lunes, 11 de febrero de 2013

Un poco de todo (XXI)


- Leía hace un tiempo una de las obras de Balzac, El tío Goriot, que abandoné sin terminar porque a pesar de estar escrita por tan insigne autor,  la verdad es que me pareció tediosa. Pero hasta en donde menos esperas puedes encontrar algo inesperado y sorprendente por lo que merecerá la pena el esfuerzo realizado. Y así fue que entre sus páginas leí la descripción de un personaje que se corresponde fidedignamente con un ser ominoso de mi pasado, del que nunca pensé que pudiera hallar a nadie que se le pareciera, ni siquiera en una novela.

Reproduzco el texto:

“…se parecía a muchas personas, que desconfían de sus allegados y se confían al primero que llega, hecho moral extraño, pero verdadero, cuya raíz es fácil de encontrar en el corazón humano. Tal vez, ciertas personas no tienen ya nada que ganar, ante las personas con las que viven; después de haberles mostrado el vacío de su alma, se sienten secretamente juzgadas por ellas, con una severidad merecida; pero, sintiendo una inenarrable necesidad de halagos que les faltan, o devorados por el deseo de aparentar poseer las cualidades que no tienen, esperan sorprender la estima o el corazón de quienes le son extraños, a riesgo de verse decepcionados un día. En fin, hay individuos que son mercenarios desde la cuna, que no hacen ningún bien a sus amigos o allegados, aunque sea su deber; mientras que haciendo favor a desconocidos sacan de ello una ganancia de amor propio; cuanto más cerca está de ellos el círculo de sus afectos, menos lo aman; cuanto más lejos, son más serviciales. La señora Vauquer tenía, sin duda, algo de estas dos naturalezas esencialmente mezquinas, falsas, execrables (…)

Como todos los espíritus estrechos, la señora Vauquer tenía la costumbre de no salir del círculo de los acontecimientos, ni juzgar sus causas. Le gustaba echar la culpa a los demás de sus propias faltas”.

Casi me he asustado al leer esta descripción, tal es el grado de semejanza con la persona a la que aludo. Este es el tipo de gente que hace difícil que uno pueda llegar a ese estado de felicidad del que hablaba en el post anterior. Huyamos de la gente tóxica, allá donde tengamos la desgracia de encontrárnosla.

- Echo de menos a Carlota, una compañera de trabajo que se marchó a finales del mes pasado. Ella va a viajar al extranjero con su pareja, en busca de nuevos horizontes que, desde luego, en un trabajo como el que tenemos no va a encontrar. Le dije la suerte que tiene de poder volar libre como un pájaro, aunque ella no lo tenía tan claro, insegura y algo acobardada ante un cambio tan radical en su vida.

Conocerla ha sido un placer, en el más estricto sentido de la palabra. Con sus virtudes y defectos, es vital y apasionada, una niña grande que conserva la frescura y la ingenuidad de la edad 1ª, aún siendo ya una mujer. Tiene una forma tan especial de contar sus cosas y de ver la existencia que sacude el polvo de la rutina. Es sin duda alguien muy especial, muy poco común.

Muchas han sido y son sus pesares personales, al tener una familia extensa pero mal avenida. A ello se le suma este trabajo nuestro, en el que no se lo han hecho pasar bien, pues sus cualidades han despertado la envidia de los que viven frustrados, incapaces de llenar el vacío de sus almas.

Pero ella ha emprendido ahora otro camino, dejando con sus miserias de siempre a los necios y mezquinos que quisieron perjudicarla. Cuánto me alegro por ella. Espero que todo le salga como desea. Siempre la voy a recordar, inclinada sobre la pantalla de su ordenador, tan alta y esbelta, con su cabello rubio ceniza largo y liso, rodeada de plantas, y esa forma de mirar suya tras sus gafas, siempre con una mezcla de picardía y de ternura, elegante en su porte y sus maneras, con un fino e irónico sentido del humor que a mí me recordaba al humor inglés.

Querida Carlota.

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