martes, 12 de febrero de 2013

La vida en casa


Mis hijos se están tomando en serio los estudios este año, por vez 1ª en mucho tiempo. Yo no tenía especiales manías cuando era estudiante, lo único que no hubiera ruido, pero veo a Ana, mi hija, con costumbres fijas: se puede saber que está en época de exámenes cuando se recoge el pelo en lo más alto de la cabeza en forma de moño bamboleante, se pone el pijama, y se mete en su habitación con una taza de Nesquik, baja la persiana y se ilumina únicamente con el flexo de su mesa de ordenador. Nadie puede entrar allí bajo ningún concepto, ni aunque se esté incendiando el edificio, porque puede correr el riesgo de sufrir sus iras. “¡Me desconcentras! ¡Así no hay manera de estudiar! ¡Sal enseguida! ¡No me hables!”.

El año pasado, que no estudió gran cosa, se ponía un lápiz en el pelo cruzándole la cabeza, se le corría la pintura de los ojos y le aparecían unas ojeras oscuras. No conseguía concentrarse, sufría y se desesperanzaba, tirando la toalla antes de empezar.

Mi hijo se conforma con echar una ojeada a los libros, así como de pasada. Se medio recuesta en un sillón, se concentra durante un rato y luego los cierra de golpe, dando por concluida la sesión.

Ahora su mente está ocupada en otras cosas, más importantes para él. Desde que sale con Fiona tiene una ilusión. Por las noches se intercambian mensajes de WashApp, y se le ve esbozando una sonrisilla. Ella viene a casa casi todos los fines de semana, y se suele quedar a cenar. Algún día también a comer. Me hace gracia la forma como separa las cosas en el plato cuando van con algún acompañamiento, comiéndoselas por separado con mucha fruición. Disfruta con los placeres sencillos. Sus manos tan pequeñas maniobran una y otra vez con parsimonia. Tiene una envidiable constitución, porque a pesar de su buen apetito siempre está delgada.

Su aspecto transgresor, o a mí me lo parece, con sus piercings en el labio y una rasta muy larga asomándole por debajo de su melena, no se corresponden con su educación. Ella es muy educada. A Miguel Ángel lo regaña siempre que hace alguna cosa indebida o dice algo inapropiado para pinchar, cosas que no he conseguido corregir como madre por mucho que lo he intentado. Si lleva los pantalones muy caídos y se le ven demasiado los calzoncillos (estas modas...), si escupe las cáscaras de pipa en lugar de sacárselas de la boca con los dedos, si dice algo machista para provocar su reacción, a Fiona no le gusta nada y se lo hace saber, no se le escapa nada. 

Él se queda un poco perplejo, no sabe cómo reaccionar, no está acostumbrado a que ninguna chica le regañe, y menos porque no cree estar haciendo algo malo. Pensará seguramente que es una reacción exagerada, pero sí la hace caso.

Hace unos días Miguel Ángel estaba enfadado, como con mala cara, cosa frecuente en él, y además nunca quiere decir lo que le pasa, lo cual a mí me produce una mezcla de angustia y desesperación. Pues Fiona, mucho más hábil, lo llevó a parte a su cuarto, para decirle en privado lo que tuviera que decirle, y así estuvieron un rato hasta que salieron los dos, muy sonrientes y satisfechos. Estuve por preguntarle a ella la fórmula secreta que hizo operar semejante cambio. Se ve que sabe cómo tratarlo, es muy sagaz, me encanta.

Cuando ella quiere algo hace lo imposible por conseguirlo. Si los arrumacos y los ruiditos mimosos no surten efecto, entonces comienza la 2ª parte, el forcejeo, en el que Miguel Ángel lleva las de ganar por su mayor fuerza física (por el mando de la televisión o el de la Play), aunque ella lo termina venciendo por agotamiento. Si todo lo que se proponga en la vida Fiona lo pelea como estas trivialidades, logrará todo lo que quiera.

Ana trae de vez en cuando a sus amigas a casa, para retocarse cuando van a salir, o vienen a estudiar ahora que están de exámenes. Ayer vino Neus y estuvieron dándole a las matemáticas en la mesa donde comemos. La resolución de problemas estuvo salpicada por breves cotilleos, donde  criticaban a alguna conocida, y por cortas interrupciones para descansar, en las que se me requería para interpretar sus firmas con un libro de grafología que me he comprado hace poco. Muchas risas, picoteo de galletas Chips Ahoy y donettes blancos del plato que les puse para amenizar el momento. 

La vida en casa transcurre plácidamente. Tan sólo nos falta ese sol que entra por las ventanas bien mediada la primavera. Mi sueño sería tener un solárium, un lugar donde mis pocas plantas y yo pudiéramos solazarnos. El tiempo pasa casi sin darnos cuenta.

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