jueves, 27 de junio de 2013

Anita en la cocina


No suelo yo mucho coincidir en la cocina con Anita, mi hija. Ella aprendió el año pasado a hacer filetes de pollo a la plancha y de vez en cuando le gusta ponerse ante los fogones, superándose a sí misma en cada ocasión. Creo que nadie le enseñó a hacerlos, pero seguramente posee un instinto, un talento especial con el que Dios toca sólo a unas cuantas personas,  del que algunos miembros de mi familia que ya no están en este mundo gozaban también.

Hace unas pocas noches le pedí que hiciera unos filetes que había comprado. Al contrario que yo, Ana no hace pereza para estas cosas. Enseguida buscó la plancha, saló los filetes, puso un poco de aceite, y los espolvoreó con perejil y ajo picado en cuanto los tuvo al fuego.

En esta ocasión estaba muy nerviosa, ella dice que por mi presencia en la cocina, aunque a mí me pareció que más bien era porque estaba en plena época de exámenes y no podía estarse quieta. Volteaba sin cesar los filetes sobre la plancha, hasta que cogían un tono dorado, que sabe que es como me gustan a mí. Ella los prefiere menos hechos. A veces los dejaba estar y entonces se dedicaba a pasearse de un lado a otro como si bailara. La cocina tampoco es tan grande, por lo que no da para muchas expansiones.

Yo que soy tan tranquila la verdad es que me aturdía. También es cierto que tenía el día controlador, pues no dejé de darle instrucciones todo el rato, algo que normalmente no hago, que me horroriza y que además es donde menos hay que hacerlo. Es como el que va en coche y lleva de copiloto a una persona que constantemente aturde con indicaciones sobre la dirección a tomar o el mejor lugar para aparcar, no dejando que el que conduce obre a su libre albedrío. Qué afán por controlarlo todo.

El refrán aquel de que muchos cocineros estropean el cocido es una gran verdad. Si cada uno queremos hacer la comida a nuestra manera, que nunca es igual que la del resto de la gente, al final sólo saldrá una bazofia. Al principio le dije a Anita que yo sólo era el pinche, y que si no la ayudaba ni siquiera a salar los filetes era porque quería que todo lo hiciera a su gusto, dándole su toque especial. Si yo intervenía en la más mínima cosa el resultado ya no sería igual.

Pero no podía evitarlo, a todo le ponía objeciones: que por qué volteaba tanto los filetes y no los dejaba un rato quietos hasta que se hicieran por cada lado; que si era mucho ajo y perejil o poco aceite, que si el fuego estaba demasiado fuerte, que si el mango de la plancha sobresalía mucho y era mejor apartarlo, que por qué no dejaba de dar vueltas en la cocina que me estaba poniendo a mí también nerviosa. Ella no entiende cómo puedo estarme parada de pie derecho sin moverme durante mucho tiempo. Tendría que hacer yoga para aprender estas cosas. O eso dicen. 

En fin, que nunca creí que me convertiría en una vieja rezongona y mandona, allí en la cocina precisamente, y más sabiendo que eso la pondría aún más nerviosa. Todo el tiempo repetía yo como un mantra “En fin, me voy a callar”, pero luego no era capaz de hacerlo.

Lo cierto es que Ana cocina como suelen hacerlo los hombres, poniéndolo todo perdido y ensuciando muchos cacharros. Y parece no darse cuenta, como si fuera algo normal. Es como el artista que se concentra en su creación y no ve nada más. A mí me horroriza verlo todo empantanado, pero prefiero dejarla a su aire porque cada uno tenemos nuestra manera de hacer las cosas. Cuando termina parece que ha pasado un huracán por allí.

Al final le salieron muy ricos los filetes de pollo, como siempre, y yo me fijé en su forma de cocinar para aprender. Le dije que se hiciera con más recetas, ya fueran de su invención o ajenas, que en esto de lo culinario el horizonte es infinito y aún nos quedan reservadas muchas sorpresas. Realmente lo que necesito es alguien que me libere de los fogones, pues mis intentos por ser una chef consumada han tenido poco éxito por lo general. Me doy cuenta de que Anita ya es toda una mujer y de que hace tiempo es capaz de muchas cosas. Qué delicia que cocinen para ti, y encima bien.

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