miércoles, 6 de febrero de 2013

Frank de la jungla


Si veo alguna vez en televisión Frank de la jungla es porque a mi hijo le gusta y lo sintoniza siempre que lo emiten, pero yo la verdad es que acabo estragada con cada episodio.

Yo creo que este hombre no cargaba tanto las tintas al principio, cuando empezó a hacer su programa. Siempre ha sido chabacano, pero últimamente lo es hasta extremos insospechados. Seguramente le dijeron, ante el éxito que ha tenido, que exagerara mucho más la nota, que eso le gustaba a la audiencia y sería aún más popular.

Ciertamente es original: aunque ahora hay muchos exploradores de toda nacionalidad y pelaje poniendo en peligro su integridad física para ofrecernos un espectáculo salvaje en medio de la Naturaleza (dudosos héroes modernos), nadie como Frank para ponerse en peligro y mostrarnos a los animales más exóticos como si fueran mascotas.

Pero lo hace de tal forma que, si a otros “colegas” parece a veces que les falta un tornillo, él los supera a todos. No cabe duda de sus conocimientos de zoología, y su manera de explicarnos las costumbres y características de los bichos que se va encontrando es muy didáctica y entretenida, pero no hay necesidad de maltratarlos, ni a ellos ni a los colaboradores que le acompañan, que le dan una pobre réplica y soportan su grosería y su despotismo como parte de la puesta en escena y de las servidumbres que hay que aguantar si se quiere conservar un trabajo.

Al final, lo que podría ser un variado e interesante programa de fauna selvática se convierte en algo grotesco, una sucesión de escarceos más o menos accidentados en los que el avasallador afán de protagonismo de su presentador arrasa como si fuera una apisonadora.

Dicen que muchas de las cosas que suceden o se comentan están planificadas de antemano, pero yo creo que hay mucho imprevisto, a su equipo le ha pegado más de un susto con sus reacciones inesperadas y estentóreas. Es un tipo impulsivo, un constante exabrupto, parece que se complace asustando y sorprendiendo a cuantos le rodean.

Pero quizá sea esa forma inusitada e imprevista de suceder las cosas una de las claves de su éxito. Nunca sabes lo que va a pasar, y casi siempre lo que pasa es truculento. Si algún animalito es inofensivo, él se encarga de aderezar el momento con algún canturreo burlesco y bobalicón antes de dejarlo en libertad, sólo respeta a los que son peligrosos. Es como si tuviera siempre que dar la nota de alguna manera, y si las circunstancias no lo propician lo provoca él.

Para hacerse el gracioso pone dedos en los ojos de un cangrejo, o marea a las serpientes haciéndolas girar sobre sí mismas colgadas cabeza abajo, o coge del rabo al animalito de turno y no le deja marchar aunque ya haya terminado de disertar sobre él. A los mamíferos los coge del cuello con fuerza y éstos a cambio le clavan sus garras en el pecho o los brazos, buscando sujeción, mirándole aterrorizados por esa intromisión en su vida cotidiana, esa agresión física y mental de que les hace objeto.

Frank grita y se queja cuando le agreden, muy merecidamente la verdad, pero qué quiere que le pase tal y como se comporta. No sabemos si pretende que le compadezcamos por los daños sufridos o le admiremos como a un valiente por el riesgo que corre. Pero ese supuesto valor suyo se esfuma en cuanto las cosas se ponen un poco más crudas de lo habitual, pues es el 1º que pone pies en polvorosa, dejando atrás al equipo, tonto el último, ya os lo decía yo, si es que no me hacéis caso nunca, con lo que yo sé de la vida y de todo.

Prepotente, narcisista a pesar de su con frecuente lamentable aspecto, sus monólogos están plagados de imprecaciones y modismos tabernarias. Ignoro en qué ambientes se ha movido este hombre antes de hacerse presentador de un programa televisivo, en qué selvas no vegetales habrá estado.

Frank se sube a los árboles, con el cámara detrás, para mostrarnos un primer plano de algún ave exótica. Imita sus ruidos, despliega sus alas para enseñarnos su plumaje, le da a picar algo para que comprobemos la dureza de su pico. O bien se interna en las profundidades de alguna cueva, pisando una sustancia grisácea y pegajosa que parece barro y resulta que son excrementos de murciélago, que no tardan en perseguirle ante la intromisión. Termina lleno de mierda hasta la boca. Luego se asea en cualquier agujero con un poco de agua que encuentra. O hace caer de espaldas al cámara ante un respingo de él, alertado por la cercanía de alguna serpiente que luego no resulta peligrosa.

Otra fijación de Frank es enseñar los testículos de los machos que se va encontrando, como si quisiera mostrar aquello que no se suele mostrar. Si es una hembra parece casi hasta decepcionado por no poder hacer el numerito. Es como un niño tonto y malo que se entretiene recreándose en lo que está prohibido, en asuntos que se toman con naturalidad al llegar a la edad adulta, a la que parece no haber llegado. Me recuerda a cuando de niñas le levantábamos el vestido a las muñecas para ver si llevaban bragas, o algo así. 

Frank no está nunca contento, o quizá lo pasa bien a su manera. Su mirada no es limpia, ni tiene alegría, es distante y velada, dura. Parece que se hubiera escapado de algún gueto o suburbio. Lo descubrieron por casualidad en el programa de Callejeros viajeros que se rodó en Tailandia, donde vive con su mujer, una ex miss y modelo escultural, con la que ha formado una numerosa familia y que seguramente lo lleva más tieso que una vela.

Curiosamente, fue él quien decidió renunciar a seguir haciendo el programa, después de recibir un premio y el amplio reconocimiento del público. Ya estaba cansado de trotar por las selvas enseñando animales, según declaró. Descansa Frank, descansa, que así podremos descansar los demás.

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