martes, 18 de junio de 2013

La vida de Pi


Estuve viendo hace poco La vida de Pi, película de uno de los cineastas más sensibles, versátiles y creativos que existen hoy en día, Ang Lee, que en su momento pasó casi desapercibida, pues la crítica no la trató muy bien, a pesar de haber sido galardonada con varios oscar y estar basada en una novela también muy premiada.

Esta es la historia de un muchacho hindú que desde pequeño goza de una sensibilidad y una capacidad de pensamiento fuera de lo común, que le hace ser distinto de los demás y provoca el rechazo ajeno. Pi le da vueltas a todo lo que ve y oye, y por todo se pregunta. Él cree que los animales tienen alma, y que basta con mirarles a los ojos detenidamente para saber lo que están sintiendo. Cuando intenta dar de comer al tigre del zoo propiedad de su familia su padre lo evita y le reprende, poniendo en su lugar una cabra al alcance de la bestia para demostrarle su fiereza y que su instinto puede más que cualquier otra cosa.

Luego le surgen dudas respecto a la religión. Su hermano mayor apuesta con él a que no es capaz de ir a una pequeña iglesia católica que hay en la zona donde viven y beberse el agua bendita. Cuando entra allí se siente fascinado por las figuras y pinturas que ve, y empieza a hacerle preguntas al sacerdote del templo. Cada día entra con la excusa de hacerle una nueva pregunta, hasta que al final decide que, además del hinduismo, también el catolicismo puede ser una de sus creencias.

Más tarde adoptará algunos de los ritos musulmanes, y adorará a Alá arrodillándose varias veces al día en dirección a La Meca. Cuando está con esos rituales nadie de su familia le molesta, pero a la hora de la comida su padre le interpela sobre el asunto: no se pueden tener varias religiones a la vez porque se termina no siguiendo ninguna. Pi escucha en silencio, pero no parece muy de acuerdo.

Cuando la familia decide irse de La India y viaja con su zoo en un barco al extranjero para vender los animales y comenzar una nueva vida, nada ni nadie le haría suponer a Pi que sería el único superviviente del naufragio que tendría lugar. Son magníficas las escenas del protagonista subido en el puente de mando, en medio de la colosal tormenta que se ha desatado en la noche, durante la cual al principio disfruta tanto, pues la juventud goza con el peligro, hasta que se da cuenta, mirando a lo lejos hacia la proa, que el barco se está hundiendo.

Son impactantes las imágenes de Pi buceando hasta llegar a los camarotes, donde ya nada puede hacer por salvar la vida de su familia, a la que la muerte ha sorprendido durmiendo. Él es puesto a salvo aún a su pesar, y cuando un golpe de mar se lleva a todos los que iban a embarcar con él en el bote salvavidas, es nuevamente increíble cómo se tira al agua y desde el fondo contempla horrorizado el hundimiento lento y espectacular del barco, aún con todas las luces encendidas en medio de la oscuridad, mientras inicia un nuevo viaje, esta vez a las profundidades submarinas.

Una gorila, una hiena, una cebra y el tigre son sus nuevos compañeros de viaje, que han saltado al bote en un intento desesperado de supervivencia en medio de la tempestad. Unos se irán comiendo a otros, hasta que sólo queda el felino. Pi tendrá que flotar a parte, sujeto a la barcaza con una soga, para no ser devorado también. A pesar de los intentos del animal por cobrarse su vida, él comprende que lo único que hace es seguir su instinto, pues el hambre acucia. En su periplo pasarán por mares fosforescentes, zonas de peces voladores, delfines que nadan a lo lejos en grupo, bancos de medusas, y peligrosas aproximaciones de algún tiburón. Magníficos los efectos especiales para lograr los cambios en el paisaje, es como si te vieras inmerso en un mundo fantástico lleno de belleza, unas veces armoniosa, otras veces salvaje y terrible.

En este tiempo, y ya al final al borde de la extenuación cuando una tormenta se lleva los últimos víveres, el muchacho y el animal aprenderán a conocerse y a tratarse, y Pi ya no tendrá que permanecer a distancia. Toparán, cuando creen que todo está perdido, con una isla flotante llena de verdes raíces que les procurará sustento. Subido a la rama de un árbol, coge una exótica flor y al abrirla descubre en su interior un diente humano. Así cae en la cuenta de que la isla es un enorme organismo antropófago, que de día tiene una apariencia y un funcionamiento normal, pero de noche las aguas de sus lagunas se vuelven ácidas para engullir las especies acuáticas, y la tierra también se alimenta de lo que sobre ella haya. Por eso los animales que la habitan buscan el refugio de la parte alta de los árboles cuando llega el ocaso.

Embarcan de nuevo Pi y el tigre y, cuando yacen medio muertos por la inanición, el chico despierta de su somnolencia al notar que la embarcación no se mueve: han llegado a la orilla de las costas de Nuevo Méjico. El tigre se dirige hacia la selva, se para frente a ella y sin darse la vuelta siquiera para despedirse del muchacho, se interna en ella y desaparece para siempre, ante el dolor y la consternación de Pi, que quería al menos decirle adiós, socorrido al fin por un grupo de habitantes de la zona. Y es que nunca dejó de atribuirles a los animales sentimientos similares a los humanos, a pesar de todo.

Los dos encargados de investigar el hundimiento del barco no creen el relato de Pi, que se repone en un hospital, y éste tiene que inventarse una historia, en la que prima la antropofagia entre los miembros de la tripulación, para que así le crean. La espiritualidad y el valor no tienen cabida en el mundo real, al que por fin ha descendido desde las nubes de su idealismo, sólo la sordidez y la oscuridad.

Durante su penosa travesía, sometido a todo tipo de pruebas, tuvo tiempo y ánimo para la oración, a pesar de la adversidad. Cuando una nueva tribulación surgía, Pi le preguntaba a Dios qué quería de él, para finalmente decir que se hiciera Su voluntad. Al encontrarse la isla flotante, dio gracias a Dios por permitir reponer sus fuerzas, y por descubrir que tampoco aquel era el lugar definitivo donde permanecer, lo que le sirvió para seguir explorando.
 
Son varios los mensajes que nos quiere transmitir Ang Lee: debemos avanzar en el camino de la vida superando todos los escollos con los que nos podamos encontrar, no conformándonos con la zona de confort, que al final resulta tan peligrosa como la zona de conflicto, hay que ir más allá hasta encontrar aquello que verdaderamente colme nuestra existencia.  

El otro mensaje es que no hay una única mirada para el mundo, ninguna religión es mejor que otra, la sabiduría que todas ellas encierran tiene su aplicación en la vida de las personas. Creer en los 330 millones de dioses del hinduismo, y al mismo tiempo en la única figura de Cristo o Alá, no tiene por qué causar confusión. Pi dedicará el resto de su vida al culto de todas estas creencias, absorbiendo las enseñanzas de cada una y beneficiándose de lo positivo que hay en ellas, con el fin de alcanzar la realización personal. Esto permitirá que, pese a la tragedia vivida, pueda permanecer en paz para siempre.

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