A veces, cuando el nivel de frustración vital es importante, sólo los deseos se ven realizados cuando estamos dormidos, en nuestros sueños. Y así fue como hace poco logré materializar mis más personales anhelos.
Fue una noche completa porque, mientras soñaba, se fueron sucediendo sin solución de continuidad aquellas cosas que más deseo, y con ellas el desenlace ideal. Soñé que volvía a ver luz en la ventana de en frente, en el patio de mi casa, lo que quería decir que mi vecina había vuelto del hospital. En un post reciente he mencionado que falleció, por lo que este sueño se verá incumplido.
Soñé que una vecina de mi descansillo abría la puerta de su casa a alguien que preguntaba por su marido. Ella, sonriente y relajada, decía que ya no vivía allí, lo cual significaba que el susodicho, que se pasa todo el tiempo gritándola e insultando a ella y a su hija, da igual lo molesto que pueda resultar a los vecinos, ha cogido las de Villadiego. Esto es siempre motivo de celebración para mí, me produce una íntima satisfacción ver a un maltratador salir por piernas. Dudo mucho que este sueño se cumpla, pero nunca se sabe.
Soñé que un hombre muy atractivo, con un traje muy elegante, alto y moreno, de mi edad o un poco menos, me miraba con enormes ojos oscuros y una ligera sonrisa, sentado en el borde de una mesa, en una habitación acristalada que podría ser su despacho. Algo cálido e irresistible emanaba de su persona. En realidad, de forma consciente, no tengo un prototipo de masculinidad que pertenezca al ámbito de mis preferencias, pero ya se sabe cómo funciona el inconsciente. Este sueño largamente anhelado tampoco se ha visto realizado hasta la fecha, pero el tiempo dirá.
Soñé que brindaba con mi hermana y el resto de mi familia con unas copas preciosas llenas de champán, porque ella había conseguido ganar la oposición y ya tenía por fin un trabajo estable. Este deseo es el más antiguo de todos. Supongo que en realidad brindaríamos con sidra, que es lo que nos gusta. Es, probablemente, el único de mis sueños con más posibilidades de que llegue a hacerse realidad.
Y soñé, por último, que estaba yo sentada y entre mis piernas había de pie una niña preciosa, rubita, de unos dos años, que era mi sobrina. Mirábamos las dos al frente, como si nos estuvieran hablando o haciendo una fotografía. La envolvía con mis brazos y ella, cariñosa, se dejaba hacer. Pero en mi interior era de repente consciente de que algo malo sucedía con su salud, un problema con el que había nacido, aunque no se le notara.
En ese mismo momento un dolor agudisimo, profundo, abismal, como no he sentido estando despierta jamás, se apoderó de mí. Era una pena desgarrada, una impotencia ante un mal al que no era capaz de poner remedio, una desesperación absoluta ante una injusticia como es la de que pueda existir la enfermedad en la infancia. Fue sólo un instante, lo suficiente para que me despertara de repente sollozando. Tardó un rato en pasárseme la angustia, dejándome una impresión indeleble de la que ya no consigo librarme siempre que lo evoco.
Este sueño también tendrá difícil cumplimiento, pero nunca se puede decir que algo es imposible. Cuando se lo conté a mi hermana, omitiendo la parte del problema de salud, se le humedecieron los ojos. Cuánto desearía ella que lo que soñé se hiciera realidad. “Sigue soñando ese tipo de cosas”, me dijo con una sonrisa esperanzada.
Mis sueños no suelen ser así, en ellos no se materializan cosas bonitas que me gustaría ver cumplidas. Antes al contrario, son sucesos aparentemente absurdos, cuando no terroríficos. En general son un fastidio, lo paso fatal o me aburren sobremanera, pero como no se los puede alterar, la voluntad poco puede hacer ahí (quizá sólo en el duermevela), pues habrá que aguantarse, o cenar un poco menos.
Lo cierto es que cuando tengo sueños bonitos, algo que sucede rara vez, paso un buen rato, aunque algunos, como este que he contado, que parece una novela por entregas, terminen un poco abruptamente. Sí, ojalá tenga muchos más, como me dijo mi hermana.
En el mundo de los sueños todo es posible.
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