Montserrat Caballé pertenece a una saga de cantantes de ópera que vivió tiempos gloriosos, aquellos en los que el bel canto tenía un prestigio y un brillo que parece haber ido perdiendo con el paso de los años. Quizá ese aire elitista que siempre lo ha acompañado, el estar reservado a un público restringido, ha mantenido al resto al margen de este placer sin igual, resignado a escuchar las obras maestras en grabaciones o por televisión.
Por supuesto no es lo mismo: no se puede comparar un espectáculo de estas características presenciado en vivo y en directo a disfrutarlo de cualquier otra manera. Cada representación es un momento único, se crea una atmósfera especial distinta en cada ocasión, y permanece en la memoria de los asistentes de forma indeleble.
Y en el caso de Montserrat Caballé son actuaciones son magistrales. Es difícil no sentir una conmoción artística total al escucharla. Rara vez se ha estado tan cerca de la perfección. Ella, que tuvo la fortuna de codearse con las divas del pasado, figuras de la talla de María Callas, es sin embargo distinta a todas, e igualmente incomparable. La Callas y ella sintieron un profundo respeto mutuo cuando se conocieron, y siempre le dijo lo afortunada que era por tener una familia unida que la apoyaba, y el amor fiel e incondicional de un hombre en su vida, sentía admiración por ello. María no tuvo nunca esa suerte.
De hecho, la propia Montserrat ha dicho que sin el amor y la armonía que han existido siempre en su familia nunca habría podido hacer su carrera. Aunque siempre sufrió mucho porque no podía estar de continuo con sus hijos. Los constantes viajes por el mundo entero la mantenían alejada del hogar más tiempo del que ella hubiera querido. Su marido la acompañó la mayor parte de las veces, y si no podía se encontraban en un punto determinado durante las giras de ella.
Bernabé renunció a su carrera como tenor para apoyar la de su mujer y cuidar de sus hijos cuando ella no estaba. A él dedica siempre Montserrat sus más tiernas palabras, su agradecimiento absoluto, su respeto, su amor incombustible a pesar del desgaste de los años. Sus hijos han crecido en un hogar donde nunca faltó el cariño, a pesar de las ausencias.
Es de sobra conocida la facilidad que tiene la Caballé para transmitir todo tipo de sentimientos y emociones, perfeccionada con la experiencia acumulada tras cientos de representaciones. Su repertorio es de los más grandes jamás conocidos. Quién se lo iba a decir a ella, cuando siendo jovencita pasaba penalidades por la pobreza de su familia, durmiendo a la intemperie más de una vez porque no podían pagar el alquiler de la casa. Sólo gracias a un mecenas y a los esfuerzos de sus padres pudo costearse los estudios de canto.
Y el caso es que viéndola parece el prototipo típico de cantante de ópera, con sobrepeso, majestuosa. Montserrat dice que hay que conocer el propio cuerpo, la forma como emitir el sonido. Si las vibraciones son fuertes, las armonías resultan duras. Hay que proyectar la fuerza hacia abajo, para que los pulmones alcancen su máxima capacidad.
Pero ella no se ha limitado sólo a cantar. Ha ido a las bibliotecas a buscar personajes y obras que luego ha puesto en pie en un escenario. Son muchas horas de dedicación y estudio. Montserrat es muy curiosa, quiere saber la historia del autor y su obra, quiere entender el significado que hay detrás de todo ello. Le gusta conocer los detalles de los ropajes de la época que va a representar, la decoración, las costumbres, los usos lingüísticos.
Cantó muchas cosas con su marido. Ella dice que era el terror de los agudos: es capaz de romper el cristal, algo que su hija también puede hacer. Juntas han dado ya muchos recitales.
Cuando le diagnosticaron cáncer, ella dijo que las grandes cosas hay que hablarlas poco, pero hay que tenerlas muy presente. Recuerdo una entrevista que le hizo Julia Otero cuando ya había pasado todo. No era algo de lo que Montserrat quisiera hablar, y la expresión de su rostro, mezcla de tristeza y reconvención, hizo avergonzar a la periodista, que se dio cuenta de inmediato de su error, pues ciertos temas, tan personales, no se pueden tratar como si tal cosa en un programa de televisión.
Ella es una mujer muy humilde (es la antidiva), sencilla, y al mismo tiempo enérgica y segura de sí misma. Inteligente, sensible, tremendamente humana. Cálida en las distancias cortas, su risa es como un gorjeo, cantarina, luminosa, contagiosa. Toda ella te envuelve, te lleva a donde quiera con sus relatos, su vitalidad y optimismo son contagiosos. Transmite mucha paz.
Con Freddie Mercury |
Recuerda cuando cantó con Freddie Mercury y le dijo que era seropositivo. Ella se sintió muy cerca de él, y él cantó como nunca a su lado, unidos dos estilos y dos voces que nada tienen que ver, pero que en conjunto resultaron sorprendentes, magníficos. En escena ambos son grandiosos, llenan el escenario con su poderosa presencia. La fuerza expresiva que emana de ellos inunda y arrasa allá donde estén.
Cuántas ovaciones habrá recibido Montserrat Caballé, cuántas veces el público se ha puesto en pie, cuántos flashes han disparado los fotógrafos sobre su persona, cuántas entrevistas ha concedido. Ella habla con naturalidad de todas las cosas de su vida, ella vive con naturalidad una profesión que es tan poco común como lo es ella.
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