viernes, 21 de junio de 2013

Marilyn, una vez más


Ponían el otro día el enésimo reportaje sobre la vida y muerte de Marilyn. Siempre hay alguna cosa que no has oído antes entre las muchas que son ya de sobra conocidas, la existencia de esta mujer, con sus claroscuros y circunstancias personales, da para mucho. Además escribía sobre todas la cosas que le pasaban, lo que sentía y pensaba. Era su forma de exorcizar sus demonios, de intentar alejarlos.

Preguntaban sobre ella a una profesora que tuvo en el colegio. “Norma Jean era una niña muy agradable, pero excesivamente retraída y poco alegre. Llamaba la atención su ropa, sus vestidos no eran como los de las demás niñas. Daba la impresión de que recibía poca atención”. Quién le iba a decir que ya siendo adulta luciría una ropa maravillosa que resaltaría su belleza hasta límites insospechados, gracias al gusto exquisito que poseía.

Una de las muestras más evidentes de su necesidad de pertenecer a un hogar tuvo lugar cuando, siendo ya actriz, se fue a vivir con un matrimonio amigo. Siempre deseó tener una familia, formar parte de algo o de alguien, tener raíces.

Cuando decidió dar clases de interpretación con Lee Strasberg, se sentía incómoda con sus compañeras, le parecían distantes y frías, pero continuó asistiendo porque admiraba profundamente a  Lee y le interesaban mucho sus enseñanzas.

Su famoso método consistía en entrenar la memoria emocional, haciendo que los sentimientos te invadieran. Empezaba en el cerebro, donde se evocaba una experiencia del pasado, y luego debías dejar que te ocupara por completo. Es complicado, porque la mayoría de las personas evitamos los estados de ánimo dolorosos, por simple instinto de supervivencia. A Marilyn le pidió que recordara alguna experiencia traumática del pasado, por ejemplo de entre las muchas que tenía aquella en la que un pariente estuvo a punto de asfixiarla con una almohada. Al hacerlo llegó un momento en que no pudo más. Lee le recomendó que asistiera a terapia psicológica.

En unas imágenes de sus clases se ve a Lee con una alumna, ya no muy joven, que lloraba y le gritaba que lo hacía lo mejor que sabía, que no podía hacerlo de otra forma. Él la gritaba a su vez hablándola con dureza, sin admitir sus excusas.

“Tan sólo he conocido a 2 ó 3 personas que tuvieran una sensibilidad tan fuera de lo común. Marilyn era una de ellas. Marlon Brando tenía también una sensibilidad muy parecida”, diría más tarde Strasberg.

Ella reclamaba un salario mejor que el que percibía en cada uno de sus trabajos. La Fox se mantenía prácticamente con los éxitos que ella les proporcionaba, ganaban muchos millones y a Marilyn le pagaban muy poco en comparación con otras artistas, incluso siendo compañeras de reparto y no teniendo ni la mitad de fama que ella. Rompió su contrato con la compañía, algo que fue muy sonado, pues no era muy habitual que una estrella de cine pudiera librarse de las ataduras a las que las sometían las grandes productoras. Se fue a Nueva York, creó su propia productora, hizo una película que fue un bombazo en taquilla y, al cabo de un año la Fox la reclamó con un jugoso contrato, que ella aceptó.

La famosa escena de la rejilla de metro que levantaba el bajo de su vestido tuvo su miga. Eran entre las 2 y las 3 de la mañana cuando se estaba rodando, y como la voz se corrió se llenó la calle con una muchedumbre creciente de hombres que la silbaban y vitoreaban. Marilyn se dejaba llevar por el entusiasmo despertado, y respondía al clamor de la multitud prolongando el momento. Su marido por entonces, Joe di Maggio, que se había puesto muy nervioso, al final estaba furioso y se terminó marchando de allí. Tuvo que venir la policía para dispersar a los concurrentes. En el hotel donde se alojaban se oyeron más tarde los gritos y golpes del ex jugador de béisbol cuando se quedó a solas con ella. Era muy celoso, e intentaba controlarla hasta la exasperación. Le hubiera gustado que ella dejara su trabajo y se convirtiera en la típica ama de casa que cocinara apetitosos platos para él. Poco después de aquel incidente, anunciaron su divorcio.

