miércoles, 13 de febrero de 2013

Blade Runner


Me pasaba mi hermana el otro día Blade Runner, una película que le regalé hace tiempo, porque sé que para ella es un film de culto, imprescindible en nuestro imaginario común, punto sin retorno del pasado que nos recuerda la época que nos tocó vivir y lo que sentíamos entonces.

La escenografía de la cinta nos es ahora muy familiar, porque muchas películas la han utilizado después, pero en su momento fue una auténtica novedad, aunque se ha dicho que tiene mucho de la empleada por Fritz Lang en Metrópolis. Los coches que flotaban en medio de la noche entre edificios con carteles luminosos y cambiantes (obsesiva repetición del rostro de una mujer oriental), los espacios inmensos y fríos aunque bulla en ellos la vida, los interiores oscuros apenas alumbrados por unos pocos rayos de luz solar que se cuelan por las ventanas, la sensación opresiva de estar siempre encerrados y con luz artificial, son elementos que dieron al largometraje una atmósfera inquietante e intensa, sin igual por aquel entonces.

La música de Vangelis, que comenzaba a darse a conocer, resultaba muy plástica, relajante, fría, a ratos dulce, el contrapunto perfecto para la temática del film.
 
Me fascinan las imágenes de ciudad futurista, las calles oscuras y sucias, atestadas de gente y constantemente regadas por la lluvia. Harrison Ford sentado en un puesto callejero de comida china, metiendo los palillos entre gruesos fideos nadando en sopa. Escenografía similar se ha usado después en films como El quinto elemento, o Black Rain del mismo director. Es como si la vida en la ciudad fuera la única posible.

Me encanta el aparato que el protagonista utiliza para ampliar parámetros de una imagen, operando con la voz. Todo en esta película resulta sorprendente, maravilloso.

Blade Runner es un film que va más allá de la ciencia-ficción. Toda ella es un alarde estético, una puesta en escena que recrea los sentidos. Vemos a Rachael, la replicante que no sabe que lo es, vestida, maquillada y peinada en el 2019 como si estuviera en los años 40 del siglo pasado. Sus uñas rojas, largas, brillantes y perfectas en unas manos preciosas cogen un cigarrillo y lo encienden con absoluta elegancia, mientras se confunde con el humo que exhala, a contraluz. Sus lágrimas y la tristeza de su rostro al saber que no es humana son el paradigma de una sociedad futura en la que se ha perdido casi todo vestigio de humanidad.

Sean Young, la actriz que la interpreta, no consiguió después mantener aquel brillo repentino en su carrera profesional. El año pasado, en la entrega de los Oscars, protagonizó un lamentable espectáculo intentando colarse bebida en la gala sin haber sido invitada. Es triste ver cómo trata Hollywood a sus estrellas, cómo deja que éstas se apaguen después de haberle dado lo mejor de sí mismas.

Harrison Ford aparece muy joven, sin arrugas en la cara ni la boca torcida que tiene ahora, está bello y convincente.

Joanna Cassidy encarna a la replicante que subsiste en el mundo humano con un show de serpientes. Espectacular cuando llega a su camerino con un ligero tanga y el cuerpo cubierto de purpurina plateada, que le da un aire misterioso y sexy. Cuando mete la cabeza en la burbuja de cristal para secarse el pelo tras la ducha me pareció alucinante la 1ª vez que lo vi. Ahora es un artilugio corriente en muchos sitios. Es increíble, magnética, la persecución, rodada a cámara lenta, de que la hace objeto el protagonista, cuando va reventando los cristales de los escaparates de las tiendas por las que pasa (en realidad estaban hechos con láminas de azúcar), tiroteada y ensangrentada, en su loca huida hacia una salvación ya imposible. A pesar de la fuerza de su carácter y su personalidad, yace al final indefensa, repentinamente frágil y derrotada en el suelo, como una muñeca rota. Es la apariencia que confiere la muerte.
 
Daryl Hannah está original y desasosegante en la piel de una replicante que es una prostituta, rubia, ingenua en apariencia pero muy peligrosa, capaz de movimientos acrobáticos de ataque que nos dejaron a todos con la boca abierta cuando lo vimos por vez 1ª. Ese look cyberpunk que lleva lo ideó ella misma cuando hizo la prueba del casting, poniéndose una peluca rubia que encontró entre un montón de cosas, pintándose los ojos desde la sien de negro como dice que había visto hacer en Nosferatu. Las acrobacias fueron también de su invención, y no necesitó doble en muchas de las escenas porque en el instituto se le daba muy bien la gimnasia y aprendió a hacerlas.

El siempre inquietante y viril Rutger Hauer da vida de forma magistral al replicante más perfecto, que perdona la vida al protagonista en el último momento, viendo que la suya se acaba también. “¿Cómo se siente uno cuando se vive con miedo?”, le pregunta mientras lo sujeta en vilo sobre el vacío. “Yo he visto cosas que vosotros no creeríais (...) Todos estos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia... Es hora de morir”, improvisó el actor, frases las suyas que pasaron a la posteridad. Él también puso mucho de sí mismo, sus sugerencias contribuyeron a crear un personaje complejo en el que se mezclaban la ira, el dolor, la melancolía, la dulzura, el miedo y la esperanza.

Es por ello que resulta ser el más interesante: creíamos que su inteligencia estaba puesta al servicio del mal, pero vemos que no es así realmente: los replicantes, esos seres mitad personas mitad robots, no han hecho otra cosa que intentar sobrevivir. Su generosidad final es un rasgo que le acerca al ser humano y a la humanidad que le ha sido negada. Su inmensa tristeza hace causa común con la de Rachael, pues los replicantes no tienen derecho a una larga vida, ni a tener sentimientos, ni recuerdos. Son los Frankenstein de la era moderna, fabricados a semejanza del hombre pero sin posibilidad de una existencia plena.

El protagonista se enamora de Rachael, y su reflexión personal le hace dudar sobre si la exterminación de los replicantes es lícita y necesaria. Al final nos preguntamos en quién estaba la humanidad. “Obliga a la audiencia a reevaluar qué significa ser humano”, he leído. El director, Ridley Scott, estaba pasando por un momento personal muy duro, al morir de cáncer su hermano, al que estaba muy unido. Su visión pesimista y terminal, la incapacidad de ponerle coto a la muerte, la impotencia ante el fin inexorable de la vida, tienen mucho que ver con lo que él sentía en ese momento. 

En todas las películas de Ridley Scott hay una enorme fuerza, un gran magnetismo y una gran sensibilidad. Aunque la acogida de crítica y público fue muy irregular, el tiempo ha hecho que Blade Runner sea una de las películas de su género más impactantes y extraordinarias, una visión desasosegante del futuro, pero también llena de melancólica poesía.

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