Desde el primer momento que conocí a Fiona, la chica con la que sale ahora mi hijo, supe que era alguien especial. A pesar de tener sólo 16 años, es una joven mujer que tiene las ideas muy claras y opiniones sobre la vida en las que se percibe el fruto de largas reflexiones, a las que normalmente se llega cuando se tiene más edad.
La muerte, sin ir más lejos. A ella le gustaría saber cuándo y cómo van a terminar sus días. Haría entonces sólo lo que más le gustara: dejaría de ir al instituto, jugaría durante horas con los videojuegos… Yo le dije que también me gustaría saber lo que va a ser de mí, si tuviera una enfermedad querría estar al tanto, pero la fecha de mi muerte y la manera como voy a dejar este mundo es quizá lo único que prefiero ignorar. Tener conocimiento de ello condicionaría el resto de mi existencia y me impediría disfrutar, estresada ante el cada vez más cercano desenlace.
Fiona no está bautizada ni ha recibido la Comunión, sus padres son ateos acérrimos, aunque sus abuelos son religiosos. Ella posee un poco de ambos, no cree en la Iglesia porque las personas que la forman no le son dignas de crédito ni confianza, pero sí cree en Dios. Piensa que, aunque no haya recibido los sacramentos, Él mirará dentro de su alma cuando le llegue el último día y verá que lo que hay en ella no la hace merecedora de castigo alguno. Para Fiona no hay intermediarios entre la divinidad y las personas.
Un día, estando en casa, se le cayó un folleto que hacía propaganda de una de esas pseudoreligiones que proliferan últimamente. Se lo debieron dar en algún sitio y lo guardó para echarle un vistazo. La espiritualidad está siempre presente en ella, necesita basar la vida y darle sentido a través de una entidad superior. Fiona curiosea para saber qué creencia le es más inspiradora, cuál se ajusta más a su manera de sentir y de pensar.
No le gustan los estereotipos, ni lo que se da por sentado, ni lo que acepta la mayoría como algo inamovible. Todo se cuestiona, y sólo se admite ciertas premisas tras un razonamiento profundo. La lógica ante todo. Le molesta, por ejemplo, celebrar ciertos días en determinadas fechas del calendario: Día de los Enamorados, Día del Padre o de la Madre… Piensa que son ganchos comerciales, y que no tiene por qué haber un día especial para esas cosas, si no que hay que tenerlas presentes todos los días del año. Si deseas celebrar algo en un momento dado pues lo haces y ya está.
Me encantó su pequeña historia sobre una cobaya que tuvo, cómo la cuidaba, su forma de moverse, cuando se quedaba dormida con ella en sus manos o sobre sus brazos, lo mal que lo pasó el animalito cuando se puso enfermo y cómo se fue apagando. Fiona pasa de la alegría a la tristeza dependiendo de la parte del relato en la que se halle, vive lo que cuenta, se expresa con todo el cuerpo, te hace ver las cosas como si las tuvieras delante de los ojos, te abre las puertas de su mundo y te deja entrar confiada, sin barreras ni dudas.
Fiona me enseña cosas nuevas que desconocía, algunas realmente sorprendentes. Me habló de un sitio en Dinamarca en el que le gustaría vivir cuando llegue a la edad adulta. Se llama Christiania, y es un barrio de Copenhague que se ha terminado convirtiendo en una ciudad y en la que sus habitantes tienen sus propias normas y viven cada uno según sus convicciones, en completa libertad. Sobre este lugar hablaré en un post más adelante.
En Fiona hay aún muchas cosas por descubrir, es como una pequeña caja llena de tesoros, un ser humano pleno de vida y de inquietudes. Franca, honesta y natural, no hay doblez ni mancha en ella. Guapa, inteligente, hipersensible, dulce pero con carácter, tiene una personalidad compleja y una rara mezcla de ingenuidad y conciencia plena de la realidad.
Sólo espero que nadie intente nunca manchar la pureza de su corazón, que nadie empañe ni amargue su esencia vital, que las asechanzas de la vida le afecten lo menos posible. Ella es, como el resto de los de su generación, el valor en alza que hay que proteger y fomentar, el futuro que todos esperamos.
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