Con Arthur Miller, su último marido, no tuvo mejor suerte. Él dice que cuando la conoció estaba llorando. Inmediatamente, romántico empedernido como era, se enamoró de ella. La conquistó con sus atenciones. Cuando aún casi no se conocían se empeñó en llevarla en su coche a una fiesta en la que ambos estaban invitados. Ella se negó diciendo que iría en taxi, pero él no lo permitió. Era un hombre muy inteligente que no tardó en conocerla y comprender el tormento de su alma. Siempre le pareció una mujer triste que sin embargo amaba la vida


. Marilyn deseaba fervientemente tener hijos. Durante su matrimonio tuvo 2 abortos. Nunca pudo ver cumplido su sueño. En esta época se hizo adicta a las pastillas, y tenía insomnio crónico.

Cuando el amor se extinguió ella cayó en una profunda depresión. Dicen que las exigencias de él habían socavado su autoestima. El papel que escribió para ella en la que sería su última película, Vidas rebeldes, no le gustó, pues se vió retratada en él de forma grotesca y lamentable. Su marido se enamoraría durante el rodaje de una fotógrafa que formaba parte del equipo de la película.

Sus amistades la llevaron a un centro psiquiátrico engañándola, porque de otro modo nunca habría accedido a ir. Ella se preguntó asustada por qué cerraban la puerta tras ella y no la dejaban salir. Recuerda con horror cómo la recluyeron en una especie de celda, en un lugar donde sólo había luz eléctrica y frías paredes de hormigón, y cómo tenía que mezclarse con otras personas dementes con las que sentía no tener nada en común. Era como una pesadilla. Escribió cartas pidiendo ayuda, a los Strasberg entre ellos, pero el único que fue a buscarla, al cabo de 2 semanas, fue di Maggio. Dijo que si no la permitían salir demolería el edificio ladrillo a ladrillo. “¿A quién si no a mí puedes recurrir, si soy lo único que te queda en el mundo?”, le dijo cuando salió. Pasaron juntos una temporada descansando, y él reconoció la culpa que había tenido en su divorcio. “Si yo hubiera estado casado con alguien que se comportara como lo hacía yo también me habría divorciado”. En Navidades, ya cada uno en su casa, él le mandó muchas flores de Pascua.

Después de aquello empezó otra película, pero a Marilyn le era muy difícil concentrarse y actuar. Una de las veces que se ausentó del rodaje por problemas de salud acudió sin embargo a la fiesta de cumpleaños del presidente Kennedy, donde cantó su famosa canción felicitándolo. Aquello colmó la paciencia de sus jefes y fue despedida. La compañía divulgó que tenía tantos problemas físicos y psíquicos que era imposible rodar la película. Ella se sintió muy mal al principio, la estaban difamando, pero luego contraatacó. Hizo una sesión fotográfica con un famoso fotógrafo del momento para demostrar que estaba en muy buenas condiciones, y luego inició los trámites para constituir una sociedad con otras personas, una empresa para producir sus películas y llevar todos sus asuntos laborales. Declaró que las productoras no la habían convertido en lo que era, sino el público, que era al que se debía.
Unos pocos días antes de su muerte una productora le ofreció el contrato del millón de dólares que había estado esperando siempre. Pero ella ya había entrado en una fatal espiral de autodestrucción. Las circunstancias de su fallecimiento continúan siendo un misterio nunca aclarado. Curiosamente no fueron hombres sino cientos de mujeres las que colapsaron las inmediaciones de su casa cuando se supo la triste noticia. Algunas pasaban pequeños ramos de flores a la policía que acordonaba la zona, a través de una verja muy alta que protegía el lugar, para que las pusieran cerca de ella. Siempre he pensado que Marilyn es ante todo un ídolo femenino, no sólo un objeto de deseo masculino.

Los encargados del centro psiquiátrico donde estuvo internada declararon que si la hubieran dejado allí por lo menos 6 meses aquello no habría pasado. Sin embargo no cuesta mucho imaginar lo que debió sentir recluida en un lugar tan poco cálido, hecho más para enloquecer que para curar la locura.

Todos lamentamos su temprana marcha. Por desgracia es demasiado habitual desde hace mucho tiempo asistir a la destrucción de muchos artistas de Hollywood, incluso aunque no tengan un pasado traumático como Marilyn. Dicen que el mundo de la interpretación te termina dejando sin alma, a base de encarnar a otras existencias terminas perdiendo la tuya. Marilyn vivía en la piel de un personaje creado por y para ella pero que no era ella, y esa envoltura la engulló al final. La pasión devoradora de sus seguidores sigue aún consumiéndola, utilizada su imagen por la publicidad para vender productos, a pesar de llevar medio siglo muerta, como les pasa a tantos ídolos desaparecidos prematuramente.

Amémosla pero dejémosla descansar en paz, esa paz que no pudo tener mientras vivía.

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