase de ser humano que es, pocas personas he visto nunca tan buenas y tan limpias. Ella hablaba de su marido como si fuera un niño que no supiera muy bien lo que hacía, como alguien que está enfermo y que es más digno de lástima que de otra cosa. Y puede que estuviera en lo cierto: en realidad ella lo era todo para él, pero no podía evitar hacer lo que hacía. Las demás no tenían importancia, sólo su mujer era primordial en su existencia, sin ella no podría vivir. Asunción parecía una madre más que otra cosa, comprensiva, generosa, de las que dan sin esperar nada a cambio, maravillosa. Fue él el que no supo estar a la altura, y puede que sea cierto que estuviera enfermo. La adicción al sexo es un tema que está a la orden del día. Todavía ella, cuando se le menciona el asunto, y eso que él hace tiempo que dejó este mundo, pone mala cara y cambia de tema enseguida. Hay cosas que pertenecen a la intimidad y que son dolorosas, y nadie puede invadir ese ámbito tan personal.
En el mundo que nos ha tocado vivir actualmente la infidelidad es moneda corriente. Cuántos son los que, como en los taxis, llevan el cartel de “Libre” y la luz verde encendida, cuando en realidad están ocupados.
Y es que los hay que no están ni libres ni ocupados, como el blogero aquel.
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