miércoles, 19 de junio de 2013

Las familias homosexuales


Veía hace poco Fuera de carta, la divertida comedia protagonizada por Javier Cámara en la que encarna a un cocinero homosexual, agobiado por las deudas y el trabajo de su restaurante, que se tiene que hacer cargo de sus hijos cuando muere su ex mujer. A parte del guiño cómico que tiene la historia, con sus momentos dramáticos que son reales como la vida misma, es una situación que puede darse, y de hecho se da, con más frecuencia de lo que imaginamos.

En esa experimentación del que no tiene clara su identidad sexual, durante la cual se emparejan y se tienen hijos antes de definirse hacia una u otra tendencia, descubriendo por fin que ese no es su verdadero camino, se dejan atrás parejas heterosexuales y descendencia. En el caso de la película los ex cónyuges no se llevaban bien y ella no había permitido que él tuviera relación con sus vástagos, de forma que cuando se tuvo que hacer cargo eran unos completos desconocidos.

El tic de la cuestión no es tanto la aventura de un padre y sus hijos mientras se están conociendo, como el hecho de que él sea homosexual. Y más tratándose de una producción española, fiel reflejo de la mentalidad aún pacata y prejuiciosa que impera por aquí. Porque en España se sigue viendo como una rareza que alguien, hombre o mujer, al que le gustan las personas de su mismo sexo, pueda o quiera tener hijos.

Quién ha dicho que el deseo de perpetuarse sea exclusivamente heterosexual. El hecho de que a gays y lesbianas se les haya negado este derecho durante toda la vida es de una crueldad y un absurdo inconcebibles. Parece como si se les castigara por su condición, por no formar parte de la mayoría hetero. Con lo grande y variada que es la Madre Naturaleza ahora todos tenemos por lo visto que ser iguales, como los borregos. Lo mismo que la cuestión del matrimonio civil, que es una mera formalidad, un contrato que se firma para facilitar muchas cuestiones legales. Por qué tanta polémica. Al homosexual se le niegan derechos básicos, se les discrimina.

Cuántos niños hay que viven en la orfandad y no tienen una familia que los acoja y los quiera. El amor filial no es patrimonio del hetero, los homo también saben querer y cuidar, y mucho. Tratándose de adopciones, quién asegura que un niño entregado a un hogar convencional es bien tratado.

Recuerdo con tristeza a una compañera del colegio, que en el último curso nos desveló que ella había nacido en otro país (era alemana), y que sus padres se habían desprendido de ella porque era la última de una larga lista de hijos y no podían mantenerla. Sus padres adoptivos, que vivían en mi barrio, eran tan mayores que parecían sus abuelos, y tenía una hermana que parecía su madre. Sólo el padre era cariñoso con ella, pero tuvo la desgracia de morir atropellado por un coche, y entonces el poco afecto que Suzanne recibía se esfumó por completo. Las mujeres de esa familia que la había adoptado se ocupaban únicamente de satisfacer sus necesidades materiales, pero la trataban desabridamente, no con amor.

Suzanne tenía siempre una tristeza en la mirada, incluso aunque quisiera reir, que se me quedó grabada en la memoria. Vivía amargada a pesar de tener sólo 13 años. Quién asegura que una familia corriente te va a proporcionar lo que verdaderamente necesitas, y no una homosexual.
Otra cuestión es la de usar un vientre de alquiler para tener hijos, como han hecho algunos famosos, fuera de nuestras fronteras claro, pues aquí no está permitido. Eso al final se convierte en un gran negocio, se llegan a pagar sumas ingentes por algo así. Y es que muchos no se conforman con adoptar hijos, quieren tenerlos de su propia sangre.

Al final, en Fuera de carta, el protagonista llega a conocer y a querer a sus hijos como lo haría cualquier padre heterosexual. Los gustos en la cama no condicionan otras facetas de la vida. No criminalicemos, quiénes somos para juzgar. Cuánta ignorancia hay, cuánta hipocresía.

Tendremos que quitarnos esa rigidez mental y aceptar las nuevas opciones que van surgiendo, que han estado siempre ahí en realidad, adaptarnos a los tiempos que corren. Llega a suponer un trauma no tener la opción de familia socialmente aceptada hasta hace poco, padre, madre, hijos. A cualquier otra se la llama disfuncional o desestructurada, palabras ominosas que ahora se utilizan para todo. El hogar ya no está construído como solía estar, ahora hay una gran diversidad, y en ella es posible el amor y la felicidad.


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